Paula estaba sentada tras su escritorio, firmando los cheques de sus empleados y ensayando diversas formas de darle a su madre la noticia de que no había en realidad ningún prometido cuando sonó el teléfono.
—Paula Chaves—la saludó su madre—, ¿Por qué has tardado en contestar?
Paula se sobresaltó y malogró la firma del cheque de Jimena. Su madre atacaba de nuevo.
—¿Paula? ¿Estás bien, cariño? No estarás enferma, ¿Verdad? Porque la nieta de Mirta acaba de tener una faringitis terrible...
—Estoy bien mamá. Sólo estaba preparando las nóminas. Y después tengo una reunión de negocios, así que estoy bastante ocupada.
—Sólo llamaba para asegurarme de que tienes vídeo. No podía acordarme de si lo había visto durante mi última visita. Mi memoria ya no es la que era... Espero que no sea una mala señal. Dolores Whittington, la madre de Emma, ésa que se casó vestida de verde y con un ramo de claveles, empezó a olvidarse de dónde estacionaba el coche. Un día tuvo que traerla a casa un hippie de pelo largo en una Harley.
—Estoy segura de que no te pasa lo que a Dolores, mamá. Es normal que olvides algunas cosas. A mí también me pasa. Pero si hasta me he olvidado de decirte que...
—El caso es que Mirta me ha enviado los vídeos de las bodas de cada una de sus seis hijas. He pensado que los vídeos podrán darnos ideas sobre lo que no tenemos que hacer. Mira, Mirta es un encanto, pero su hija mayor parecía un pastel de frutas el día de la boda. Lo de la comida ya fue otra cosa. Absolutamente maravillosa. Langosta con salsa de mantequilla y camarones con salsa picante. Fue divino.
—Mamá, ¿No se suponía que tenías que hacer una dieta para bajar el colesterol?
—Tonterías. Me estoy tomando un diente de ajo todas las mañanas. Con eso puedes curarte cualquier dolencia. Mira Estela Butterworh, que fue operada del corazón el año pasado. El médico le dijo que fuera despidiéndose de cualquier comida decente, pero ya sabes cómo le gustan a Estela las pastas de mantequilla. Se enteró de lo del ajo a través de la hermana de Margarita, Esther, y ahora está sana como un roble.
—Mamá, ¿No crees que deberías consultarle al doctor Harris lo del ajo?
—El viejo Harris todavía vive en la Edad Media.
A Paula le habría gustado preguntarle por qué le parecía tan moderno comerse un diente de ajo por las mañanas, cuando probablemente, las mujeres de Transilvania llevaban haciéndolo durante siglos. Pero a Alejandra Chaves nunca se le había dado bien escuchar.
—... Le empezaron los dolores cuando estaba bailando la lambada en la boda de su hija Karina. Estuvo a punto de desmayarse encima de la escultura de hielo...
—Qué horror.
—Dímelo a mí. El prometido de Karina era buzo y quiso una escultura con forma de pulpo. Imagínate. Era repugnante.
—Mamá, necesito que me escuches. Quiero decirte algo sobre Lucas. Él... —oyó que su madre tomaba aire y cerró los ojos. Podía hacerlo. Podía decirle la verdad, que no existía ningún Percy y que lo había inventado en un momento de desesperación—. Lucas y yo no estamos exactamente compro...
—Escucha, querida, si Lucas también quiere un pulpo, no te preocupes. Estoy segura de que cambiará de opinión en cuanto hable conmigo. Oh, ¿Ya te he contado que Carla Wilmot se casa el mes que viene en Maroby Club? Sus padres la han presionado a la pobre para que celebre la ceremonia en esa horrible habitación de terciopelo rojo...
Paula escuchó todos los detalles sobre las flores de la boda y la hernia de la madre de Janie antes de que comenzara a sonar la otra línea telefónica.
—Lo siento mamá. Tengo que colgar. Espero que la señora Wilmot se recupere pronto. Adiós —colgó y atendió la otra línea—. Menos mal que has llamado —le dijo a Zaira—. Estaba a punto de estrangularme con el cable del teléfono.
—Olvídate ya de tu madre. Tienes una reunión con Alfonso dentro de una hora. Buena suerte y a por él.
—¿Buena suerte? Por si lo has olvidado, ayer mordí a Pedro Alfonso. A Alfonso El Salvaje, el propietario de Wild Man Ribs. No creo que tenga muchas ganas de que firme ese contrato.
—Ya te dije que en realidad no es tan terrible como parece. Estoy segura de que no lo empleará contra tí, aunque haya salido en el informativo de las once. En realidad, nadie pudo ver que lo mordías. La cámara te sacó de espaldas y a él inclinándose sobre tí, con las manos en tu...
—Ya basta. Yo estaba allí, ¿Recuerdas?
—Y también medio Dallas. Y, por cierto, parecías estar desmayándote en sus brazos. Por la foto que aparece en los periódicos, yo diría que te gustó.
—¿También ha salido en los periódicos?
—Me temo que sí. Los dos gurús de la comida de Dallas: el rey de las costillas y la reina de las tartas, hacen un gran equipo. Son una pareja que puede poner el colesterol por las nubes.
—No formamos ningún equipo. Besar a Pedro Alfonso fue repugnante y no me gustó nada.
—Así que lo besaste... ¿Y eso fue antes o después de morderlo?
—Antes —mucho antes.
Seis meses antes... Cuando él era él y ella todavía no le había hablado a su madre de ningún prometido.
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