miércoles, 25 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 10

Paula estaba   sentada   tras   su   escritorio,   firmando   los   cheques   de   sus   empleados  y  ensayando  diversas  formas  de  darle  a  su  madre  la  noticia  de  que  no  había en realidad ningún prometido cuando sonó el teléfono.

—Paula Chaves—la  saludó  su  madre—,  ¿Por  qué  has  tardado  en  contestar?

Paula se  sobresaltó  y  malogró  la  firma  del  cheque  de  Jimena.  Su  madre  atacaba  de nuevo.

—¿Paula?  ¿Estás  bien,  cariño?  No  estarás  enferma,  ¿Verdad?  Porque  la  nieta  de Mirta acaba de tener una faringitis terrible...

—Estoy bien mamá. Sólo estaba preparando las nóminas. Y después tengo una reunión de negocios, así que estoy bastante ocupada.

—Sólo llamaba para asegurarme de que tienes vídeo. No podía acordarme de si lo había visto durante mi última visita. Mi memoria ya no es la que era... Espero que no  sea  una  mala  señal.  Dolores  Whittington,  la  madre  de  Emma,  ésa  que  se  casó  vestida de verde y con un ramo de claveles, empezó a olvidarse de dónde estacionaba el coche. Un día tuvo que traerla a casa un hippie de pelo largo en una Harley.

—Estoy  segura  de  que  no  te  pasa  lo  que  a  Dolores,  mamá.  Es  normal  que  olvides algunas cosas. A mí también me pasa. Pero si hasta me he olvidado de decirte que...

—El caso es que Mirta me ha enviado los vídeos de las bodas de cada una de sus  seis  hijas.  He  pensado  que  los  vídeos  podrán  darnos  ideas  sobre  lo  que  no  tenemos que hacer. Mira, Mirta es un encanto, pero su hija mayor parecía un pastel de  frutas  el  día  de  la  boda.  Lo  de  la  comida  ya  fue  otra  cosa.  Absolutamente  maravillosa.  Langosta  con  salsa  de  mantequilla  y  camarones  con  salsa  picante.  Fue  divino.

—Mamá, ¿No se suponía que tenías que hacer una dieta para bajar el colesterol?

—Tonterías.  Me  estoy  tomando  un  diente  de  ajo  todas  las  mañanas.  Con  eso  puedes  curarte  cualquier  dolencia.  Mira  Estela  Butterworh,  que  fue  operada  del  corazón  el  año  pasado.  El  médico  le  dijo  que  fuera  despidiéndose  de  cualquier  comida decente, pero ya sabes cómo le gustan a Estela las pastas de mantequilla. Se enteró de lo del ajo a través de la hermana de Margarita, Esther, y ahora está sana como un roble.

—Mamá, ¿No crees que deberías consultarle al doctor Harris lo del ajo?

—El viejo Harris todavía vive en la Edad Media.

A  Paula le  habría  gustado  preguntarle  por  qué  le  parecía  tan  moderno  comerse  un  diente  de  ajo  por  las  mañanas,  cuando  probablemente,  las  mujeres  de  Transilvania  llevaban  haciéndolo  durante  siglos.  Pero  a  Alejandra Chaves nunca  se  le  había dado bien escuchar.

—...  Le  empezaron  los  dolores  cuando  estaba  bailando  la  lambada  en  la  boda  de su hija Karina. Estuvo a punto de desmayarse encima de la escultura de hielo...

—Qué horror.

—Dímelo a mí. El prometido de Karina era buzo y quiso una escultura con forma de pulpo. Imagínate. Era repugnante.

—Mamá, necesito que me escuches. Quiero decirte algo sobre Lucas. Él... —oyó que su madre tomaba aire y cerró los ojos. Podía hacerlo. Podía decirle la verdad, que no existía ningún Percy y que lo había inventado en un momento de desesperación—. Lucas y yo no estamos exactamente compro...

—Escucha,  querida,  si  Lucas también  quiere  un  pulpo,  no  te  preocupes.  Estoy  segura de que cambiará de opinión en cuanto hable conmigo. Oh, ¿Ya te he contado que  Carla  Wilmot  se  casa  el  mes  que  viene  en  Maroby  Club?  Sus  padres  la  han  presionado  a  la  pobre  para  que  celebre  la  ceremonia  en  esa  horrible  habitación  de  terciopelo rojo...

Paula escuchó  todos  los  detalles  sobre  las  flores  de  la  boda  y  la  hernia  de  la  madre de Janie antes de que comenzara a sonar la otra línea telefónica.

—Lo siento mamá. Tengo que colgar. Espero que la señora Wilmot se recupere pronto. Adiós —colgó y atendió la otra línea—. Menos mal que has llamado —le dijo a Zaira—. Estaba a punto de estrangularme con el cable del teléfono.

—Olvídate ya de tu madre. Tienes una reunión con Alfonso dentro de una hora. Buena suerte y a por él.

—¿Buena suerte? Por si lo has olvidado, ayer mordí a Pedro Alfonso. A Alfonso El Salvaje,  el  propietario  de  Wild  Man  Ribs.  No  creo  que  tenga  muchas  ganas  de  que  firme ese contrato.

—Ya te dije que en realidad no es tan terrible como parece. Estoy segura de que no  lo  empleará  contra  tí,  aunque  haya  salido  en  el  informativo  de  las  once.  En  realidad,  nadie  pudo  ver  que  lo  mordías.  La  cámara  te  sacó  de  espaldas  y  a  él  inclinándose sobre tí, con las manos en tu...

—Ya basta. Yo estaba allí, ¿Recuerdas?

—Y  también  medio  Dallas.  Y,  por  cierto,  parecías  estar  desmayándote  en  sus  brazos. Por la foto que aparece en los periódicos, yo diría que te gustó.

—¿También ha salido en los periódicos?

—Me temo que sí. Los dos gurús de la comida de Dallas: el rey de las costillas y la  reina  de  las  tartas,  hacen un  gran  equipo.  Son  una  pareja  que  puede  poner  el  colesterol por las nubes.

—No  formamos  ningún  equipo.  Besar  a  Pedro Alfonso fue  repugnante  y  no  me  gustó nada.

—Así que lo besaste... ¿Y eso fue antes o después de morderlo?

—Antes —mucho antes.

Seis meses antes... Cuando él era él y ella todavía no le había hablado a su madre de ningún prometido.

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