Seis meses después.
—De acuerdo, estamos aquí, ¿Y ahora qué? —se preguntó Paula, fijando la mirada en un hombre que estaba al final de uno de los pasillos del supermercado—. Ahora pondré la más seductora de mis sonrisas, caminaré sensualmente hacia él y lo empujaré.
—¿Empujarlo? —exclamó Zaira, la mejor amiga de Paula—. La falta de comida te está volviendo loca. Ya te dije que dejaras la dieta de los pomelos.
—Su carrito, Zai, su carrito. Y la dieta de los pomelos la terminé el mes pasado. Ahora estoy haciendo la de los plátanos.
—¿Sólo plátanos? Eso explica por qué tienes aspecto de estar a punto de desmayarte.
—No, no lo explica —miró con determinación a su amiga—. Mi madre viene a verme pasado mañana. Me ha dado hoy mismo la noticia y eso significa que tengo setenta y dos horas para encontrar a un hombre.
—¿Pero aquí? Eso es ridículo.
—Tiene que ser un hombre de cuerpo atlético, de pelo oscuro y ojos azules.
—Pero sé realista, Pau. No conoces a ese tipo.
—De momento. Además, en Cosmopolita, dicen que el supermercado es uno de los mejores lugares para conocer hombres solteros.
—Para mujeres desesperadas.
—Ése es mi caso —de otra forma, Paula jamás se habría encontrado en un supermercado abarrotado un lunes por la mañana, estudiando a todos los hombres mayores de dieciocho años.
Segundos después, Paula estaba disculpándose frente a un joven de ojos verdes, por haber empujado su carrito, destrozando al hacerlo dos paquetes de galletas y media docena de cervezas.
—La altura era la que buscaba, pero tenía los ojos verdes —le explicó a Zaira cuando volvió a su lado.
—Te diré algo, Pau, tú error ha sido darle tantos detalles a tu madre. Has sido demasiado específica.
—Dime algo que no sepa, Sherlok. Pero ya no sirve de nada lamentarse. Lo hecho, hecho está. Tengo que encontrar a alguien.
—Y yo, con la autoridad que me da ser tu contable, tengo que aconsejarte que renuncies a tu búsqueda por el bien de tu negocio. Son cerca de las diez, es lunes y tienes que pensar en la producción.
—Al salón de té de Aldana hay que enviar tres docenas de pasteles de avellana, cinco de polkas de chocolate y cuatro de tartaletas de macedonia. El envío se hará a la una. Para las cuatro...
—De acuerdo, de acuerdo, así que la producción de hoy está cubierta. ¿Pero qué me dices de la supervisión de los empleados?
—Les he dejado instrucciones muy precisas antes de salir y, para tu información, ahora tampoco estoy perdiendo el tiempo. Tenía compras que hacer, así que estoy matando dos pájaros de un tiro.
—Vale, olvidémonos de tus empleados. ¿Pero que me dices de la reunión con Wild Man Ribs? Te has pasado dos meses trabajando para conseguir ese contrato.
—Ya está todo terminado. Les he hecho una oferta que les permite disponer de nuestras mejores tartas a muy buen precio. Diego Black, el director comercial vendrá a la oficina para que firmemos el contrato —miró el reloj—. Ojalá mi vida personal fuera la mitad de bien.
—Esto es una locura. Llama a tu madre y acláralo todo. Dile que no quieres casarte, que tu negocio es lo primero y que no necesitas a ningún hombre.
—¿Y arriesgarme a que le dé un infarto como el que mató a mi padre? Tengo que pensar en su salud —Paula observó a Zaira, que estaba comiéndose una galleta. Se le hizo la boca agua y su estómago gruñó.
—¿Y no se te ocurrió pensar cuando te inventaste a ese tipo que tu madre querría conocerlo?
—Estaba desesperada, mi madre estaba llorando, a mí se me ocurrió abrir la boca y aquí estoy. Me imaginé que más adelante, cuando mi madre se encontrara mejor, podría decirle que habíamos roto.
—Utiliza ahora esa historia. Por lo que me contaste, el resultado del análisis cardiológico fue perfecto.
Paula sacudió la cabeza.
—No puedo. Ya conoces a mi madre. No sabe vivir si no tiene que cuidar de alguien, y ahora que mi padre no está, ese alguien soy yo.
—¿Y qué me dices de tus hermanos?
—No es lo mismo. Yo soy su única hija, la única posibilidad de hacer realidad sus fantasías de boda —le quitó a Zaira una galleta de la mano y se la metió a la boca—. Tengo que encontrar a alguien si no quiero que mi madre recaiga y me haga morir de sentimiento de culpabilidad.
—Lo único que estás haciendo es prolongar lo inevitable.
—Lo sé, pero todavía están muy recientes sus problemas cardíacos. En cuanto me asegure de que está bien, sacaré a ese hombre imaginario de mi vida.
—¡Eh! —una sonrisa iluminó la mirada de Zaira—. Apuesto a que el primo de Rodrigo, ese chico que te presenté el mes pasado, estaría encantado de ayudarte.
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