miércoles, 25 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 6

Seis meses después.


—De  acuerdo,  estamos  aquí,  ¿Y  ahora  qué?  —se  preguntó  Paula,  fijando  la  mirada en un hombre que estaba al final de uno de los pasillos del supermercado—. Ahora pondré la más seductora de mis sonrisas, caminaré sensualmente hacia él y lo empujaré.

—¿Empujarlo? —exclamó  Zaira,  la  mejor  amiga  de  Paula—.  La  falta  de  comida te está volviendo loca. Ya te dije que dejaras la dieta de los pomelos.

—Su  carrito,  Zai,  su  carrito.  Y  la  dieta  de  los  pomelos  la  terminé  el  mes  pasado. Ahora estoy haciendo la de los plátanos.

—¿Sólo  plátanos?  Eso  explica  por  qué  tienes  aspecto  de  estar  a  punto  de  desmayarte.

—No, no lo explica —miró con determinación a su amiga—. Mi madre viene a verme  pasado  mañana.  Me  ha  dado  hoy  mismo  la  noticia  y  eso  significa  que  tengo setenta y dos horas para encontrar a un hombre.

—¿Pero aquí? Eso es ridículo.

—Tiene que ser un hombre de cuerpo atlético, de pelo oscuro y ojos azules.

—Pero sé realista, Pau. No conoces a ese tipo.

—De momento. Además, en Cosmopolita, dicen que el supermercado es uno de los mejores lugares para conocer hombres solteros.

—Para mujeres desesperadas.

—Ése  es  mi  caso  —de  otra  forma,  Paula jamás  se  habría  encontrado  en  un  supermercado  abarrotado  un  lunes  por  la  mañana,  estudiando  a  todos  los  hombres  mayores de dieciocho años.

Segundos  después,  Paula estaba  disculpándose  frente  a  un  joven  de  ojos  verdes,  por  haber  empujado  su  carrito,  destrozando  al  hacerlo  dos  paquetes  de  galletas y media docena de cervezas.

—La altura era la que buscaba, pero tenía los ojos verdes —le explicó a Zaira cuando volvió a su lado.

—Te diré algo, Pau, tú error ha sido darle tantos detalles a tu madre. Has sido demasiado específica.

—Dime  algo  que  no  sepa,  Sherlok.  Pero  ya  no  sirve  de  nada  lamentarse.  Lo  hecho, hecho está. Tengo que encontrar a alguien.

—Y  yo,  con  la  autoridad  que  me  da  ser  tu  contable,  tengo  que  aconsejarte  que  renuncies  a  tu  búsqueda  por  el  bien  de  tu  negocio.  Son  cerca  de  las  diez,  es  lunes  y  tienes que pensar en la producción.

—Al salón de té de Aldana hay que enviar tres docenas de pasteles de avellana, cinco de polkas de chocolate y cuatro de tartaletas de macedonia. El envío se hará a la una. Para las cuatro...

—De acuerdo, de acuerdo, así que la producción de hoy está cubierta. ¿Pero qué me dices de la supervisión de los empleados?

—Les he dejado instrucciones muy precisas  antes de salir y,  para  tu  información, ahora tampoco estoy perdiendo el tiempo. Tenía compras que hacer, así que estoy matando dos pájaros de un tiro.

—Vale,  olvidémonos  de  tus  empleados.  ¿Pero  que  me  dices  de  la  reunión  con  Wild Man Ribs? Te has pasado dos meses trabajando para conseguir ese contrato.

—Ya está todo terminado. Les he hecho una oferta que les permite disponer de nuestras mejores tartas a muy buen precio. Diego Black, el director comercial vendrá a la  oficina  para  que  firmemos  el  contrato  —miró  el  reloj—.  Ojalá  mi  vida  personal  fuera la mitad de bien.

—Esto  es  una  locura.  Llama  a  tu  madre  y  acláralo  todo.  Dile  que  no  quieres  casarte, que tu negocio es lo primero y que no necesitas a ningún hombre.

—¿Y  arriesgarme  a  que  le  dé un  infarto  como  el  que  mató  a  mi  padre?  Tengo  que pensar en su salud —Paula observó a Zaira, que estaba comiéndose una galleta. Se le hizo la boca agua y su estómago gruñó.

—¿Y  no  se  te  ocurrió  pensar  cuando  te  inventaste  a  ese  tipo  que  tu  madre  querría conocerlo?

—Estaba  desesperada,  mi  madre  estaba  llorando,  a  mí  se  me  ocurrió  abrir  la  boca  y  aquí  estoy.  Me  imaginé  que  más  adelante,  cuando  mi  madre  se  encontrara  mejor, podría decirle que habíamos roto.

—Utiliza  ahora  esa  historia.  Por  lo  que  me  contaste,  el  resultado  del  análisis  cardiológico fue perfecto.

Paula sacudió la cabeza.

—No  puedo.  Ya  conoces  a  mi  madre.  No  sabe  vivir  si  no  tiene  que  cuidar  de  alguien, y ahora que mi padre no está, ese alguien soy yo.

—¿Y qué me dices de tus hermanos?

—No  es  lo  mismo.  Yo  soy  su  única  hija,  la  única  posibilidad  de  hacer  realidad  sus  fantasías  de  boda  —le  quitó  a  Zaira una  galleta  de  la  mano  y  se  la  metió  a  la  boca—. Tengo que encontrar a alguien si no quiero que mi madre recaiga y me haga morir de sentimiento de culpabilidad.

—Lo único que estás haciendo es prolongar lo inevitable.

—Lo  sé,  pero  todavía  están  muy  recientes  sus  problemas  cardíacos.  En  cuanto  me asegure de que está bien, sacaré a ese hombre imaginario de mi vida.

—¡Eh! —una  sonrisa  iluminó  la  mirada  de  Zaira—.  Apuesto  a  que  el  primo  de  Rodrigo, ese chico que te presenté el mes pasado, estaría encantado de ayudarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario