viernes, 13 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 52

—¿Te encuentras mejor? —preguntó éste.

—Sí, gracias —respondió fingiendo estar serena.

Paula le miró las manos y vió que las tenía firmemente entrelazadas, como reprimiendo los impulsos que éstas pudieran tener. Por otra parte, el semblante inexpresivo de Pedro pretendía indicarle que él no se sentía afectado por su presencia allí; que el lugar de ella no era aquél. Pero, de nuevo, el cuerpo hablaba y era evidente que, por mucho que se esforzara, Pedro no era, ni mucho menos, tan indiferente hacia ella como pretendía. Sintió una necesidad salvaje de abrazarlo. Un temblor, un escalofrío, la estremeció, de modo que se apretó la toalla con fuerza alrededor del cuerpo, como si esa barrera tan fina pudiera protegerla del torrente de sentimientos que se debatían por manifestarse más allá de su interior.

—¿Es para mí? —preguntó Paula señalando la bata aterciopelada que había sobre su cama.

—Me la regaló mi madre. Nunca la he usado —la informó, aunque Paula no había pedido explicación alguna.

Era el tipo de prenda que una mujer elegiría para el hombre a quien... amaba. Se puso tensa cuando Pedro se la entregó.


—Será mejor que te la pongas —le recomendó éste—. Estás temblando.

Cierto, pero no porque tuviera frío. Aquellos temblores se debían a otro motivo. Sonrió cuando Pedro cerró los ojos y se dió media vuelta.


—No miraré mientras te la pones —le aseguró él.

—Después de cambiarme de ropa en un estudio atestado de técnicos, he perdido parte de mi sentido del pudor —comentó como si le diera igual que la viera desnudarse, cuando en realidad sucedía todo lo contrario...

O quizá no. Quizá estaba deseando que Pedro se girara en el preciso instante en que ella se desprendiera de la toalla, para que éste pudiera admirarla... ¿Y darse cuenta de la mujer a la que estaba dejando escapar? Imposible. No podía ser tan infantil. Pedro se esforzó por no sucumbir a la tentación de mirar, mientras Paula se introducía en aquella bata de tacto sensual y acariciante.

—Seguro que a mí no me sentaría tan bien como a tí —afirmó Pedro cuando Paula lo avisó de que ya podía abrir los ojos.

—¡Si mi talla es mucho más pequeña! —replicó ella sin querer conceder importancia a aquel piropo.

Algo indefinido titiló en la mirada de Pedro, que empezó a subirle las mangas de la bata con lentitud. Era una situación que sugería mucha confianza y familiaridad, nada picante en principio, pero que desencadenó una sensación nada inocente en el cuerpo de Paula. Nunca había sido tan consciente de su femineidad como en ese momento. Terminó con una manga y comenzó con la otra, su respiración cada vez más entrecortada.

—Creo que así está bien —comentó Paula con ronquera.

Un cruce con la intensa mirada de Pedro le bastó para entender que tal vez fuera ya demasiado tarde; que probablemente lo fuera; que lo era. Demasiado tarde, ¿Para qué? Cuando él introdujo sus manos por el interior de la bata aterciopelada de Paula, ésta pensó que debía recordar algo vital, pero lo único en que podía pensar era en lo a gusto que se sentía entre sus brazos. Pedro la atrajo con fuerza para sí hasta que, piel contra piel, se encendieron un millar de puntos erógenos. Era tan sensible a las caricias de él que tenía la sensación de que éste estuviera deslizándose ya por todo su cuerpo. Mientras los labios de ella recorrían la frente de Pedro y descendían hacia su nariz, en busca de sus labios con parsimonia, reconoció lo mucho que había ansiado aquel encuentro. Entonces luchó por mantenerse firme y enfriarse, antes de que perdiera el control por completo.

—Bésame —le pidió en cambio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario