—¿Qué estás haciendo aquí? —Diego alzó la cabeza del libro de contabilidad en cuanto Pedro cruzó la puerta de las oficinas de Wild Man Ribs aquella noche.
—Me ha echado.
—¿Quién te ha echado?
—Paula Chaves. Y me ha echado inmediatamente después de besarme. Me he presentado en su casa para cenar —dejó la bandeja de comida que Paula le había preparado encima de su mesa—, y ofrecerle una buena dosis de Alfonso El Salvaje.
—Probablemente sea ésa la razón por la que te ha echado. ¿Y por qué te ha besado? Ya sé que se suponía que tenías que hacerte pasar por su prometido, pero ella no dijo nada de besarte, y dudo que se haya dejado arrastrar por tus encantos.
—Diego, Diego, Diego. Es evidente que esa mujer está loca por mí. No es capaz de quitarme las manos de encima. Deberías haber visto su mirada —una mirada que él tardaría mucho tiempo en olvidar—. Me desea terriblemente.
—Por eso te ha echado de su casa. Sí, tiene sentido.
—Es una estrategia muy conocida. Cree que si se hace la dura conmigo despertará el interés de Alfonso El Salvaje.
—¿Y lo está consiguiendo?
—Diablos, no —mintió.
—¿Y el interés de Pedro Alfonso?
—Mira, yo no cedo a los chantajes de ninguna de mis admiradoras. Paula Chaves jamás será una buena esposa.
—¿Una buena esposa? ¿Y desde cuándo te gusta salir con mujeres que puedan convertirse en buenas esposas?
—Desde que he empezado a pensar que ya es hora de que siente cabeza —¿Era él realmente el que estaba hablando? Le parecía imposible.
—Parece que tu próximo cumpleaños te está afectando.
—Claro que no —intentó mover el hombro e hizo una mueca de dolor—. Lo que pasa es que me gustaría tener una familia y creo que éste es un buen momento para empezar a pensar en ella. Mira, no tengo ninguna prisa. Simplemente he pensado que debo mantener los ojos bien abiertos por si se presenta alguna candidata.
—¿Y dices que eso no tiene nada que ver con el hecho de que estás a punto de cumplir treinta y cinco años? —Diego se quedó mirando a Pedro con aquella mirada pensativa que hacía que éste deseara contarle cada uno de sus pecados.
—Paula Chaves no me gusta —le dijo a su amigo.
—Claro que no.
—Quiero una mujer que pueda ver más allá de Alfonso El Salvaje. Una mujer con la que pueda hablar, con la que reírme...
—¿Una mujer a la que le guste un hombre amable como Pedro Alfonso?
—Sí, Paula Chaves no es una de las candidatas —aunque se lo hubiera parecido cuando se habían encontrado en el armario.
Aquello era lo que lo estaba volviendo loco: se había equivocado. Y él nunca se equivocaba. Pero tampoco había estado nunca tan cerca de un cambio importante en su vida. Iba a cumplir treinta y cinco años. Casi la mitad de una vida.
—Si estás hablando en serio de buscar una esposa, le diré a Leticia que mire si hay alguna candidata en la biblioteca. Estoy segura de que tiene que estar llena de mujeres que odian a Alfonso El Salvaje.
—Muchas gracias.
—Lo digo en el buen sentido. Y hablando de El Salvaje Alfonso, ¿Has conseguido que Paula Chaves firmara el contrato antes de que te echara?
—Misión cumplida. Bob se ha quedado sin tartas —Pedro sacó el documento de su bolsillo.
—Gracias a Dios —Diego se pasó la mano por el pelo y observó atentamente sus dedos, buscando alguna hebra traidora antes de suspirar aliviado—. Quizá sólo sea una cuestión temporal. Por lo menos eso es lo que ha dicho la vidente.
—¿La vidente?
—Una amiga de Leticia. He tenido la consulta esta tarde, poco después de que te fueras. Madame Soleil me ha dicho que si consigo desprenderme de mi energía negativa, mi fuerza positiva me ayudará a conservar el pelo.
—¿Has ido a hablar con una vidente? ¿No te parece que estás exagerando un poco sólo porque se te han caído cuatro pelos?
—No dirías eso si fuera tu pelo, y son más de cuatro. En cualquier caso, Madame Soleil atiende a mucha gente influyente, incluso a algunas celebridades —se pasó nuevamente la mano por el pelo—. Mira, tenía razón. Ahora que hemos conseguido el contrato ya no se me cae el pelo.
—¡Claro que no se te está cayendo el pelo!
Diego sonrió.
—Gracias a Dios, Pedro. Me gusta tu actitud positiva. Alimenta mi energía.
—Y ya que hablamos de alimentar, ¿No preferirías estar en tu casa cenando con Leticia, en vez de continuar estresándote aquí?
Diego miró el reloj.
—Caramba, estaba tan concentrado en las cuentas que he perdido la noción del tiempo —tomó su maletín—. Me voy, Pedro. Mañana vendré un poco tarde. Leticia y yo pensamos acostarnos bastante tarde.
—¿Van a trabajar en el proyecto del futuro bebé?
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