lunes, 30 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 20

—¿Qué  estás  haciendo  aquí?  —Diego alzó  la  cabeza  del  libro  de  contabilidad  en  cuanto Pedro cruzó la puerta de las oficinas de Wild Man Ribs aquella noche.

—Me ha echado.

—¿Quién te ha echado?

—Paula Chaves.  Y  me  ha  echado  inmediatamente  después  de  besarme.  Me  he  presentado  en  su  casa  para  cenar  —dejó  la  bandeja  de  comida  que  Paula le  había  preparado encima de su mesa—, y ofrecerle una buena dosis de Alfonso El Salvaje.

—Probablemente  sea  ésa  la  razón  por  la  que  te  ha  echado.  ¿Y  por  qué  te  ha  besado?  Ya  sé  que  se  suponía  que  tenías  que  hacerte  pasar  por  su  prometido,  pero  ella no dijo nada de besarte, y dudo que se haya dejado arrastrar por tus encantos.

—Diego,  Diego,  Diego.  Es  evidente  que  esa  mujer  está  loca  por  mí.  No  es  capaz  de  quitarme las manos de encima. Deberías haber visto su mirada —una mirada que él tardaría mucho tiempo en olvidar—. Me desea terriblemente.

—Por eso te ha echado de su casa. Sí, tiene sentido.

—Es  una  estrategia  muy  conocida.  Cree  que  si  se  hace  la  dura  conmigo  despertará el interés de Alfonso El Salvaje.

—¿Y lo está consiguiendo?

—Diablos, no —mintió.

—¿Y el interés de Pedro Alfonso?

—Mira,  yo  no  cedo  a  los  chantajes  de  ninguna  de  mis  admiradoras.  Paula Chaves jamás será una buena esposa.

—¿Una buena esposa? ¿Y desde cuándo te gusta salir con mujeres que puedan convertirse en buenas esposas?

—Desde que he empezado a pensar que ya es hora de que siente cabeza —¿Era él realmente el que estaba hablando? Le parecía imposible.

—Parece que tu próximo cumpleaños te está afectando.

—Claro  que  no  —intentó  mover  el  hombro  e  hizo  una  mueca  de  dolor—.  Lo  que  pasa  es  que  me  gustaría  tener  una  familia  y  creo  que  éste  es  un  buen  momento  para  empezar  a  pensar  en  ella.  Mira,  no  tengo  ninguna  prisa.  Simplemente  he pensado   que   debo   mantener   los   ojos  bien   abiertos  por   si   se   presenta   alguna   candidata.

—¿Y dices que eso no tiene nada que ver con el hecho de que estás a punto de cumplir  treinta  y  cinco  años?  —Diego se  quedó  mirando  a  Pedro con  aquella  mirada  pensativa que hacía que éste deseara contarle cada uno de sus pecados.

—Paula Chaves no me gusta —le dijo a su amigo.

—Claro que no.

—Quiero  una  mujer  que  pueda  ver  más  allá  de  Alfonso El  Salvaje.  Una  mujer  con la que pueda hablar, con la que reírme...

—¿Una mujer a la que le guste un hombre amable como Pedro Alfonso?

—Sí, Paula Chaves no es una de las candidatas —aunque se lo hubiera parecido cuando se habían encontrado en el armario.

Aquello era lo que lo estaba volviendo loco: se había equivocado. Y él nunca se equivocaba. Pero tampoco había estado nunca tan cerca de un cambio importante en su vida. Iba a cumplir treinta y cinco años. Casi la mitad de una vida.

—Si  estás  hablando  en  serio  de  buscar  una  esposa,  le  diré  a  Leticia que  mire  si  hay  alguna  candidata  en  la  biblioteca.  Estoy  segura  de  que  tiene  que  estar  llena  de  mujeres que odian a Alfonso El Salvaje.

—Muchas gracias.

—Lo digo en el buen sentido. Y hablando de El Salvaje Alfonso, ¿Has conseguido que Paula Chaves  firmara el contrato antes de que te echara?

—Misión cumplida. Bob se ha quedado sin tartas —Pedro sacó el documento de su bolsillo.

—Gracias  a  Dios  —Diego se  pasó  la  mano  por  el  pelo  y  observó  atentamente  sus  dedos,  buscando  alguna  hebra  traidora  antes  de  suspirar  aliviado—.  Quizá  sólo  sea  una cuestión temporal. Por lo menos eso es lo que ha dicho la vidente.

—¿La vidente?

—Una  amiga  de  Leticia.  He  tenido  la  consulta  esta  tarde,  poco  después  de  que  te  fueras.  Madame  Soleil  me  ha  dicho  que  si  consigo  desprenderme  de  mi  energía  negativa, mi fuerza positiva me ayudará a conservar el pelo.

—¿Has  ido  a  hablar  con  una  vidente?  ¿No  te  parece  que  estás  exagerando  un  poco sólo porque se te han caído cuatro pelos?

—No  dirías  eso  si  fuera  tu  pelo,  y  son  más  de  cuatro.  En  cualquier  caso,  Madame Soleil atiende a mucha gente influyente, incluso a algunas celebridades —se pasó  nuevamente  la  mano  por  el  pelo—.  Mira,  tenía  razón.  Ahora  que  hemos  conseguido el contrato ya no se me cae el pelo.

—¡Claro que no se te está cayendo el pelo!

Diego sonrió.

—Gracias a Dios, Pedro. Me gusta tu actitud positiva. Alimenta mi energía.

—Y ya que hablamos de alimentar, ¿No preferirías estar en tu casa cenando con Leticia, en vez de continuar estresándote aquí?

Diego miró el reloj.

—Caramba, estaba tan concentrado en las cuentas que he perdido la noción del tiempo —tomó su maletín—. Me voy, Pedro. Mañana vendré un poco tarde. Leticia y yo pensamos acostarnos bastante tarde.

—¿Van a trabajar en el proyecto del futuro bebé?

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