—No, vamos a preparar un tónico para el pelo que Leticia ha encontrado en un viejo libro de historia. Hay que echar el último ingrediente antes de que el reloj de las doce y después esperar tres horas —al ver que Pedro sacudía la cabeza con gesto incrédulo, añadió—: Ha encontrado un documento que atestigua que George Washington utilizó esa misma receta.
—Yo pensaba que te ibas a curar con energías positivas.
—El tónico forma parte de un segundo plan. Por si acaso.
—¿Y tanta prevención no cuenta como energía negativa?
La sonrisa de Diego se desvaneció. Se pasó frenético las manos por el pelo y observó desesperado la única hebra que había quedado entre sus dedos.
—¡Oh, no! He expresado mi escepticismo en voz alta y mira lo que ha pasado.
—Sólo es un pelo.
—Son ya sesenta los que se me han caído —se pasó nuevamente la mano por el pelo—. Dios mío, sesenta y uno.
—No me extraña que se te caigan si te pasas el día haciendo eso.
Diego se fue y Pedro se reclinó contra el respaldo de la silla con la mirada fija en el asado que tenía frente a él. La boca se le hizo agua. Pero no a causa de la comida. Estaba hambriento. Pero de algo muy diferente. Cerró los ojos y recordó la sensación de los labios de Paula, su cuerpo presionado contra el suyo mientras se besaban... Aquello era lo que más lo molestaba. No que lo hubiera besado. Después de la estratagema del chantaje, lo que le hubiera sorprendido habría sido que no intentara besarlo. El verdadero problema residía en que él le había devuelto el beso. Y lo peor de todo, en que le había gustado. Le había gustado mucho. Paula había vuelto a ser ella. Abrió los ojos como platos. No, Paula no era ella. La única. A pesar de la atracción inicial y de todas las fantasías que a partir de aquel encuentro había alimentado, la dulce Paula Chaves era como todas las demás mujeres que conocía. Se había dejado seducir por su fama. Cuando pensaba que era un don nadie, ni siquiera se había molestado en averiguar su nombre. Pero seis meses después, en cuanto había descubierto que se trataba del mismísimo Alfonso El Salvaje, no sólo se había ocupado de llamarlo, sino que lo había chantajeado. Una razón más para olvidar su beso. Para olvidarse de ella. Hecho.Tomó un trozo de asado. Cuando cerró los labios alrededor del primer bocado, no pudo evitar un gruñido de placer. Alejandra tenía razón: Paula era una cocinera condenadamente buena.Una maravillosa cocinera con la boca más adorable que había visto en su vida.
A medida que la verdad iba abriéndose en su mente, el enfado de Pedro crecía. Estaba desesperado por ver a Paula Chaves otra vez. A pesar de su promesa de concentrarse en futuros planes de matrimonio, estaba condenadamente ansioso por volver a ver a aquella mujer.
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