—¿Puedo hablar un momento contigo? —le preguntó.
Antes de que pudiera contestar, lo empujó hasta el porche.
—Así que a todo el mundo le llega su hora, ¿Eh? ¿No se te ha ocurrido algo un poco más romántico?
—¿Como decir que tienes unos ojos y unos labios maravillosos y que cada vez que te miro me vuelvo loco?
—Yo... —tragó saliva—. Sí, desde luego, eso es mucho más romántico —sacudió la cabeza—. ¿Pero qué estoy diciendo? No importa que sea o no romántico porque mi madre no lo está oyendo y...
Pedro le acarició los labios.
—Quiero volver a besarte —esperaba que Paula protestara, pero la joven contestó con un soñador:
—¿De verdad?
—Jamás he deseado nada con tanta fuerza. Estaba tan cerca de su boca, a sólo unos milímetros...
—¡Paula! —la llamó su madre desde el interior de la casa—. ¡No encuentro las fuentes de papel y Mauro, Leandro y Mariano quieren llevarles unos trozos de tarta a sus compañeros!
—¡Voy mamá! —tomó aire y se separó de Pedro, resistiendo a duras penas la tentación de besarlo—. Será mejor que nos atengamos a lo que dice la lista.
—Treinta segundos.
—Eran veinte. Nada de lenguas y sólo delante de mi madre. Y ahora mi madre está dentro —se le quebró la voz mientras alzaba la mano hacia su pelo—. Creo que tienes una pelusa en el pelo —antes de que Pedro tuviera tiempo de pestañear siquiera, le había arrancado un pelo—. Ay, lo siento. No era una pelusa. Era una cana.
—¿Pero qué...?
—¡Paulaaa! ¡Las fuentes!
—¡Ya voy! —le tendió la cana—. Tengo que irme —entró en la casa y comenzó a cerrar la puerta—. Tengo un montón de trabajo que hacer antes de la cena —sin esperar respuesta, cerró la puerta.
Pedro miró fijamente la cana. Una cana. Y además el pelo se le estaba cayendo. Se estaba terminando su juventud. Se metió la cana en el bolsillo, se metió en el coche y se dirigió hacia Wild Man diciéndose que iba a tener que hacer algo rápidamente para que Paula se replanteara su lista de prioridades. Porque la deseaba y sabía además que él era el hombre más adecuado para ella.
—Menos mal que has vuelto —dijo Diego al ver entrar a Pedro—. Estaba empezando a preocuparme.
—¿Que estabas empezando a preocuparte? ¿Es que alguna vez en mi vida he dejado plantada una reunión de negocios?
—Son más de las seis. Llegas tarde.
—Sólo cinco minutos. La comida se ha retrasado algo más de lo que esperaba, he tenido que pasar por casa a cambiarme y parar al venir en una farmacia. Mira —le tendió a su amigo un frasco.
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