El timbre volvió a sonar. Paula intentó incorporarse. Jadeando, miró hacia abajo y se arrepintió de haberse comprado unos vaqueros talla treinta y ocho cuando era obvio que necesitaba una cuarenta. ¿Por qué diablos lo habría hecho? El timbre volvió a sonar. Decidió cambiarse de pantalón. Pero no podía desabrocharse el botón, y mucho menos la cremallera. El timbre volvió a sonar. Se levantó con los ojos llenos de lágrimas. Los vaqueros le apretaban dolorosamente la cintura y tenía dificultades para respirar. ¿Cómo diablos se habría metido en aquel lío? Recorrió el dormitorio frenéticamente con la mirada, buscando unas tijeras, un cuchillo, algo...
—Llevo un montón de tiempo llamando. Estaba empezando a preocuparme —oyó la voz de Pedro, cada vez más próxima—. Yo... —asomó la cabeza por la puerta—. Vaya, no sabía que no estabas vestida —comentó al verla con los vaqueros y un sujetador—. Eh... tu madre me ha dicho que pasara.
—Gracias —dijo con voz suave y temblorosa—, por haber estado a mi lado durante todo el día. Eres magnífico. Verdaderamente te mereces la exclusiva de mi Chocolate Cherry Cha—Cha.
—¿Por eso has ido al restaurante? ¿Para decirme que todavía tengo la exclusiva? Pero si tú ganaste la apuesta.
—En realidad no. Bueno, sí, pero el caso es que no me acosté contigo por la apuesta. Por lo menos no del todo. Tenías razón sobre mí.
—Pero si no eres frígida.
—No, pero estaba asustada, y te deseaba. Todavía estoy asustada. Y todavía te deseo —Paula lo miró angustiada—. ¿Qué tiene ella que no tenga yo?
—¿Quién? —Pedro vislumbró un pezón a través del encaje del sujetador y la boca se le secó al recordar el contacto de su lengua con aquel delicioso montículo.
—La mujer con la que estabas.
—¿Qué mujer?
—La rubia. ¿Qué tiene ella que no tenga yo?
—Nada, cariño —Paula se mordió el labio y Pedro sintió un calor inconfundible en su sexo—. Tienes de todo.
—Me sobra de todo —bajó la mirada hacia los pantalones—. Mira, me los compré el año pasado. Son mis vaqueros preferidos. Deseaba tener unos vaqueros de la talla treinta y ocho. Deseaba ser tan perfecta como la Barbie con la que estabas.
—Son bonitos. Pero estarías mejor sin ellos, ¿Por qué no te los quitas? —sugirió seductoramente.
Dos enormes lagrimones rodaron por las mejillas de Paula.
—No puedo, los tengo prácticamente incrustados.
—¿Incrustados?
Paula asintió frenéticamente, sin dejar de llorar.
—Veamos qué podemos hacer al respecto.
Pedro demostró ser un maestro en el arte de las cremalleras. Los vaqueros cedieron fácilmente bajo sus ansiosas manos. Cuando terminó su tarea, abrazó a Paula y la besó.
—No deberíamos estar haciendo esto —susurró ella.
—No —murmuró Pedro, mordisqueándole el hombro—, no deberíamos.
—Esperamos cosas diferentes de la vida.
—Me temo que en este momento los dos deseamos lo mismo.
—De acuerdo, nos sentimos atraídos el uno por el otro —musitó ella, casi sin respiración.
—Desesperadamente atraídos.
—Sí, desesperadamente atraídos —Paula comenzó a acariciarle el cuello—, pero eso no cambiará nada. Más allá de la cama, no tenemos ningún futuro.
—Entonces quedémonos en la cama.
La mañana llegó demasiado pronto. Y con ella la realidad. Pedro se levantó justo antes del amanecer. Paula se sintió terriblemente culpable al verlo saltar de la cama a esas horas, pero en cualquier caso, ella tampoco iba a seguir durmiendo. Tenía que trabajar y dejar de lado lo que había pasado aquella noche. Porque aquella noche, Paula Chaves se había enamorado más profundamente de Pedro Alfonso y necesitaba algo en lo que ocupar su tiempo. Lo que habían compartido era una noche de sexo, se recordó. Nada más.Tres días más y Pedro habría desaparecido para siempre de su vida, que por fin podría volver a la normalidad.Lo que tenía que hacer era asegurarse de mantener las distancias durante ese tiempo.
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