—Pero Pedro puede irse a casa y yo puedo hacerte una sopa, darte un masaje en la espalda... Cualquier cosa que necesites.
—Déjalo, cariño. Jamás me perdonaría a mí misma el haberme entrometido en un amor tan verdadero con el vuestro. No creo que mi frágil corazón pudiera soportar tamaño peso.
—Por lo menos déjame subir contigo.
Alejandra suspiró.
—De acuerdo, pero enseguida vendrás para hacerle compañía a este jovencito.
Tenía que mantenerse a distancia, se repitió por enésima vez Paula antes de entrar en el cuarto de estar y arrojarse directamente a los brazos de Pedro.
—Yo —alzó la mirada hacia sus ojos—, la película...
—He pensado que deberíamos hablar.
—Ya hemos hablado bastante esta tarde.
—Entonces bailemos. Tienes unos discos muy buenos —la besó en la mejilla y la condujo hacia el centro de la habitación.
—Pedro, no... —se interrumpió al ver que él estallaba en carcajadas.
—¿Polkas del Mundo? ¿Los Mejores Twist? ¿Pero de dónde has sacado esto?
—Es música para hacer ejercicio. Tengo toda una colección de cintas y de vídeos. Muchos de los nombres de mis tartas los he sacado de allí. Este método te garantiza que puedes perder más de cinco kilos. Por eso lo encargué.
—¿Y cuántos perdiste? —le preguntó Pedro, volviendo a su lado.
—Dos, después de seis semanas infernales.
—Paula, tú no estás gorda. Estás...
—¡No lo digas!
—¿Que no diga qué?
—Voluptuosa o alguna de esas palabras que se utilizan para describir elegantemente la gordura.
—Iba a decir perfecta.
—¿Perfecta?
Pedro le acarició la mejilla.
—Perfecta, sin ningún defecto, elegante, sexy... P erfecta.
Paula cerró los ojos.
—Mmm, elegante. Eso me gusta.
—Ya mí también —contestó Pedro.
—Y sexy —le recordó Paula, deseando besarlo como no había deseado nada en el mundo.
—Eso también —y entonces Pedro posó su boca perfecta sobre los labios de la joven y la besó.
Le mordisqueó suavemente el labio inferior, obligándola a abrir la boca. Paula sintió el roce de su lengua y se decidió también a explorar el interior de su boca. Pedro deslizaba sus fuertes manos por su espalda, encendiendo cada uno de sus nervios en el camino hacia su cintura, y continuó descendiendo hasta posar las manos en su trasero. Paula, al sentir su erección contra sus muslos, gimió. Pedro también gimió. Ella movía las manos sobre sus hombros, acariciaba su pecho, su cintura... Con un rápido movimiento, Pedro se desprendió de la camisa y a continuación se tumbó con Paula en el sofá. Ella quedó debajo. Él arriba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario