—Espero que le hayas recordado lo de esta tarde. Tenemos una cita para ir pensando en el banquete de la boda y Pedro debería estar allí.
—Te adoro mamá, lo sabes —se apresuró a decir Paula, ignorando las palabras de su madre—. Pero tienes que dejar de meterte en mi vida. He llegado incluso a aceptar que pagaras a alguien para que saliera conmigo...
—Cariño —la interrumpió su madre—, ahora no tenemos tiempo para conversaciones. Llamaré a Pedro yo misma para recordárselo en cuanto termine la tarta de Fresas al Daiquiri Doo—Wop.
—Mamá, esa tarta no existe.
—Claro que sí, y además ya nos la han encargado, Al parecer, Mauro y los otros bomberos quedaron encantados con ese nuevo sabor. Venga hija, ven a probarla a la cocina.
—No quiero probar nada —sacudió la cabeza, abrió un cajón de la cómoda y rebuscó entre los cosméticos—. Esta vez has ido demasiado lejos.
—No sé de qué estás hablando, cariño. ¿Te peleaste con Pedro ayer? Porque oí voces. Aunque yo habría jurado que eran gemidos.
—Eran gemidos, mamá. Y todo por culpa tuya. Me has debido de hacer alguna especie de hechizo. Ya sabía yo que no debería haber dejado que fueras a Nueva Orleans con tu club de bridge. Probablemente hablaste con alguna experta en vudú sobre tu pobre hija. ¿Me has echado alguna loción en la comida? ¿Has recitado algún canto? ¿O has bailado desnuda a la luz de la luna con una muñeca?
—Yo nunca he bailado desnuda, aunque en una ocasión, con tu padre...
—Sé sincera mamá. Eres tú la culpable de todo esto, lo sé. Estás haciendo que me enamore de Pedro, que me olvide de la hora y que empiece a pensar en bodas y en bebés.
—Me encantaría que el mérito fuera mío, cariño. Pero me temo que no he hecho nada...
—¡Aja! —Paula se volvió con una bolsita llena de ceniza gris—. ¿Y esto qué es? ¿Polvos amorosos? ¿Un afrodisíaco?
—Es tu padre, cariño.
—Sí claro, esto es papá.
Alejandra suspiró.
—Tu querido padre odiaba la idea de que lo metieran en una urna... ya sabes que nunca le gustó estar encerrado... Así que pensé que estaría mejor pudiendo verlo todo.
—¿Mi padre?
En cuanto su madre asintió, la bolsa resbaló de entre sus dedos. Las cenizas de su padre se extendieron por el suelo. Y entonces Paula hizo lo que debería haber hecho antes de haberse acostado con Pedro Alfonso. Se desmayó.
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