lunes, 20 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 53

—Espero  que  le  hayas  recordado  lo  de  esta  tarde.  Tenemos  una  cita  para  ir  pensando en el banquete de la boda y Pedro  debería estar allí.

—Te  adoro  mamá,  lo  sabes  —se  apresuró  a  decir  Paula,  ignorando  las  palabras  de  su  madre—.  Pero  tienes  que  dejar  de  meterte  en  mi  vida.  He  llegado  incluso a aceptar que pagaras a alguien para que saliera conmigo...

—Cariño —la   interrumpió   su   madre—,   ahora   no   tenemos   tiempo   para   conversaciones.  Llamaré  a  Pedro yo  misma  para  recordárselo  en  cuanto  termine  la  tarta de Fresas al Daiquiri Doo—Wop.

—Mamá, esa tarta no existe.

—Claro que sí, y además ya nos la han encargado, Al parecer, Mauro y los otros bomberos quedaron encantados con ese nuevo sabor. Venga hija, ven a probarla a la cocina.

—No  quiero  probar  nada  —sacudió  la  cabeza,  abrió  un  cajón  de  la  cómoda  y  rebuscó entre los cosméticos—. Esta vez has ido demasiado lejos.

—No  sé  de  qué  estás  hablando,  cariño.  ¿Te  peleaste  con  Pedro ayer?  Porque  oí  voces. Aunque yo habría jurado que eran gemidos.

—Eran gemidos, mamá. Y todo por culpa tuya. Me has debido de hacer alguna especie  de  hechizo.  Ya  sabía  yo  que  no  debería  haber  dejado  que  fueras  a  Nueva  Orleans  con  tu  club  de  bridge.  Probablemente  hablaste  con  alguna  experta  en  vudú  sobre tu pobre hija. ¿Me has echado alguna loción en la comida? ¿Has recitado algún canto? ¿O has bailado desnuda a la luz de la luna con una muñeca?

—Yo nunca he bailado desnuda, aunque en una ocasión, con tu padre...

—Sé  sincera  mamá.  Eres  tú  la  culpable  de  todo  esto,  lo  sé.  Estás  haciendo  que  me enamore de Pedro, que me olvide de la hora y que empiece a pensar en bodas y en bebés.

—Me encantaría que el mérito fuera mío, cariño. Pero me temo que no he hecho nada...

—¡Aja! —Paula se  volvió  con  una  bolsita  llena  de  ceniza  gris—.  ¿Y  esto  qué es? ¿Polvos amorosos? ¿Un afrodisíaco?

—Es tu padre, cariño.

—Sí claro, esto es papá.

Alejandra suspiró.

—Tu  querido  padre  odiaba  la  idea  de  que  lo  metieran  en  una  urna...  ya  sabes que nunca le gustó estar encerrado... Así que pensé que estaría mejor pudiendo verlo todo.

—¿Mi padre?

En cuanto su madre asintió, la bolsa resbaló de entre sus dedos. Las cenizas de su  padre  se  extendieron  por  el  suelo.  Y  entonces  Paula hizo  lo  que  debería  haber  hecho antes de haberse acostado con Pedro Alfonso. Se desmayó.

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