viernes, 31 de agosto de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 14

–¡Cuiden bien de esos encantos! –el fornido conductor del camión se despidió con la mano y se incorporó al atasco que habían originado las compras de «vuelta al cole» en el estacionamiento de la zona comercial.

–Cuando le ponga las manos encima a ese cuñado mío, voy a… –farfulló Pedro, rodeando a Joaquín con un brazo y a Camila con el otro.

–Cálmate –dijo Paula–. Solo es un pinchazo –le quitó a Camila y la sentó delante de sus hermanos, en el cochecito de paseo para tres.

–Un pinchazo que podría haberse solucionado en el arcén en menos de diez minutos –Pedro resopló–. Pero no. Marcos es el único hombre del mundo que permite que su esposa y sus hijos conduzcan por ahí sin rueda de repuesto.

–No puedes saberlo –Paula se llevó la mano a la frente para proteger los ojos del sol ardiente–. Tal vez usaron la rueda de repuesto y no han tenido oportunidad de reemplazarla.

–No hagas eso –dijo Pedro, guiando a Paula hacia la zona de piezas mecánicas de la tienda.

–¿El qué?

–Intentar justificar a mi hermana. Aunque ese desastre de cuñado mío sea demasiado vago para reemplazar la rueda, Luciana tendría que haberlo solucionado. ¿Cuántas veces le he dicho que siempre tiene que estar preparada?

–Igual que tú estabas preparado para llamar a la grúa tras olvidarte el móvil en el cargador –Paula se rió–. Hemos tenido suerte de que el tipo de asistencia en carretera pasara por aquí.

–Por favor, no me recuerdes lo del móvil.

–Perdona. Pero me ha parecido que Marcos necesitaba que lo defendieran. Además, creo que eres demasiado duro contigo mismo. Siempre pasan cosas. No se puede controlarlo todo.

«¿Quieres apostar?», pensó él. Desde luego, haberse olvidado el móvil era una metedura de pata monumental, igual que no haber comprobado él mismo si llevaban rueda de repuesto. Pero a partir de ese momento el viaje iba a desarrollarse con precisión militar. Cuando llegaron a la zona de los neumáticos, Pedro apretó la mandíbula mientras el dependiente explicaba que el éxito de la oferta de cambio de ruedas por la «vuelta al colegio» era el causante de que los pedidos fueran con dos horas de retraso. Amablemente, les indicó la zona de espera.

–Señor, ¿Las llaves? –pidió, tras la explicación.

Pedro buscó en el bolsillo el horrible llavero rosa que le había dado su hermana. Gruñó al comprender lo que había hecho.

–Señor, ¿Sus llaves? –repitió el encargado.

–Las has dejado en la furgoneta, ¿ A qué sí, Don Siempre Preparado? – Paula soltó una risita.

–¿No son encantadores? –dijo Paula, mirando a los tres angelitos dormidos, mientras sorbía los restos de un delicioso granizado de cereza.

Pedro, que acababa de comprobar sus mensajes, o falta de ellos, desde un teléfono público, gruñó.

–Oh, vamos –dijo ella–. ¿Puedes superarlo de una vez? Todo el mundo comete errores. Yo me dejo las llaves dentro del coche a menudo, por eso ahora guardo una llave de repuesto en una cajita magnética, dentro del hueco de la rueda delantera.

–Yo también la tengo –dijo él–, bajo el eje de la camioneta. De bien poco sirve allí cuando estoy conduciendo la estúpida furgoneta de mi hermana.

–¿Estás más molesto con tu hermana o contigo mismo? –preguntó Annie, conteniendo el deseo de estirar la mano para tocarlo.

–¿Qué quieres decir?

–¿Por qué estás tan enfadado? ¿Sigues irritado por lo de la rueda de repuesto? ¿O tu malhumor es por haberte dejado las llaves en el coche?

–Déjalo, ¿Vale? –Pedro tomó un trago de su botella de agua.

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