lunes, 6 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 28

Algunos botones de la camisa de Pedro se desprendieron. El encaje del sujetador se   desgarró.   Pedro acarició   sus   senos   y   Paula cerró   los   ojos,   completamente   entregada a aquel placer exquisito. Los  papeles  volaron,  los  bolígrafos  rodaron  al  suelo  mientras  ella iba  tumbándose  lentamente  en  el  escritorio.  Sentía  los  fuertes  dedos  de  él jugando  con  sus  pezones  y  su  húmeda  lengua  acariciando  su  cuello.  Antes  de  que  Pedro acercara los labios a sus senos, había gozado ya del calor de su aliento. Paula, jadeó y se arqueó suavemente, en una silenciosa invitación. Pedro la  aceptó  inmediatamente.  Se  apoderó  de  sus  pezones,  primero  de  uno  y  luego de otro. Más,  más,  más,  gritaban  las  hormonas  de  Paula...  O  quizá  fuera  su  boca.  No  estaba segura. De lo único que estaba segura era que Zach obedecía complacido a su súplica.  De  pronto,  se  dio  cuenta  de  que  le  estaba  desabrochando  la  falda.  A  los  pocos segundos estaba besando el pequeño montículo que ocultaban sus bragas. Ella se  arqueó  sobre  el  escritorio  como  si  acabara  de  recibir  una  descarga eléctrica.  El  teclado  del  ordenador  botó.  En  la  pantalla  aparecieron  docenas  de  colores y un profundo pitido le hizo regresar a la realidad. Al caos en el que se había convertido su escritorio y al hecho de que estaba semidesnuda.

—Yo... Tenemos que parar.

—¿Ahora?

 —Sí.

—¿Estás hablando en serio? —parecía estupefacto. Y excitado. Y muy, pero que muy sexy.

—Mira,  hace  mucho  tiempo  que  no  hacía  nada  de  esto  y  la  verdad  es  que  me  encantaría  hacerlo  ahora,  pero  tengo  mucho  trabajo  que  hacer  y  en  realidad  noestamos  saliendo  juntos  y...  —alargó  las  manos  buscando  algo,  cualquier  cosa  que  pudiera interponerse entre ellos, palmeó los platos que les había llevado su madre y sonrió—. Pero siempre podemos compartir unos trozos de queso.

—Me comí una fuente entera de queso —Paula estaba en la cocina del piso de abajo, sujetando el teléfono con la barbilla y el hombro mientras metía la cuchara en un bote de helado de chocolate—. Y todo por culpa de Pedro Alfonso.

—Así  que  le  ofreciste  queso  en  vez  de  sexo  —rió  Zaira—.  Estoy  segura  de  que es la primera vez que le ocurre algo parecido.

—Lo odio. ¿Y sabes lo que hizo? Se marchó.

—Pero tú le dijiste que se fuera.

—Pero  no  era  eso  lo  que  quería  ¿Qué  me  pasa,  Zai?  Por  supuesto  que  quería que se fuera. Ese hombre no tenía ningún derecho a besarme.

—Pero tú lo besaste primero.

—Así no me vas a ayudar a sentirme mejor, Zai.

—Y  tampoco  lo  estoy  intentando.  Soy  tu  amiga,  y  tengo  la  obligación  de  ser  sincera contigo. Estás sexualmente frustrada, y eso es lo que te está volviendo loca.

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