Algunos botones de la camisa de Pedro se desprendieron. El encaje del sujetador se desgarró. Pedro acarició sus senos y Paula cerró los ojos, completamente entregada a aquel placer exquisito. Los papeles volaron, los bolígrafos rodaron al suelo mientras ella iba tumbándose lentamente en el escritorio. Sentía los fuertes dedos de él jugando con sus pezones y su húmeda lengua acariciando su cuello. Antes de que Pedro acercara los labios a sus senos, había gozado ya del calor de su aliento. Paula, jadeó y se arqueó suavemente, en una silenciosa invitación. Pedro la aceptó inmediatamente. Se apoderó de sus pezones, primero de uno y luego de otro. Más, más, más, gritaban las hormonas de Paula... O quizá fuera su boca. No estaba segura. De lo único que estaba segura era que Zach obedecía complacido a su súplica. De pronto, se dio cuenta de que le estaba desabrochando la falda. A los pocos segundos estaba besando el pequeño montículo que ocultaban sus bragas. Ella se arqueó sobre el escritorio como si acabara de recibir una descarga eléctrica. El teclado del ordenador botó. En la pantalla aparecieron docenas de colores y un profundo pitido le hizo regresar a la realidad. Al caos en el que se había convertido su escritorio y al hecho de que estaba semidesnuda.
—Yo... Tenemos que parar.
—¿Ahora?
—Sí.
—¿Estás hablando en serio? —parecía estupefacto. Y excitado. Y muy, pero que muy sexy.
—Mira, hace mucho tiempo que no hacía nada de esto y la verdad es que me encantaría hacerlo ahora, pero tengo mucho trabajo que hacer y en realidad noestamos saliendo juntos y... —alargó las manos buscando algo, cualquier cosa que pudiera interponerse entre ellos, palmeó los platos que les había llevado su madre y sonrió—. Pero siempre podemos compartir unos trozos de queso.
—Me comí una fuente entera de queso —Paula estaba en la cocina del piso de abajo, sujetando el teléfono con la barbilla y el hombro mientras metía la cuchara en un bote de helado de chocolate—. Y todo por culpa de Pedro Alfonso.
—Así que le ofreciste queso en vez de sexo —rió Zaira—. Estoy segura de que es la primera vez que le ocurre algo parecido.
—Lo odio. ¿Y sabes lo que hizo? Se marchó.
—Pero tú le dijiste que se fuera.
—Pero no era eso lo que quería ¿Qué me pasa, Zai? Por supuesto que quería que se fuera. Ese hombre no tenía ningún derecho a besarme.
—Pero tú lo besaste primero.
—Así no me vas a ayudar a sentirme mejor, Zai.
—Y tampoco lo estoy intentando. Soy tu amiga, y tengo la obligación de ser sincera contigo. Estás sexualmente frustrada, y eso es lo que te está volviendo loca.
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