—Yo nunca me rindo —repuso Pedro mientras Paula avanzaba hacia él.
—Yo que tú no lo diría tan rápido —se arrodilló frente a él y comenzó a lamerle un trozo de pastel que se había caído en su ombligo, haciéndole estremecerse—: ¿He ganado ya?
—Ni lo sueñes —pero a pesar de sus palabras, volvió a estremecerse contra sus labios.
Paula comenzó a trabajar con el botón de sus pantalones. Se oyó el siseo de la cremallera y el sexo erecto de Pedro salió de su prisión. Ella lo tomó con los labios y lo lamió. Durante unos segundos, la propia Paula se olvidó de todo lo que no fuera la masculina esencia de Pedro.
—Yo... No... No voy a poder... Aguantar... Mucho más —gimió Pedro, intentando apartarla.
—Oh, Pedro, lo siento. ¿Te he hecho daño? No lo había hecho nunca y no sabía si lo estaba haciendo bien.
—Me rindo —aquellas palabras fueron poco más que un gemido, pero Paula las escuchó claramente.
Asomó a sus labios una sonrisa. Pero no por el hecho de haber ganado. Era el saber que la deseaba lo que la hacía sonreír.
—Ahora me toca a mí —susurró Pedro, estrechándola contra él para darle un profundo beso.
El vello hirsuto de su pecho acarició los tiernos pezones de Paula. Con un rápido movimiento, Pedro tomó un trapo para limpiarse los restos de salsa y pastel de su pecho antes de levantarla en brazos y dirigirse con ella hacia las escaleras.
—¿Qué puerta es? —preguntó cuando llegaron al segundo piso.
—Ésa —señaló una que estaba al final.—¿Y tu madre donde está?
—En la habitación de invitados, en el primer piso.
—Estupendo —y, sin más, abrió la puerta, la dejó en la cama y se quitó los vaqueros y los calzoncillos para quedar completamente desnudo ante ella—. Veamos ahora cuánto tardas en rendirte tú, cariño —murmuró, avanzando hacia ella.
Paula no se rindió. Pero gritó de placer cuando Pedro acarició con la lengua el rincón húmedo del placer hasta hacerle llegar al orgasmo. Permaneció lánguidamente tumbada mientras Pedro ascendía después por su vientre hasta llegar a los pezones. Se estremecía y palpitaba pidiendo cada vez más.Abrió las piernas y estrechó a Pedro entre sus brazos. Al sentir su miembro contra su sexo, gimió, pero la sensación de pronto desapareció. Paula abrió los ojos y vió a Zach tumbado a su lado, con todos los músculos en tensión.
—¿Qué ha pasa...? —la pregunta murió en sus labios al ver que se estaba poniendo un preservativo.
Cuando terminó, Pedro la tomó en brazos y la colocó encima de él.
—Ahora vas a celebrar tu victoria, cariño. Te dejo al mando de todo.
Aquella noche, mientras hacían el amor, Paula tuvo que admitir que Pedro, en el fondo, continuaba siendo un hombre salvaje. Y que lo adoraba por ello.
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