viernes, 17 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 50

—Yo nunca me rindo —repuso Pedro mientras Paula avanzaba hacia él.

—Yo que tú no lo diría tan rápido —se arrodilló frente a él y comenzó a lamerle un trozo de pastel que se había caído en su ombligo, haciéndole estremecerse—: ¿He ganado ya?

—Ni lo sueñes —pero a pesar de sus palabras, volvió a estremecerse contra sus labios.

Paula comenzó a trabajar con el botón de sus pantalones. Se oyó el siseo de la cremallera y el sexo erecto de Pedro salió de su prisión. Ella lo tomó con los labios y  lo  lamió.  Durante  unos  segundos,  la  propia  Paula se  olvidó  de  todo  lo  que  no  fuera la masculina esencia de Pedro.

—Yo...   No... No voy  a poder...   Aguantar... Mucho más   —gimió Pedro, intentando apartarla.

—Oh, Pedro, lo siento. ¿Te he hecho daño? No lo había hecho nunca y no sabía si lo estaba haciendo bien.

—Me  rindo  —aquellas  palabras  fueron  poco  más  que  un  gemido,  pero  Paula las  escuchó  claramente. 

Asomó  a  sus  labios  una  sonrisa.  Pero  no  por  el  hecho  de  haber ganado. Era el saber que la deseaba lo que la hacía sonreír.

—Ahora  me  toca  a  mí  —susurró  Pedro,  estrechándola  contra  él  para  darle  un  profundo  beso. 

El  vello  hirsuto  de  su  pecho  acarició  los  tiernos  pezones  de  Paula.  Con un rápido movimiento, Pedro tomó un trapo para limpiarse los restos de salsa y pastel  de  su  pecho  antes  de  levantarla  en  brazos  y  dirigirse  con  ella  hacia  las  escaleras.

—¿Qué puerta es? —preguntó cuando llegaron al segundo piso.

—Ésa —señaló una que estaba al final.—¿Y tu madre donde está?

—En la habitación de invitados, en el primer piso.

—Estupendo —y,  sin  más,  abrió  la  puerta,  la  dejó  en  la  cama  y  se  quitó  los  vaqueros y los calzoncillos para quedar completamente desnudo ante ella—. Veamos ahora cuánto tardas en rendirte tú, cariño —murmuró, avanzando hacia ella.

Paula no se rindió. Pero gritó de placer cuando Pedro acarició con la lengua el rincón húmedo del placer hasta hacerle llegar al orgasmo. Permaneció  lánguidamente  tumbada  mientras  Pedro ascendía  después  por  su  vientre hasta llegar a los pezones. Se estremecía y palpitaba pidiendo cada vez más.Abrió  las  piernas  y  estrechó  a  Pedro entre  sus  brazos.  Al  sentir  su  miembro  contra su sexo, gimió, pero la sensación de pronto desapareció. Paula abrió los ojos y vió a Zach tumbado a su lado, con todos los músculos en tensión.

—¿Qué  ha  pasa...?  —la  pregunta  murió  en  sus  labios  al  ver  que  se  estaba  poniendo un preservativo.

Cuando terminó, Pedro la tomó en brazos y la colocó encima de él.

—Ahora vas a celebrar tu victoria, cariño. Te dejo al mando de todo.

Aquella noche, mientras hacían el amor, Paula tuvo que admitir que Pedro, en el fondo, continuaba siendo un hombre salvaje. Y que lo adoraba por ello.

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