Faltaba una sola noche para que su madre fuera a Miami y la buena mujer sabía la verdad. Alejandra Chaves lo sabía todo.Con aquella idea en la cabeza, Paula permaneció en la cocina hasta bien entrada la tarde, escondida, concentrándose en el trabajo y rezando para desmayarse de cansancio, tener un accidente con algún electrodoméstico o sufrir un ataque al corazón... Cualquier cosa que le permitiera eludir un encuentro con Alejandra.
—Mamá —la llamó cuando por fin salió de la cocina cerca de las ocho—. Sé que es probable que estés enfadada, pero no harías ningún daño a una mujer indefensa, ¿Verdad? Y mucho menos a tu propia hija... —se interrumpió al llegar al cuarto de estar y ver allí a Pedro—. Tú no eres mi madre.
—Por lo menos no lo era la última vez que nos vimos.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Tu madre me llamó y me dijo que viniera a cenar.
—Pero si ni siquiera he preparado cena.
—Pues alguien lo ha hecho por tí —señaló la mesa perfectamente servida, velas incluidas, y con varias fuentes en medio.
Inmediatamente saltaron las señales de alarma. Aquello tenía que ser obra de su madre.
—¿Tú no has hecho esto? —preguntó Pedro.
—Me he pasado el día trabajando.
—Debería haberlo sabido —respondió Pedro, con algo parecido a la desilusión asomando a su mirada.
—Niños, niños, haya paz —canturreó Alejandra desde el marco de la puerta—. Yo soy la responsable de toda esta maravillosa comida por la que tendrán oportunidad de darme las gracias cuando haya regresado.
—Mamá, espera. Tenemos que hablar... —el sonido de una bocina interrumpió sus palabras.
—Lo siento querida, no tengo tiempo, Zaira me está esperando en el coche. Vamos a cenar juntas. Te adoro, querida, pero soy una mujer soltera y atractiva y necesito salir de vez en cuando. No me esperes levantada. Ah, Pedro, asegúrate de probar la salsa de champiñones. La he hecho especialmente para tí —y antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, abandonó la habitación.
—Estás muy guapa —musitó Pedro, deslizando la mirada por el delantal rosa.
Paula se recogió un mechón de pelo que había escapado de su coleta.
—Estoy hecha un desastre. Llevo todo el día en la cocina —pero era evidente, por la mirada de Zach, que él no la veía nada mal—. Tú también estás magnífico. Te noto algo diferente —avanzó hacia él y se quedó mirándolo fijamente—. Es el pelo. Te lo has teñido.
Pedro desvió inmediatamente la mirada.
—La comida huele realmente bien.
—Te lo has teñido, es increíble.
—¿Hay pollo?
—Pedro—Paula lo agarró por la barbilla para obligarlo a mirarla a los ojos—: estás muy bien, pero también estabas muy bien antes. Con canas.
—Es sólo algo temporal. El tinte se va con unos cuantos lavados. No creo que vuelva a echármelo.
—Sí, tienes un pelo muy bonito —Paula tragó saliva y deseó que las luces no fueran tan tenues, ni la tensión tan espesa—. Tenemos que hablar, Pedro. Mi madre lo sabe todo, Zaira se lo dijo hace días.
—No habrá envenenado la comida, ¿Verdad?
—Mi madre está orgullosa de er una gran cocinera. Jamás estropearía voluntariamente una comida. Creo que, más que enfadada, está decidida a convertir la mentira en realidad.
—Y parece que se está tomando muchas molestias —comentó Pedro, inhalando el aroma de la cena.
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