viernes, 24 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 61

Faltaba  una  sola  noche  para  que  su  madre  fuera a Miami y la buena mujer sabía la verdad. Alejandra Chaves lo sabía todo.Con  aquella  idea  en  la  cabeza,  Paula permaneció  en  la  cocina  hasta  bien  entrada la tarde, escondida, concentrándose en el trabajo y rezando para desmayarse de  cansancio,  tener  un  accidente  con  algún  electrodoméstico  o  sufrir  un  ataque  al  corazón... Cualquier cosa que le permitiera eludir un encuentro con Alejandra.

—Mamá —la llamó cuando por fin salió de la cocina cerca de las ocho—. Sé que es  probable  que  estés  enfadada,  pero  no  harías  ningún  daño  a  una  mujer  indefensa,  ¿Verdad?  Y  mucho  menos  a  tu  propia  hija... —se  interrumpió  al  llegar  al  cuarto  de  estar y ver allí a Pedro—. Tú no eres mi madre.

—Por lo menos no lo era la última vez que nos vimos.

—¿Qué estás haciendo aquí?

 —Tu madre me llamó y me dijo que viniera a cenar.

—Pero si ni siquiera he preparado cena.

—Pues alguien lo ha hecho por tí —señaló la mesa perfectamente servida, velas incluidas, y con varias fuentes en medio.

Inmediatamente saltaron las señales de alarma. Aquello tenía que ser obra de su madre.

—¿Tú no has hecho esto? —preguntó Pedro.

—Me he pasado el día trabajando.

—Debería  haberlo  sabido  —respondió  Pedro,  con  algo  parecido  a  la  desilusión  asomando a su mirada.

—Niños, niños, haya paz —canturreó Alejandra desde el marco de la puerta—. Yo soy la responsable de toda esta maravillosa comida por la que tendrán oportunidad de darme las gracias cuando haya regresado.

—Mamá, espera. Tenemos que hablar... —el sonido de una bocina interrumpió sus palabras.

—Lo  siento  querida,  no  tengo  tiempo,  Zaira me  está  esperando  en  el  coche.  Vamos  a  cenar  juntas.  Te  adoro,  querida,  pero  soy  una  mujer  soltera  y  atractiva  y  necesito  salir  de  vez  en  cuando.  No  me  esperes  levantada.  Ah,  Pedro,  asegúrate  de  probar la salsa de champiñones. La he hecho especialmente para tí —y antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, abandonó la habitación.

—Estás muy guapa —musitó Pedro, deslizando la mirada por el delantal rosa.

Paula se recogió un mechón de pelo que había escapado de su coleta.

—Estoy  hecha  un  desastre.  Llevo  todo  el  día  en  la  cocina —pero  era  evidente,  por la mirada de Zach, que él no la veía nada mal—. Tú también estás magnífico. Te noto  algo  diferente  —avanzó  hacia  él  y  se  quedó  mirándolo  fijamente—.  Es  el  pelo.  Te lo has teñido.

Pedro desvió inmediatamente la mirada.

—La comida huele realmente bien.

—Te lo has teñido, es increíble.

—¿Hay pollo?

—Pedro—Paula lo agarró por la barbilla para obligarlo a mirarla a los ojos—: estás muy bien, pero también estabas muy bien antes. Con canas.

—Es  sólo  algo  temporal.  El  tinte  se  va  con  unos  cuantos  lavados.  No  creo  que  vuelva a echármelo.

—Sí, tienes un pelo muy bonito —Paula tragó saliva y deseó que las luces no fueran tan tenues, ni la tensión tan espesa—. Tenemos que hablar, Pedro. Mi madre lo sabe todo, Zaira se lo dijo hace días.

—No habrá envenenado la comida, ¿Verdad?

—Mi  madre está orgullosa de  er una   gran   cocinera.   Jamás estropearía   voluntariamente una comida. Creo que, más que enfadada, está decidida a convertir la mentira en realidad.

—Y  parece  que  se  está  tomando  muchas  molestias —comentó  Pedro,  inhalando  el aroma de la cena.

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