—Eres muy buena, preciosa. De hecho, he estado a punto de creerte, pero ninguna mujer sería capaz de chantajearme si no tuviera intenciones ocultas. Me chantajeaste para poder tener cerca a un hombre con el que posiblemente has fantaseado desde niña.
—Eso es lo más ridículo, egoísta, engreído... —hizo una larga pausa, como si no consiguiera encontrar la palabra que buscaba—. Me niego a gastar una gota más de energía.
—¿En qué?
—En decirte lo completamente equivocado que estás.
—No estoy en absoluto equivocado, querida. Crees que haciéndote la difícil conseguirás que me acerque a tí.
—No quiero nada de tí. Bueno, sí, quiero que finjas ser mi prometido mientras esté mi madre aquí. Y no me llames «querida», porque éste es un asunto estrictamente de negocios.
—Claro.
—¡Hombres! —farfulló—. De acuerdo, estoy loca por tí, ¿Prefieres que te diga eso?
—Lo sabía.
—Te deseo desde que estaba en el instituto.
—Cuéntame todo lo que quieras.
—¿Puedo ser completamente sincera?
—La sinceridad es la mejor política.
—Soy vidente. Sé que suena raro, pero es la verdad. Un día tuve una visión en la que aparecías.
—¿Una visión?
—Fue un destello de perfección. He pasado los últimos diez años de mi vida pensando en tí, buscando que llegara ese momento. Comencé el negocio de las tartas porque sabía que te lesionarías el hombro, abrirías una cadena de comida rápida y algún día me pedirías la exclusiva de mi Chocolate Cherry Cha—Cha —suspiró con dramatismo—. Me siento tan aliviada. Gracias, Pedro. Acabo de librarme del peso de la mentira. Por fin soy libre, Pedro. Libre gracias a tí.
—Muy graciosa.
—Estoy hablando en serio.
—Y yo voy a colgar ahora mismo.
—Genial. Porque no deberías haber llamado. Algunas personas necesitamos trabajar para vivir.
—Te muestras muy hostil para ser alguien que me necesita.
—¡Yo no te necesito! —murmuró.
Colgó el teléfono y Pedro se descubrió a sí mismo mirando el auricular con una sonrisa en el rostro. Quizá Paula Chaves no anduviera detrás de su fama.
—Te necesito —la voz de Paula atravesó las líneas telefónicas esa misma noche—. Es sábado por la noche y te necesito.
—¿Tanto como para ofrecerme una disculpa?
—¿Quieres que me disculpe? ¿Por qué?
—En primer lugar, por haberme chantajeado.
—De acuerdo, lo siento.
—Por haberme echado de tu casa.
—Lo siento.
—Y por haber mentido al decir que no deseabas a Alfonso El Salvaje.
—No te he mentido, a pesar de las perversas fantasías que tu asquerosa mente haya podido concebir.
—Las que son perversas son tus fantasía.
—Tú no formas parte de mis fantasías —cubrió el auricular con la mano—. Sí, acaba de llamarme, mamá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario