viernes, 3 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 24

—Eres  muy  buena,  preciosa.  De  hecho,  he  estado  a  punto  de  creerte,  pero  ninguna  mujer  sería  capaz  de  chantajearme  si  no  tuviera  intenciones  ocultas.  Me  chantajeaste  para  poder  tener  cerca  a  un  hombre  con  el  que  posiblemente  has  fantaseado desde niña.

—Eso es lo más ridículo, egoísta, engreído... —hizo una larga pausa, como si no consiguiera  encontrar  la  palabra  que  buscaba—.  Me  niego  a  gastar  una  gota  más  de  energía.

—¿En qué?

—En decirte lo completamente equivocado que estás.

—No  estoy  en  absoluto  equivocado,  querida.  Crees  que  haciéndote  la  difícil  conseguirás que me acerque a tí.

—No quiero nada de tí. Bueno, sí, quiero que finjas ser mi prometido mientras esté   mi   madre  aquí.   Y  no me llames   «querida»,   porque   éste   es   un   asunto   estrictamente de negocios.

—Claro.

—¡Hombres! —farfulló—.  De  acuerdo,  estoy  loca  por  tí,  ¿Prefieres  que  te  diga  eso?

—Lo sabía.

—Te deseo desde que estaba en el instituto.

—Cuéntame todo lo que quieras.

—¿Puedo ser completamente sincera?

—La sinceridad es la mejor política.

—Soy vidente. Sé que suena raro, pero es la verdad. Un día tuve una visión en la que aparecías.

—¿Una visión?

—Fue  un  destello  de  perfección.  He  pasado  los  últimos  diez  años  de  mi  vida  pensando en tí, buscando que llegara ese momento. Comencé el negocio de las tartas porque  sabía  que  te  lesionarías  el  hombro,  abrirías  una  cadena  de  comida  rápida  y  algún día me pedirías la exclusiva de mi Chocolate Cherry Cha—Cha —suspiró con dramatismo—. Me siento tan aliviada. Gracias, Pedro. Acabo de librarme del peso de la mentira. Por fin soy libre, Pedro. Libre gracias a tí.

—Muy graciosa.

—Estoy hablando en serio.

—Y yo voy a colgar ahora mismo.

—Genial.  Porque  no  deberías  haber  llamado.  Algunas  personas  necesitamos  trabajar para vivir.

—Te muestras muy hostil para ser alguien que me necesita.

—¡Yo no te necesito! —murmuró.

Colgó el teléfono y Pedro se descubrió a sí mismo mirando el auricular con una sonrisa en el rostro. Quizá Paula Chaves no anduviera detrás de su fama.

—Te  necesito  —la  voz  de  Paula atravesó  las  líneas  telefónicas  esa  misma  noche—. Es sábado por la noche y te necesito.

—¿Tanto como para ofrecerme una disculpa?

—¿Quieres que me disculpe? ¿Por qué?

—En primer lugar, por haberme chantajeado.

—De acuerdo, lo siento.

—Por haberme echado de tu casa.

—Lo siento.

—Y por haber mentido al decir que no deseabas a Alfonso El Salvaje.

—No te he mentido, a pesar de las perversas fantasías que tu asquerosa mente haya podido concebir.

—Las que son perversas son tus fantasía.

—Tú  no  formas  parte  de  mis  fantasías  —cubrió  el  auricular  con  la  mano—.  Sí,  acaba de llamarme, mamá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario