miércoles, 22 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 60

—Ah, entonces sí que te arrepentiste.

—Ésas eran fantasías, querida, no arrepentimientos. Ni una sola vez he deseado que  mi  vida  hubiera  sido  diferente.  Por  supuesto,  todas  las  mujeres  tenemos  fantasías. Pero tu padre satisfizo todos mis... bueno, mis deseos más fundamentalesy gran parte de mis fantasías... ¿Sabes hija? Yo adoraba cocinar, pero no le daba tanta importancia al aspecto comercial de mi trabajo. Tú eres distinta. Conseguir contratos, extender tu negocio, instalar mejores equipos... Ésas son las cosas que a tí realmente te gustan.

—Me encantan, mamá.

—¿Y qué me dices de Pedro? ¿A él que le parece que dediques tanto tiempo a tu negocio?

—Él me apoya. Algunas mujeres podemos tenerlo todo, mamá. Contando con el apoyo de tu pareja, el único límite es el cielo —mintió.

Alejandra bebió un sorbo de café y sonrió.

—Qué agradable es esto.

—¿El qué, mamá?

—Que estemos aquí tú y yo, hablando de mujer a mujer. Me gusta.

—A mí  también.   ¿Puedo preguntarte   algo? —Alejandra asintió—.   ¿Por qué llevabas las cenizas de papá contigo? ¿Es porque lo echas de menos, mamá?

—Echo de menos a tu padre, pero él se ha ido y soy consciente de ello. Llevaba sus cenizas para despedirme de él en el mar. A tu padre le encantaba pescar, así que pensé en arrojar sus cenizas al mar para que pueda disfrutar mientras yo disfruto en la cafetería y en el bar durante el crucero —ante la mirada admonitoria de su hija se apresuró a añadir—. Por supuesto, siguiendo siempre mí dieta.

—Estupendo —Paula tomó un bizcocho y su madre frunció el ceño.

—Ahora ya estoy convencida de que algo va mal.

—¿Porque estoy comiendo?

—Sin que yo te haya obligado.

Paula dió un mordisco a su bizcocho. Y no se sintió culpable. Ni se acordó de la  grasa  que  iba  acumularse  en  su  cintura  y  en  sus  muslos.  Se  sentía  diferente.  Atractiva. Y segura de sí misma. Sonrió.

—Realmente, mamá, las cosas no podían ir mejor.

Había  bastado  una  noche  de  pasión  y  unas  palabras  sinceras  para  liberarla  de  toda una vida de lucha contra la gordura. Y unos minutos de conversación matutina habían modificado una relación que había sido una constante fuente de tensión. Frunció el ceño. Bueno, realmente no todo iba bien. Pero si pudiera resolver su problema con Pedro, su vida sería perfecta. Paula miró a su madre, que sonreía de forma extraña.

—Estás planeando algo —la acusó Paula.

—¿Yo? Sólo estaba pensando.

—En mí y en Pedro.

—En  esos  bizcochos  —Alejandra señaló  el  plato  de  Paula—.  ¿Te  vas  a  comer  el  resto?

—Ni lo sueñes —Paula apartó el plato—. Mamá, deja que las cosas vayan a su aire, ¿De acuerdo? Estamos bien. Yo estoy bien, Pedro está bien y todo va bien.

—Si tú lo dices...

—Lo digo yo, así que no hagas nada.

—Ya veremos.

—Menos  mal  que  has  llamado  —le  dijo  Paula a  Zaira cuando  ésta  por  fin  contestó a su llamada—. No estás enferma, ¿verdad?

—Más bien avergonzada.

—¿De  qué  estás  hablando?  —Paula comenzó  a  batir  la  masa  de  una  tarta  de  limón.

—Lo sabe.

—¿Quién sabe qué?

—Tu  madre.  El  sábado  en  la  peluquería  me  acribilló  a  preguntas.  Fue  muy  cruel,  Pau.  Me  interrogó  en  medio  de  la  manicura.  Confesé  todo.  Fue  terrible. Debería habértelo dicho antes, pero no he sido capaz.

—De  acuerdo.  He  vivido  con  esa  mujer  durante  dieciocho  años  de  mi  vida.  Sé  lo persuasiva que puede llegar a ser.

—No te ha hecho nada, ¿Verdad?

—No,  pero  se  está  comportando  de  forma  extraña.  De  hecho,  ahora  que  lo  pienso, creo que fue después de venir de la peluquería cuando comenzó a hablar de mi padre.

—Pero tu padre ha muerto.

—Ése es el problema, Zai.

—¿Y eso es lo único que ha hecho? ¿Hablar de tu padre? Pues la verdad es que es un alivio.

—No, no lo es. En realidad es aterrador.

—Quizá haya decidido mantenerse apartada de tu vida por una vez y dejar que tú y Pedro se arreglen solos.

—Estamos hablando de mi madre, ¿Recuerdas? Estoy segura de que va a pasar algo.

—Tienes razón. Oh, Pau, lo siento. Recuerda que siempre te he querido como a una hermana.

—No  me  estoy  muriendo  —al  menos  todavía,  pensó  mientras  colgaba  el  teléfono.

Era  terrible.  Aquello  era  terrible. 

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