—Ah, entonces sí que te arrepentiste.
—Ésas eran fantasías, querida, no arrepentimientos. Ni una sola vez he deseado que mi vida hubiera sido diferente. Por supuesto, todas las mujeres tenemos fantasías. Pero tu padre satisfizo todos mis... bueno, mis deseos más fundamentalesy gran parte de mis fantasías... ¿Sabes hija? Yo adoraba cocinar, pero no le daba tanta importancia al aspecto comercial de mi trabajo. Tú eres distinta. Conseguir contratos, extender tu negocio, instalar mejores equipos... Ésas son las cosas que a tí realmente te gustan.
—Me encantan, mamá.
—¿Y qué me dices de Pedro? ¿A él que le parece que dediques tanto tiempo a tu negocio?
—Él me apoya. Algunas mujeres podemos tenerlo todo, mamá. Contando con el apoyo de tu pareja, el único límite es el cielo —mintió.
Alejandra bebió un sorbo de café y sonrió.
—Qué agradable es esto.
—¿El qué, mamá?
—Que estemos aquí tú y yo, hablando de mujer a mujer. Me gusta.
—A mí también. ¿Puedo preguntarte algo? —Alejandra asintió—. ¿Por qué llevabas las cenizas de papá contigo? ¿Es porque lo echas de menos, mamá?
—Echo de menos a tu padre, pero él se ha ido y soy consciente de ello. Llevaba sus cenizas para despedirme de él en el mar. A tu padre le encantaba pescar, así que pensé en arrojar sus cenizas al mar para que pueda disfrutar mientras yo disfruto en la cafetería y en el bar durante el crucero —ante la mirada admonitoria de su hija se apresuró a añadir—. Por supuesto, siguiendo siempre mí dieta.
—Estupendo —Paula tomó un bizcocho y su madre frunció el ceño.
—Ahora ya estoy convencida de que algo va mal.
—¿Porque estoy comiendo?
—Sin que yo te haya obligado.
Paula dió un mordisco a su bizcocho. Y no se sintió culpable. Ni se acordó de la grasa que iba acumularse en su cintura y en sus muslos. Se sentía diferente. Atractiva. Y segura de sí misma. Sonrió.
—Realmente, mamá, las cosas no podían ir mejor.
Había bastado una noche de pasión y unas palabras sinceras para liberarla de toda una vida de lucha contra la gordura. Y unos minutos de conversación matutina habían modificado una relación que había sido una constante fuente de tensión. Frunció el ceño. Bueno, realmente no todo iba bien. Pero si pudiera resolver su problema con Pedro, su vida sería perfecta. Paula miró a su madre, que sonreía de forma extraña.
—Estás planeando algo —la acusó Paula.
—¿Yo? Sólo estaba pensando.
—En mí y en Pedro.
—En esos bizcochos —Alejandra señaló el plato de Paula—. ¿Te vas a comer el resto?
—Ni lo sueñes —Paula apartó el plato—. Mamá, deja que las cosas vayan a su aire, ¿De acuerdo? Estamos bien. Yo estoy bien, Pedro está bien y todo va bien.
—Si tú lo dices...
—Lo digo yo, así que no hagas nada.
—Ya veremos.
—Menos mal que has llamado —le dijo Paula a Zaira cuando ésta por fin contestó a su llamada—. No estás enferma, ¿verdad?
—Más bien avergonzada.
—¿De qué estás hablando? —Paula comenzó a batir la masa de una tarta de limón.
—Lo sabe.
—¿Quién sabe qué?
—Tu madre. El sábado en la peluquería me acribilló a preguntas. Fue muy cruel, Pau. Me interrogó en medio de la manicura. Confesé todo. Fue terrible. Debería habértelo dicho antes, pero no he sido capaz.
—De acuerdo. He vivido con esa mujer durante dieciocho años de mi vida. Sé lo persuasiva que puede llegar a ser.
—No te ha hecho nada, ¿Verdad?
—No, pero se está comportando de forma extraña. De hecho, ahora que lo pienso, creo que fue después de venir de la peluquería cuando comenzó a hablar de mi padre.
—Pero tu padre ha muerto.
—Ése es el problema, Zai.
—¿Y eso es lo único que ha hecho? ¿Hablar de tu padre? Pues la verdad es que es un alivio.
—No, no lo es. En realidad es aterrador.
—Quizá haya decidido mantenerse apartada de tu vida por una vez y dejar que tú y Pedro se arreglen solos.
—Estamos hablando de mi madre, ¿Recuerdas? Estoy segura de que va a pasar algo.
—Tienes razón. Oh, Pau, lo siento. Recuerda que siempre te he querido como a una hermana.
—No me estoy muriendo —al menos todavía, pensó mientras colgaba el teléfono.
Era terrible. Aquello era terrible.
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