viernes, 24 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 62

—Molestias —repuso Paula, intentando no reparar en la forma en la que la luz de las velas se reflejaba en los ojos de Pedro cuando la miraba—. Eso es exactamente lo que es todo esto.

Pedro atrapó su mirada.

—¿Estás pensando en lo mismo que yo?

Paula se humedeció los labios. Pedro la imitó.

—Sí —susurró la joven con voz ronca.

—Bien —Pedro se frotó las manos—. Entonces comamos.

—¿Comamos? —preguntó Paula,  intentando  despejar  las  imágenes  eróticas  que poblaban su mente—. Ah, sí, comamos.

Durante  la  siguiente  media  hora,  Paula y  Pedro permanecieron  sentados  a  la  mesa,  con  la  mirada  fija  en  sus  platos  mientras  hacían  todo  lo  que  podían  por  concentrarse  en  la  cena  que  Alejandra había  preparado.  Sopa  y  ensalada,  pollo  y  salsa  de champiñones.

—Esto está riquísimo —comentó Pedro—. Deberías probarlo.

—Soy alérgica a las setas.

—Son una de mis comidas favoritas.

—No  me  extraña  entonces  que  las  haya  hecho  mi  madre.  Está  intentando  ganarse tu aprecio.

—Y  está  a  punto  de  conseguirlo.  De  hecho,  estoy  pensando  en  pedirle  que  se  case conmigo.

—Por lo menos así no perderemos todo el tiempo que hemos invertido con los falsos preparativos de la boda.

—No tenemos por qué hacerlo.

Fue  un  susurro.  Tan  débil  que  Paula sospechaba  haberlo  imaginado.  Y  confirmó su sospecha al alzar la mirada y descubrir a Pedro concentrado en su plato.Continuaron  comiendo  en  silencio  durante  el  resto  de  la  cena.  Hasta  que  llegaron al postre: tarta de Fresas al Daiquiri Doo-Woop.

—Así que tu madre se va mañana —comentó Pedro entre bocado y bocado.

—A las nueve de la mañana.

—De manera que ésta es nuestra última cena.

Paula no  pudo  evitarlo.  Lo  miró  a  los  ojos  y  vió  sus  propios  sentimientos  reflejados en los de Pedro. Amor.  Deseo.  Desesperación.  Un  momento.  ¿Amor?  No,  era  imposible.  Tenía  que haberse equivocado. Pero estaba allí; lo advertía con una nitidez aterradora. Quería  apartar  la  mirada,  mirar  fijamente  su  plato,  pero  no  podía.  Aquella  era  su última cena. Su última noche con él.

—Tú volverás a trabajar hasta tarde —comentó Pedro.

—Y tú a buscar a la esposa perfecta.

—¿Sabes  una  cosa?  —la  miró—.  Esto  estaba  riquísimo,  pero  todavía  tengo  hambre.

Antes de que Paula pudiera darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Pedro le tomó la mano, la instó a levantarse de la silla y la sentó en su regazo.

—¿Qué  estás haciendo? —preguntó Paula cuando Pedro comenzó  a  desabrocharle los botones de la blusa.

—Continuar con el postre y darte algo que puedas recordar cuando reanudes tu antiguo horario de trabajo.

Paula comenzó entonces a desabrocharle la camisa.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Pedro.

—Yo  también tengo  hambre,  y,  definitivamente,  tú  también  necesitas  algo  que  recordar cuando estés buscando a tu esposa perfecta.

Pedro atrapó sus labios en un profundo beso que dejó sin respiración a Paula. Él sabía a fresas, a crema y a una determinación que anulaba el sentido. Sabía a amor. A deseo. A desesperación. La miró a los ojos y le desabrochó el sujetador.

—Te deseo, Paula.

—Yo también te deseo. Así que deja de hablar y haz algo.

Pedro sonrió  y  fue  deslizando  lentamente  la  mirada  por  el  cuerpo  de  Paula.  Ésta  sintió  cómo  se  endurecían  sus  pezones,  como  se  henchían  sus  senos.  Él inclinó la cabeza.  Ella  cerró los ojos y esperó el placer que se avecinaba. Y siguió esperando. Abrió  los  ojos  y  vió  a  Pedroinclinado  hacia  atrás,  con  el  rostro  descompuesto  por el dolor.

—¿Qué te pasa?

—Yo... —gimió.

Paula se levantó de un salto.

—Pedro, ¿Qué ocurre?

Pedro volvió a gemir de dolor. Paula recompuso rápidamente sus ropas y fue a llamar a una ambulancia.

—¿Se  pondrá  bien?  —preguntaba  Paula suplicante  mientras  subía  en  la  ambulancia y se sentaba impotente entre dos enfermeros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario