—Por última vez, Paula. Deja de disculparte. Estoy segura de que tu padre no ha sentido nada.
Pedro llegó en ese momento y se sentó en frente de Paula. Alejandra estaba terminando ya su segundo plato de costillas.
—Siento llegar tarde. Uno de los hornos de un restaurante ha tenido problemas y he ido a revisar las instalaciones. ¿Qué ha pasado?
—He esparcido a mi padre —farfulló Paula.
—Y después lo has recogido y has encontrado otra bolsita para él. Relájate cariño y cómete un frito de queso.
—No puedo, mamá.
—Se ha desmayado —le explicó Alejandra a su futuro yerno.
Pedro la miró con los ojos entrecerrados:
—¿Estás enferma?
—¿Embarazada? —preguntó Alejandra esperanzada.
—¡Mamá!
—Perdona a esta pobre anciana por desear nietos.
—Tú no eres ninguna anciana.
—Estoy a punto de subir al cielo. Miguel, cariño, pronto estaré contigo.
—Mamá, por favor, no digas esas cosas.
—¿Por qué te has desmayado? —quiso saber Pedro.
—Está muy débil —le explicó Alejandra—. Ya le he dicho yo que se olvide de todas esas dietas. ¿No te parece que ya está perfecta? Tan suave y redondeada, tan...
—Estás intentando matarme, ¿Verdad, mamá?
—Cualquier hombre sería feliz entre sus brazos.
—Ahórrate la molestia, me suicidaré yo sola —dijo Paula—. Pásame el cuchillo de la mantequilla.
Pedro sonrió y apartó el cuchillo de su alcance. Al hacerlo, rozó sus dedos. Sus ojos se encontraron y él sintió que su corazón dejaba de latir. Apartó la mano y puso frente a ella la bandeja de fritos.
—Come, cariño, seguro que te sentarán bien.
—¿Lo ves? A Pedro no le importa que te comas un frito y si tu futuro marido no es quién para juzgar si estás gorda o no, entonces que tu padre me lleve con él —dijo mirando hacia el cielo.
—Está bien, comeré un frito.
Pedro intentó no mirar, pero no pudo evitarlo. La boca se le secó al verla lamer el queso y masticar la patata.
—Alejandra —comentó, volviéndose hacia ella—. ¿Te gustaría ver la cocina?
—Oh, me encantaría.
—Magnífico, te la enseñaré.
—Preferiría que me hiciera los honores este atractivo jovencito —se volvió hacia un sorprendido camarero, se levantó y lo agarró del brazo.
—Sé que se propone algo —Paula siguió a su madre con la mirada.
—¿Qué?
—No sé, pero tengo la sensación de... No importa —tomó aire—. Tenemos que hablar sobre lo de anoche. Fue realmente maravilloso, pero fue sólo...
—Sexo.
—¿Qué has dicho?
—Que lo de anoche fue sólo sexo. Eso es lo que tú ibas a decir.
—Sí, pero estaba pensando que fue una gran noche de sexo.
—Fantástica.
—Monumental.
—Pero sólo sexo.
—Sí —se tensó—. Eso no quiere decir nada. Tú me deseaste, yo te deseé...
—Y yo te devolví la exclusiva.
—Exacto. Yo gané la apuesta, ¿Verdad?
¿Pero entonces por qué Pedro se sentía como si fuera él el ganador al verla sonreír?
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