lunes, 20 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 54

—Por última vez, Paula. Deja de disculparte. Estoy segura de que tu padre no ha sentido nada.

Pedro llegó  en  ese  momento  y  se  sentó  en  frente  de  Paula.  Alejandra  estaba  terminando ya su segundo plato de costillas.

—Siento llegar tarde. Uno de los hornos de un restaurante ha tenido problemas y he ido a revisar las instalaciones. ¿Qué ha pasado?

—He esparcido a mi padre —farfulló Paula.

—Y  después  lo  has  recogido  y  has  encontrado  otra  bolsita  para  él.  Relájate  cariño y cómete un frito de queso.

—No puedo, mamá.

—Se ha desmayado —le explicó Alejandra a su futuro yerno.

Pedro la miró con los ojos entrecerrados:

—¿Estás enferma?

—¿Embarazada? —preguntó Alejandra esperanzada.

—¡Mamá!

—Perdona a esta pobre anciana por desear nietos.

—Tú no eres ninguna anciana.

—Estoy a punto de subir al cielo. Miguel, cariño, pronto estaré contigo.

—Mamá, por favor, no digas esas cosas.

—¿Por qué te has desmayado? —quiso saber Pedro.

—Está  muy  débil  —le  explicó  Alejandra—.  Ya  le  he  dicho  yo  que  se  olvide  de  todas esas dietas. ¿No te parece que ya está perfecta? Tan suave y redondeada, tan...

—Estás intentando matarme, ¿Verdad, mamá?

—Cualquier hombre sería feliz entre sus brazos.

—Ahórrate  la  molestia,  me  suicidaré  yo  sola  —dijo  Paula—.  Pásame  el  cuchillo de la mantequilla.

Pedro sonrió  y  apartó  el  cuchillo  de  su  alcance.  Al  hacerlo,  rozó  sus  dedos.  Sus  ojos  se  encontraron  y  él sintió  que  su  corazón  dejaba  de  latir.  Apartó  la  mano  y  puso frente a ella la bandeja de fritos.

—Come, cariño, seguro que te sentarán bien.

—¿Lo ves? A Pedro no le importa que te comas un frito y si tu futuro marido no es quién para juzgar si estás gorda o no, entonces que tu padre me lleve con él —dijo mirando hacia el cielo.

—Está bien, comeré un frito.

Pedro intentó no mirar, pero no pudo evitarlo. La boca se le secó al verla lamer el queso y masticar la patata.

—Alejandra —comentó, volviéndose hacia ella—. ¿Te gustaría ver la cocina?

—Oh, me encantaría.

—Magnífico, te la enseñaré.

—Preferiría que me hiciera los honores este atractivo jovencito —se volvió hacia un sorprendido camarero, se levantó y lo agarró del brazo.

—Sé que se propone algo —Paula siguió a su madre con la mirada.

—¿Qué?

—No sé, pero tengo la sensación de... No importa —tomó aire—. Tenemos que hablar sobre lo de anoche. Fue realmente maravilloso, pero fue sólo...

—Sexo.

—¿Qué has dicho?

—Que lo de anoche fue sólo sexo. Eso es lo que tú ibas a decir.

—Sí, pero estaba pensando que fue una gran noche de sexo.

—Fantástica.

—Monumental.

—Pero sólo sexo.

—Sí —se tensó—. Eso no quiere decir nada. Tú me deseaste, yo te deseé...

—Y yo te devolví la exclusiva.

—Exacto. Yo gané la apuesta, ¿Verdad?

¿Pero  entonces  por  qué  Pedro se  sentía  como  si  fuera  él  el  ganador  al  verla  sonreír?

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