—A ciertas partes de mi anatomía no les vendría nada mal desprenderse de un poco de equipaje.
—Como a sus caderas —intervino Jimena—. Odia sus caderas.
—Y su trasero —añadió Martín—. Pero no tienes por qué odiarlo. Tu trasero es perfecto.
—¿Pueden dejarnos solos un momento, por favor?
Jimena y Martín se retiraron y Paula intentó recuperar su maltrecho control. Tomó aire.
—Estoy intentando trabajar, Pedro. Necesito trabajar, y más ahora que he echado a perder la mezcla entera de una tarta, he destrozado mi blusa favorita y voy con cinco, no —se corrigió tras mirar el reloj—, con seis minutos de retraso.
—Trabajas demasiado. Necesitas tomarte un descanso.
—Lo que necesito es que te atengas a lo que ponía en la lista.
—Puedo darte un beso de veinte segundos si eso es lo que quieres.
Paula suspiró frustrada.
—Te odio.
—Lo sé —contestó Pedro sonriente.
—Si tuviera una pistola, ya habrías pasado a la historia.
—Me encanta escucharte.
—Un disparo entre los dos ojos. Después, te colgaría en mi despacho.
Pero en vez de salir corriendo para defender su vida, Zach permanecía sonriente frente a ella.
—Estupendo.
—¿Estupendo? ¿Te amenazo y te parece estupendo?
—Magnífico.
—Hombres —musitó—. Mira, supongo que eres consciente de que necesito limpiar esto y volver al trabajo. Y supongo que, teniendo en cuenta que hoy es tu día libre, tendrás cosas más interesantes que hacer que pasarte la mañana mirando cómo trabajo —en ese momento se abrió la puerta, golpeándole la espalda.
—¡Paula, la peluquería es estupenda! ¡Oh, no te había visto! ¿Pero hija mía, qué te ha pasado?
—Una pequeña pelea con la comida —Pedro se colocó al lado de Paula y le pasó el brazo por los hombros—. Aquí tenemos una mujer realmente salvaje... no sé si sabes lo que quiero decir.
—Estás hablando de mi hija, jovencito —el rostro de Alejandra se suavizó y asomó a sus labios una sonrisa—. Pero sé perfectamente lo que quieres decir. Yo también he sido joven, ¿Sabes? En una ocasión, el padre de Paula...
—Mamá, ¿Dónde está Zaira?
—Ha tenido que irse. Yo venía para invitarte a comer. Pedro puede venir con nosotras.
—No creo que sea una buena idea...
—Tenemos otros planes —la interrumpió Pedro—. He tenido que cancelar la excursión y no podía mantenerme lejos de mi pequeño pastel de azúcar.
—Por favor, no me llames así —gruñó Paula.
—Pero si es muy dulce, cariño —su madre tragó saliva y se llevó la mano al pecho.
—Mamá, ¿Qué te pasa? ¿Te duele el corazón?
—Oh, no —suspiró Alejandra—. Al oír a Pedro me he acordado de mi querido Miguel—elevó la mirada al cielo—. Miguel, cariño, te veré muy pronto.
—¡Mamá! No digas esas cosas.
—Pero no hasta que mi hija y este jovencito estén felizmente casados. Entonces, ¿Qué planes tienen para hoy los dos tortolitos?
—Trabajar.
—Ir al campo.
Alejandra seleccionó inmediatamente la respuesta que le parecía más oportuna.
—¿Se van al campo? Oh, qué romántico.
—No puedo ir a ninguna parte. No puedo dejar todo esto patas arriba para irme al campo.
—Por supuesto que puedes. Para eso está tu madre aquí, para sustituirte —rodeó a Paula y la empujó para que saliera de la cocina—. Venga, márchate y disfruta. Y cuando vuelvas, ya tendré preparadas esas tartas de chocolate que tanto te preocupan. Hala, márchate —Alejandra elevó la voz por encima del zumbido de las batidoras y de las llamadas de Jimena y de Martín, que le pedían que volviera a1 trabajo y comenzara a dar órdenes.
—¿Sabe hornear ella las tartas?
Paula miró a Pedro y suspiró.
—Ha estado trabajando durante toda la semana en la cocina, pero no ha tenido que hacerse nunca cargo de ella.
—Seguro que lo hará estupendamente. Bueno, te espero en la puerta dentro de cinco minutos. Ah, por cierto. Tus caderas están perfectamente. Y también tu trasero, claro.
—¿Y tú cómo lo sabes? Nunca has visto mis caderas, y mucho menos mi trasero.
—Sí. Los he visto —se acercó a ella—. El día que se te rompió la cremallera.
—Se me había olvidado que estabas en aquel armario —repuso Paula, sintiendo cómo cubría su cuerpo una oleada de calor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario