miércoles, 29 de agosto de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 8

Por lo que había oído, Jed parecía pensar que su hermana había sufrido una crisis nerviosa y había decidido concederse una escapadita. Pero la mujer que había llamado parecía preocupada, no como si estuviera divirtiéndose. Su voz tensa no era la de una mujer que hubiera abandonado a sus tres bebés en casa de su hermano soltero que, obviamente, no sabía nada de cuidar niños.

¡Buaaaaa buuu buaaaa!

Paula pensó que tal vez fuera hora de dejar de jugar a detectives y volver a hacer de mamá temporal. Ahuecó la almohada de plumas de la cama e inhaló el aroma viril de la habitación. Estaba en zona peligrosa. Los dormitorios eran entornos muy personales que decían mucho de la gente. Pero como ella no quería iniciar ninguna relación por el momento, no tenía por qué notar la suavidad de las sábanas azul marino, ni su aroma a suavizante y loción para después del afeitado. Sobre todo, no quería ver la fantástica reproducción enmarcada que había sobre la cama: Y el oro de sus cuerpos de Gauguin. Siempre le había encantado esa obra. Las mujeres isleñas evocaban paraíso y placer. Era interesante que a Jed también le gustara.

¡Buaa!

Mientras salía de la habitación, Paula paseó los dedos por la superficie de una cómoda antigua. Le encantaban las antigüedades y las historias que había tras ellas. Se preguntó de dónde había salido esa pieza, si era herencia familiar o la había comprado en una subasta. Tal vez podrían ir a alguna subasta juntos en el futuro.

¡Buaaaaaaaaa!

Paula lanzó una última mirada a su alrededor y bajó las escaleras. Tenía a Camila en brazos y comprobaba su pañal cuando sonó el teléfono. Si era Luciana de nuevo, tenía que contestar. Corrió escaleras arriba, maldiciéndose por no haber bajado el inalámbrico con ella.

–¿Hola? –contestó, jadeante.

–Hola, Paula. Bien, has encontrado el teléfono.

Ella sintió un curioso aleteo en el estómago. Se preguntó si se debía a que Pedro sonaba igual de seductor al teléfono como en persona. Sonrió a Camila, que la miraba con sus enormes ojos azules.

–¿Lo habías escondido? –preguntó ella.

–No, siempre se me olvida bajarlo. Un rayo frió el teléfono de la planta de abajo.

–¿Lo serviste con tomate o con salsa tártara?

–Puaj, que mal chiste –rezongó él.

–Lo siento. No he podido evitarlo.

–Estás perdonada. ¿Va todo bien?

–Sí. Camila se ha despertado, pero los niños siguen dormidos. Ah, y tu hermana llamó.

–¿Hablaste con ella?

–Tardé una eternidad en encontrar el teléfono, cuando contesté se había cortado la comunicación.

Se oyó un largo suspiro al otro lado de la línea.

–¿Quieres que te ponga el mensaje que dejó?

–Sí, por favor.

Ella presionó el botón rojo que había junto a una luz parpadeante y dejó que sonara el mensaje.

–¿Y bien? ¿Eso te dice algo? –preguntó.

–Sí, me dice que retire a la policía del caso y pase al plan B.

–¿Y cuál es?

–Ir a buscarla.

–Pero no sabes dónde esta.

–Oh, sí que lo sé.

–¿Podrías hacerme partícipe del secreto? –sugirió Paula, cambiando a la bebé al otro brazo.

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