Paula sonrió e, inmediatamente, soltó una carcajada.
—Lo siento. Por un segundo me ha parecido oírle decir que Pedro estaba preparando salsa enla cocina.
—La mejor salsa de Texas. La receta es suya, ¿Sabes? Cuando él todavía jugaba al fútbol y yo estaba estudiando, nos juntábamos los fines de semana para hacer barbacoas. En una de esas ocasiones, Pedro descubrió el ingrediente secreto que ha convertido su salsa en algo especial.
—¿Qué es?
—Secreto —oyó Paula tras ella.
Se volvió y se encontró frente a Pedro.
—En cualquier caso —continuó Diego— a todo el mundo le encanta esa salsa.
Pero Paula ya no lo escuchaba. Estaba ocupada mirando a Pedro con expresión acusadora.
—¡Tú cocinas!
—Sí.
—Pero... Pero no es justo. No puedes... Quiero decir... Cocinar para sustituir a una mujer que acaba de tener gemelos es un gesto demasiado sensible, impropio de tí, por no mencionar que es lo primero que...
—Estás divagando.
Paula cerró la boca y lo miró con recelo.
—¿De verdad eres el creador de esa salsa? ¿Y cómo es posible que yo no haya oído nada al respecto?
—Es un secreto muy bien guardado —intervino Diego—. Bueno, ya sabe, se supone que un hombre como Alfonso El Salvaje no se dedica a hacer salsas.
—Pero Pedro Alfonso sí —señaló Paula.
—Exacto —Diego se volvió hacia Pedro—. Tengo que irme. Tengo una reunión con los directores de cada restaurante para analizar los presupuestos.
—Asegúrate de hablar de las subidas... —Pedo se interrumpió para olfatear—. ¿Qué olor es ése? —se inclinó hacia Diego—. Eres tú. Es tu pelo.
—Ah, eso —Diego sonrió—. Es una poción de vinagre y mayonesa. Me la ha hecho Leticia.
—¿Y qué ha pasado con la loción que te iba a preparar a media noche?
—La falta de sueño me provocaría más estrés, y, consecuentemente, aumentaría la caída del cabello.
—Pero hueles a ensalada.
—Muy divertido —Diego dirigió a Pedro una dura mirada antes de volverse de nuevo hacia Paula—. Ha sido un placer volver a verla. Un verdadero placer. Ah, por cierto... —buscó en su maletín y sacó el periódico abierto por la página en la que aparecía el anuncio de boda—. Una foto genial.
—Caramba, la ha visto todo el mundo —dijo Paula en cuanto Diego se fue.
—Gracias a tí. Se suponía que todo esto lo íbamos a mantener en secreto.
—Mira Pedro, eso no ha sido cosa mía. Ha sido mi madre, y me encargaré de que se desmienta la noticia en cuanto todo esto haya terminado.
—¿Para eso has venido? ¿Para explicarme lo de la noticia?
—No, tenemos que hablar. He pensando que deberíamos revisar nuestro acuerdo, aclarar algunas cosas y...
—Ya hemos firmado el contrato, ahora no puedes retractarte.
—Lo que pretendo es dejar bien delimitadas tus obligaciones. Explicitar qué se espera exactamente de tí como prometido. De esta forma no correremos el riesgo de que se produzcan eh... malentendidos como el de la otra noche.
Pedro le apartó un mechón de pelo de la cara.
—Tú me besaste.
—Lo sé. Y no debería haberlo hecho. Ésa es la razón por la que he elaborado esta lista. Por cierto, he incluido en ella un apartado de besos —le tendió una hoja de papel—. Está permitido besar —continuó explicándole—, pero sólo delante de mi madre y con los labios, nada de lenguas. Y los besos no pueden pasar de quince segundos.
Pedro miró la lista y estuvo a punto de estallar en carcajadas. Y lo habría hecho, si la sangre no hubiera estado corriéndole por las venas a tal velocidad que lo único que podía hacer era intentar tranquilizarse para evitar un ataque al corazón.
—¿De verdad no quieres que te bese?
—No quiero que me beses de verdad. Sólo quiero besos fingidos.
—¿Estás hablando en serio? ¿De verdad no te gusto?
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