miércoles, 8 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 31

Paula sonrió e, inmediatamente, soltó una carcajada.

—Lo  siento.  Por  un  segundo  me  ha  parecido  oírle  decir  que  Pedro estaba  preparando salsa enla cocina.

—La mejor salsa de Texas. La receta es suya, ¿Sabes? Cuando él todavía jugaba al fútbol  y  yo  estaba  estudiando,  nos  juntábamos  los  fines  de  semana  para  hacer  barbacoas.  En  una  de  esas  ocasiones,  Pedro descubrió  el  ingrediente  secreto  que  ha  convertido su salsa en algo especial.

—¿Qué es?

—Secreto —oyó Paula tras ella.

Se volvió y se encontró frente a Pedro.

—En cualquier caso —continuó Diego— a todo el mundo le encanta esa salsa.

Pero Paula ya no lo escuchaba. Estaba ocupada mirando a Pedro con expresión acusadora.

—¡Tú cocinas!

—Sí.

—Pero... Pero no es justo. No puedes... Quiero decir... Cocinar para sustituir a una mujer que acaba de tener gemelos es un gesto demasiado sensible, impropio de tí, por no mencionar que es lo primero que...

—Estás divagando.

Paula cerró la boca y lo miró con recelo.

—¿De  verdad  eres  el  creador  de  esa  salsa?  ¿Y  cómo  es  posible  que  yo  no  haya  oído nada al respecto?

—Es  un  secreto  muy  bien  guardado  —intervino  Diego—.  Bueno,  ya  sabe,  se  supone que un hombre como Alfonso El Salvaje no se dedica a hacer salsas.

—Pero Pedro Alfonso sí —señaló Paula.

—Exacto —Diego se volvió hacia Pedro—. Tengo que irme. Tengo una reunión con los directores de cada restaurante para analizar los presupuestos.

—Asegúrate de hablar de las subidas... —Pedo se interrumpió para olfatear—. ¿Qué olor es ése? —se inclinó hacia Diego—. Eres tú. Es tu pelo.

—Ah, eso  —Diego sonrió—.  Es  una  poción  de  vinagre  y  mayonesa.  Me  la  ha  hecho Leticia.

—¿Y qué ha pasado con la loción que te iba a preparar a media noche?

—La falta de sueño me provocaría más estrés, y, consecuentemente, aumentaría la caída del cabello.

—Pero hueles a ensalada.

—Muy  divertido  —Diego dirigió  a  Pedro una  dura  mirada  antes  de  volverse  de  nuevo  hacia  Paula—.  Ha  sido  un  placer  volver  a  verla.  Un  verdadero  placer.  Ah,  por cierto... —buscó en su maletín y sacó el periódico abierto por la página en la que aparecía el anuncio de boda—. Una foto genial.

—Caramba, la ha visto todo el mundo —dijo Paula en cuanto Diego se fue.

—Gracias a tí. Se suponía que todo esto lo íbamos a mantener en secreto.

—Mira Pedro, eso no ha sido cosa mía. Ha sido mi madre, y me encargaré de que se desmienta la noticia en cuanto todo esto haya terminado.

—¿Para eso has venido? ¿Para explicarme lo de la noticia?

—No,  tenemos  que  hablar.  He  pensando  que  deberíamos  revisar  nuestro  acuerdo, aclarar algunas cosas y...

—Ya hemos firmado el contrato, ahora no puedes retractarte.

—Lo que pretendo es dejar bien delimitadas tus obligaciones. Explicitar qué se espera exactamente de tí como prometido. De esta forma no correremos el riesgo de que se produzcan eh... malentendidos como el de la otra noche.

Pedro le apartó un mechón de pelo de la cara.

—Tú me besaste.

—Lo  sé.  Y  no  debería  haberlo  hecho.  Ésa  es  la  razón  por  la  que  he  elaborado  esta lista. Por cierto, he incluido en ella un apartado de besos —le tendió una hoja de papel—.  Está  permitido  besar  —continuó  explicándole—,  pero  sólo  delante  de  mi  madre  y  con  los  labios,  nada  de  lenguas.  Y  los  besos  no  pueden  pasar  de  quince  segundos.

Pedro miró la lista y estuvo a punto de estallar en carcajadas. Y lo habría hecho, si la sangre no hubiera estado corriéndole por las venas a tal velocidad que lo único que podía hacer era intentar tranquilizarse para evitar un ataque al corazón.

—¿De verdad no quieres que te bese?

—No quiero que me beses de verdad. Sólo quiero besos fingidos.

—¿Estás hablando en serio? ¿De verdad no te gusto?

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