lunes, 13 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 40

El final de la frase fue ahogado por un grito procedente del campo de juego. Paula alzó   la   cabeza   y   vió   un   balón   de   fútbol   volando   hacia   ella.   Instintivamente,  se  levantó,  le  dió  una  patada  corrió  después  hacia  el  balón  y  lo  atrapó, para sorpresa de Pedro y del grupo de deportistas que rápidamente la rodeó.

—Ha sido un buen tiro —comentó Pedro.

—Muy bueno —intervino uno de los niños—para una chica.

—Una  chica,  ¿Eh?  —Paula cruzó  la  mirada  con  Pedro—.  Acabas  de  lanzarme  un  desafío  —giró  el  balón  de  fútbol  entre  sus  manos—:  ¿Alguien  quiere  unirse  al  juego?

Sin atreverse a levantar mucho la voz, todos los niños mostraron su negativa a jugar con una chica.

—¡Pero  si  ya  está  jugando!  —replicó  Pedro mientras  se  colocaba  en  posición  de  patear la pelota.

En cuestión de segundos, Paula se descubrió a sí misma atrapando un balón y haciendo la carrera de su vida, seguida por una docena de niños. Sintió  un  fuerte  impacto  en  la  espalda  instantes  antes  de  caer  en  la  hierba.  El  balón  se  le  escapó  de  las  manos  y  se  volvió,  esperando  encontrarse  una  docena  de rostros sonrientes sobre ella. Pero sólo vió uno.

—¡El  balón  está  libre!  —gritó  una  voz  infantil  y  decenas  de  manos  corrieron  hacia el lado opuesto del campo.

Inmediatamente les siguieron el resto de jugadores. Todos menos Paula y el hombre que permanecía tumbado encima de ella.

—¡Me has placado! —Paula clavó la mirada en el rostro de Pedro. Estaban tan cerca que su aliento rozaba sus labios.

—Sí.

—Pero se supone que estamos en el mismo equipo.

—Sí.

—Y jamás debe placarse a un miembro de tu propio equipo.

—Desde luego.

—Sin  embargo,  tú  lo  has  hecho  conmigo  —sentía  sus  fuertes  músculos  contra sus curvas—. De hecho, todavía no me has soltado.

—No, no te he soltado.

—Y vas a besarme, ¿Verdad?

—Sí —sus labios se encontraron.

No  tenía  que  devolverle  el  beso,  se  dijo  Paula,  a  pesar  de  la  electricidad  que  hacía temblar su cuerpo. No podía.Pero  entreabrió  los  labios.  Y  sus  lenguas  comenzaron  a  enredarse,  y  un  calor  cada vez más intenso se iba apoderando de todos sus sentidos mientras Pedro posaba la  mano  en  su  cuello  y  la  estrechaba  contra  él  para  profundizar  su  beso.  Era  una  delicia...  Pedro sabía a sol, a calor, a hierba...

—¡Gol! —se oyó gritar desde el otro extremo del campo.

Paula abrió  los  ojos  y  se  descubrió  mirando  los  ojos  más  profundos,  más  azules y apremiantes que había visto en su vida. El corazón le latía con fuerza en el pecho. La sangre le corría a toda velocidad y su cuerpo parecía haber encontrado el perfecto acomodo bajo Pedro.

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