El final de la frase fue ahogado por un grito procedente del campo de juego. Paula alzó la cabeza y vió un balón de fútbol volando hacia ella. Instintivamente, se levantó, le dió una patada corrió después hacia el balón y lo atrapó, para sorpresa de Pedro y del grupo de deportistas que rápidamente la rodeó.
—Ha sido un buen tiro —comentó Pedro.
—Muy bueno —intervino uno de los niños—para una chica.
—Una chica, ¿Eh? —Paula cruzó la mirada con Pedro—. Acabas de lanzarme un desafío —giró el balón de fútbol entre sus manos—: ¿Alguien quiere unirse al juego?
Sin atreverse a levantar mucho la voz, todos los niños mostraron su negativa a jugar con una chica.
—¡Pero si ya está jugando! —replicó Pedro mientras se colocaba en posición de patear la pelota.
En cuestión de segundos, Paula se descubrió a sí misma atrapando un balón y haciendo la carrera de su vida, seguida por una docena de niños. Sintió un fuerte impacto en la espalda instantes antes de caer en la hierba. El balón se le escapó de las manos y se volvió, esperando encontrarse una docena de rostros sonrientes sobre ella. Pero sólo vió uno.
—¡El balón está libre! —gritó una voz infantil y decenas de manos corrieron hacia el lado opuesto del campo.
Inmediatamente les siguieron el resto de jugadores. Todos menos Paula y el hombre que permanecía tumbado encima de ella.
—¡Me has placado! —Paula clavó la mirada en el rostro de Pedro. Estaban tan cerca que su aliento rozaba sus labios.
—Sí.
—Pero se supone que estamos en el mismo equipo.
—Sí.
—Y jamás debe placarse a un miembro de tu propio equipo.
—Desde luego.
—Sin embargo, tú lo has hecho conmigo —sentía sus fuertes músculos contra sus curvas—. De hecho, todavía no me has soltado.
—No, no te he soltado.
—Y vas a besarme, ¿Verdad?
—Sí —sus labios se encontraron.
No tenía que devolverle el beso, se dijo Paula, a pesar de la electricidad que hacía temblar su cuerpo. No podía.Pero entreabrió los labios. Y sus lenguas comenzaron a enredarse, y un calor cada vez más intenso se iba apoderando de todos sus sentidos mientras Pedro posaba la mano en su cuello y la estrechaba contra él para profundizar su beso. Era una delicia... Pedro sabía a sol, a calor, a hierba...
—¡Gol! —se oyó gritar desde el otro extremo del campo.
Paula abrió los ojos y se descubrió mirando los ojos más profundos, más azules y apremiantes que había visto en su vida. El corazón le latía con fuerza en el pecho. La sangre le corría a toda velocidad y su cuerpo parecía haber encontrado el perfecto acomodo bajo Pedro.
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