viernes, 24 de agosto de 2018

Dulce Amor: Epílogo

Pedro Alfonso apenas había tenido tiempo de terminar su cerveza cuando vió un puño gigante frente a él.

—Vamos —lo  retó  Pablo  Mackey—.  ¿Qué  te  parece  que  te  de  otra  oportunidad  de convencerme de que Javier Montana tiene algo que enseñarle a Tomás Bradshaw?

Pedro apartó  la  cerveza.  Aquello  era  demasiado  para  el  primer  programa  de  la  nueva liga.

—No lo hagas, Pedro—le aconsejó Diego desde detrás de la barra—. Mackey es un matón.

—Guárdate tus opiniones, enano —gruñó Mackey.

—Diego no  es  ningún  enano  —protestó  Leticia—.  Es  usted  el  que  es  demasiado  alto. Y ya sabe lo que se dice, hombre alto, pe...

—Caramba,  Leti,  se  nos  está  haciendo  tarde  —la  interrumpió  su  marido.  La  agarró  de  la  mano  y  se  dirigió  con  ella  a  la  cocina—.  Mañana  tenemos  que  levantarnos temprano para firmar libros.

Diego por  fin  había  asimilado  su  supuesto  problema  con  el  pelo.  Principalmente, gracias  al  especialista  al  que  había  consultado  con  el  fin  de  hacerse  un  trasplante  y  que le había negado la condición de paciente. Él y Leticia habían concentrado desde entonces  sus  esfuerzos  en  un  libro  llamado  Verdades  y  Mitos  sobre  la  Pérdida  del  Cabello, que los había convertido en celebridades locales.

—Vamos, Alfonso. ¿También vas a escaparte como tu amigo?

—Ni  voy  a  escaparme  ni  estoy  dispuesto  a  pelear  —Pedro había  cumplido  ya  treinta  y  cinco  años  y  se  consideraba  suficientemente  inteligente  para  mantener quieto su brazo derecho e impedir que volvieran a destrozarle el hombro.

—Esto  es  increíble  amigos  —explicó  el  comentarista  deportivo,  micrófono  en  mano—. Alfonso El Salvaje rechazando un desafío.

 Pero Pedro ya tenía suficientes desafíos en su vida. Convertir el garaje de Paula en  una  habitación  para  su  futura  familia  estaba  siendo  muy  complicado.  Por  no  hablar  de  que  todavía  no  había  terminado  la  habitación  del  bebé  que  estaba  ya  a  punto de llegar. Y, fiel a su palabra, estaba ayudándola en la cocina, de modo que ambos se encargaban de preparar las tartas. Se  volvió  para  mirar  a  su  esposa,  que  estaba  sentada  en  una  mesa  cercana.  Paula se levantó y se abrió paso entre la gente para acercarse a él.

—Parece  que  Alfonsp El  Salvaje  ha  dejado  de  comportarse  como  tal  —dijo  el  comentador cuando Pedro le tendió la mano a su esposa.

—Oh, yo no diría tanto —abrazó  a  Paula delante  de  las  cámaras—.  Por  lo  menos mi mujercita no lo cree así, ¿Verdad, cariño?

—Te  odio  —gruñó,  provocando  una  oleada  de  aplausos  y  risas—.  Tengo  los  pies  hinchados,  parezco  una  ballena,  mi  madre,  la  futura  señora  Tannenbaun  está  volando hacia aquí, para hacerme la sexta visita del embarazo y yo te odio.

Pedro le mordisqueó el cuello.

—Tus pies son perfectos. Tus tobillos todavía más, tu madre se va a quedar en casa de Hector y tú no me odias.

—Claro que sí.

—Eso  fue  lo  que  dijiste  ayer  por  la  noche,  y  antes  de  ayer,  y  terminaste  besándome las dos veces.

—Esta vez lo digo en serio.

—Claro, claro.

Pedro sonrió. Fue la misma sonrisa sexy y perezosa que la enfurecía y al mismo tiempo le derretías las entrañas. Pedro  era tan dulce y sincero...

—Parece  que  Pedro Alfonso ha  renunciado  a  su  condición  de  salvaje  para  ponerse  a  cambiar  pañales  y  preparar  biberones.  Jamás  habría  pensado  que  viviría para ver este día, pero a todos nos llega la hora —la voz del comentarista deportivo retumbó en toda la sala.

Pedro sonrió de oreja a oreja.

—Y  qué  mejor  oportunidad  que  ésta  para  retirarse  —antes  de  que  Paula pudiera decir nada, capturó sus labios.

La gente rió y Paula hizo lo único que una mujer embarazada de nueve meses, cansada y profundamente enamorada de su marido podía hacer: devolverle el beso. Tierna y dulcemente. Pero antes de terminar lo mordió.

—¡Ay! —se quejó Pedro—. ¿Por qué has hecho eso?

—¡Ya  viene  Pedro,  ya  viene!  —hizo  una  mueca  y  se  frotó  la  tripa.  Acababa  de  sentir la segunda contracción.


FIN

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