Pedro Alfonso apenas había tenido tiempo de terminar su cerveza cuando vió un puño gigante frente a él.
—Vamos —lo retó Pablo Mackey—. ¿Qué te parece que te de otra oportunidad de convencerme de que Javier Montana tiene algo que enseñarle a Tomás Bradshaw?
Pedro apartó la cerveza. Aquello era demasiado para el primer programa de la nueva liga.
—No lo hagas, Pedro—le aconsejó Diego desde detrás de la barra—. Mackey es un matón.
—Guárdate tus opiniones, enano —gruñó Mackey.
—Diego no es ningún enano —protestó Leticia—. Es usted el que es demasiado alto. Y ya sabe lo que se dice, hombre alto, pe...
—Caramba, Leti, se nos está haciendo tarde —la interrumpió su marido. La agarró de la mano y se dirigió con ella a la cocina—. Mañana tenemos que levantarnos temprano para firmar libros.
Diego por fin había asimilado su supuesto problema con el pelo. Principalmente, gracias al especialista al que había consultado con el fin de hacerse un trasplante y que le había negado la condición de paciente. Él y Leticia habían concentrado desde entonces sus esfuerzos en un libro llamado Verdades y Mitos sobre la Pérdida del Cabello, que los había convertido en celebridades locales.
—Vamos, Alfonso. ¿También vas a escaparte como tu amigo?
—Ni voy a escaparme ni estoy dispuesto a pelear —Pedro había cumplido ya treinta y cinco años y se consideraba suficientemente inteligente para mantener quieto su brazo derecho e impedir que volvieran a destrozarle el hombro.
—Esto es increíble amigos —explicó el comentarista deportivo, micrófono en mano—. Alfonso El Salvaje rechazando un desafío.
Pero Pedro ya tenía suficientes desafíos en su vida. Convertir el garaje de Paula en una habitación para su futura familia estaba siendo muy complicado. Por no hablar de que todavía no había terminado la habitación del bebé que estaba ya a punto de llegar. Y, fiel a su palabra, estaba ayudándola en la cocina, de modo que ambos se encargaban de preparar las tartas. Se volvió para mirar a su esposa, que estaba sentada en una mesa cercana. Paula se levantó y se abrió paso entre la gente para acercarse a él.
—Parece que Alfonsp El Salvaje ha dejado de comportarse como tal —dijo el comentador cuando Pedro le tendió la mano a su esposa.
—Oh, yo no diría tanto —abrazó a Paula delante de las cámaras—. Por lo menos mi mujercita no lo cree así, ¿Verdad, cariño?
—Te odio —gruñó, provocando una oleada de aplausos y risas—. Tengo los pies hinchados, parezco una ballena, mi madre, la futura señora Tannenbaun está volando hacia aquí, para hacerme la sexta visita del embarazo y yo te odio.
Pedro le mordisqueó el cuello.
—Tus pies son perfectos. Tus tobillos todavía más, tu madre se va a quedar en casa de Hector y tú no me odias.
—Claro que sí.
—Eso fue lo que dijiste ayer por la noche, y antes de ayer, y terminaste besándome las dos veces.
—Esta vez lo digo en serio.
—Claro, claro.
Pedro sonrió. Fue la misma sonrisa sexy y perezosa que la enfurecía y al mismo tiempo le derretías las entrañas. Pedro era tan dulce y sincero...
—Parece que Pedro Alfonso ha renunciado a su condición de salvaje para ponerse a cambiar pañales y preparar biberones. Jamás habría pensado que viviría para ver este día, pero a todos nos llega la hora —la voz del comentarista deportivo retumbó en toda la sala.
Pedro sonrió de oreja a oreja.
—Y qué mejor oportunidad que ésta para retirarse —antes de que Paula pudiera decir nada, capturó sus labios.
La gente rió y Paula hizo lo único que una mujer embarazada de nueve meses, cansada y profundamente enamorada de su marido podía hacer: devolverle el beso. Tierna y dulcemente. Pero antes de terminar lo mordió.
—¡Ay! —se quejó Pedro—. ¿Por qué has hecho eso?
—¡Ya viene Pedro, ya viene! —hizo una mueca y se frotó la tripa. Acababa de sentir la segunda contracción.
FIN
Muy buena!!! Dos personajes los protagonistas! Y la madre otro tanto!
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