lunes, 27 de agosto de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 4

–No importa –Paula apretó a la bella nenita contra el pecho.

–El caso es que últimamente ha estado algo deprimida. Marcos, su marido y mi salvador, perdió su trabajo aquí en Pecan y le ofrecieron otro que lo obliga a viajar mucho por el este. La empresa no financia el traslado de toda la familia pero lo aceptó para pagar las facturas, hasta que encuentre otra cosa más cerca de casa. Lu no lo lleva nada bien. Y antes de eso ya estaba afectada por el tema de la maternidad; no es que no haya hecho un gran trabajo. Es solo que se agota bastante.

–¿Quién no se agotaría? –dijo Paula, empezando a compartir la preocupación de Jed por su hermana. Acarició el suave pelito de Camila e inhaló su aroma dulce e inocente.

–Por eso me ofrecí a cuidar de los niños. Supuse que le iría bien un descanso, pero que haya pasado la noche fuera… –movió la cabeza–. No le ofrecí eso. He ido a su casa, he llamado a sus vecinos y amigos. La señora Clancy, que vive al final de su manzana, la vio marcharse a toda velocidad en mi camioneta, después del mediodía. Supongo que, como en mi camioneta solo se puede poner un asiento de bebé, decidió dejarme su furgoneta «Bebé móvil». Nadie la ha visto desde entonces –se pasó los dedos por el pelo.

En la casa de al lado sonaba una aspiradora.

–Cuando era más joven, se escapó unas cuantas veces. Temo que haya elegido esa opción de nuevo. Pero podría ser otra cosa. Algo malo…

La aspiradora dejó de sonar.

–¿Has llamado a la policía o intentado ponerte en contacto con Marcos? – Paula se inclinó hacia delante, con el estómago encogido.

–Tengo un par de amigos en la comisaría y les he estado llamando casi cada hora –se levantó y empezó a pasear por la habitación–. Han incluido mi matrícula y la descripción de Luciana en la base de datos de personas desaparecidas. Pero de momento solo repiten una cosa: «Espera. Volverá. No hay indicios de problemas. Considerando el historial de fugas de Lu, es posible que el estrés de los bebés la superase y decidiera irse unos días».

–¿Y su esposo? ¿Conseguiste hablar con él?

–No. En su móvil salta el buzón de voz, y lo mismo pasa con el teléfono de su oficina. Por lo visto, ninguna persona real contesta el teléfono en ese fuerte de alta tecnología en el que trabaja. Iría a verlo, pero está en algún lugar de Virginia.

–Lo siento –dijo Paula–. Ojalá pudiera ayudar.

–Ya lo has hecho –miró a sus sobrinos–. A veces, cuando empiezan a llorar, me entra pánico. Quizás mi hermana sintiera lo mismo y se fuera.

–¿Dejando a sus bebés? –Paula abrió los ojos de par en par.

–No quiero pensar eso de ella, pero ¿Qué otra explicación hay? Si hubiera habido alguna emergencia, ¿No habría llamado?

–Eso creo, pero ¿Y si no puede?

–Oh, vamos –dejó de pasear y golpeó la pared con la mano. El cuadro de un paisaje de montañas nevadas se movió–. En el tiempo en que vivimos, dudo que puedas darme una buena razón para que una persona no pueda llamar.

Paula deseó darle una docena de razones tranquilizadoras, pero le resultó imposible. Pedro tenía razón.

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