miércoles, 8 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 34

El  lunes  marcó  el  ritmo  que  siguieron  los  días  siguientes.  El  martes  Pedro les  llevó  globos.  El  miércoles  bombones.  Y  el  jueves  camisetas  con  propaganda  de  su  cadena  de  establecimientos.  El  viernes  se  presentó  con  el  último  regalo:  un  frasco  enorme  de  salsa  barbacoa  hecho  en  casa,  y  Alejandra decidió  incluir  a  su  futuro  yerno  en su testamento. Paula por su parte, estaba viviendo un infierno. Quería, necesitaba resistirse a Pedro. Pero cada vez que lo veía, su corazón se aceleraba y le temblaban las piernas. Cada  vez  que  llamaban  a  la  puerta,  corría  con  la  esperanza  de  encontrarlo  tras  ella,  con sus regalos. Porque desde el lunes, él llevaba dos regalos. Uno para su madre y otro para ella. La  camiseta,  particularmente,  le  encantó.  Durmió  con  ella,  dejando  que  el  atractivo rostro de Pedro que aparecía impreso en ella acariciara sus senos durante la noche.Era  un  problema  hormonal,  se  dijo  a  sí  misma.  Era  un  hombre  atractivo,  seductor. Irresistible para la mayoría de las mujeres... Ella llevaba mucho tiempo sin tener  relaciones  sexuales  y  Pedro era  un  ejemplar  de  primera.  Era  una  cuestión  de  química, nada más. Y en cuanto se marchara su madre, se despediría también de su prometido y de aquellos besos demasiado largos para su salud mental y demasiado cortos para sus traicioneras hormonas.

—Añade otra bolsa de azúcar a la mezcla número uno y ya estará preparada la crema.

Paula recorría  la  cocina  sintiéndose  como  si  por  fin  hubiera  vuelto  a  ser  ella misma.  Como  era  sábado,  estaba  trabajando  con  un  equipo  reducido:  Jimena,  Martín,  Marta y  Franco.  Su  madre  estaba  en  la  peluquería  con  Zaira,  que  prácticamente  se  había visto obligada a marcharse con ella. Tras haber visto alejarse a una nerviosa Zaira con su madre,  se había duchado  rápidamente,  se  había  tomado  tres  refrescos  bajos  en  calorías  y  había  pasado media hora al ordenador, planificando el trabajo del día.Y,  afortunadamente,  estaba  demasiado  ocupada  para  pensar  siquiera  en  Pedro.  Y para pensar en comer. Aquella mañana había iniciado una nueva dieta: tres vasos de limonada tres veces al día. Por fin el mundo parecía funcionar como debía. Terminó de cortar los plátanos, los colocó en una fuente y se acercó a la zona en la que estaban las batidoras. Se detuvo ante la batidora número tres.

—Ésta va demasiado rápido —comentó.

—Es  por  culpa  de  Martín—replicó  Jimena inmediatamente—.  Ya  le  dije  que  no  tocara el equipo.

Martín dejó de empaquetar tartas y alzó las manos.

—¡Estas manos están hechas para los electrodomésticos!

—Pues  resérvalas  para  los  tuyos  —rió  Paula,  con  la  bandeja  de  plátanos  en  una  mano  mientras  se  inclinaba  para  ajustar  la  velocidad  de  la  batidora—.  Vete  a  etiquetar  cajas  con  Marta  y  con  Franco.  Hoy  tenemos  que  entregar  seis  docenas  de  tartas.

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