El lunes marcó el ritmo que siguieron los días siguientes. El martes Pedro les llevó globos. El miércoles bombones. Y el jueves camisetas con propaganda de su cadena de establecimientos. El viernes se presentó con el último regalo: un frasco enorme de salsa barbacoa hecho en casa, y Alejandra decidió incluir a su futuro yerno en su testamento. Paula por su parte, estaba viviendo un infierno. Quería, necesitaba resistirse a Pedro. Pero cada vez que lo veía, su corazón se aceleraba y le temblaban las piernas. Cada vez que llamaban a la puerta, corría con la esperanza de encontrarlo tras ella, con sus regalos. Porque desde el lunes, él llevaba dos regalos. Uno para su madre y otro para ella. La camiseta, particularmente, le encantó. Durmió con ella, dejando que el atractivo rostro de Pedro que aparecía impreso en ella acariciara sus senos durante la noche.Era un problema hormonal, se dijo a sí misma. Era un hombre atractivo, seductor. Irresistible para la mayoría de las mujeres... Ella llevaba mucho tiempo sin tener relaciones sexuales y Pedro era un ejemplar de primera. Era una cuestión de química, nada más. Y en cuanto se marchara su madre, se despediría también de su prometido y de aquellos besos demasiado largos para su salud mental y demasiado cortos para sus traicioneras hormonas.
—Añade otra bolsa de azúcar a la mezcla número uno y ya estará preparada la crema.
Paula recorría la cocina sintiéndose como si por fin hubiera vuelto a ser ella misma. Como era sábado, estaba trabajando con un equipo reducido: Jimena, Martín, Marta y Franco. Su madre estaba en la peluquería con Zaira, que prácticamente se había visto obligada a marcharse con ella. Tras haber visto alejarse a una nerviosa Zaira con su madre, se había duchado rápidamente, se había tomado tres refrescos bajos en calorías y había pasado media hora al ordenador, planificando el trabajo del día.Y, afortunadamente, estaba demasiado ocupada para pensar siquiera en Pedro. Y para pensar en comer. Aquella mañana había iniciado una nueva dieta: tres vasos de limonada tres veces al día. Por fin el mundo parecía funcionar como debía. Terminó de cortar los plátanos, los colocó en una fuente y se acercó a la zona en la que estaban las batidoras. Se detuvo ante la batidora número tres.
—Ésta va demasiado rápido —comentó.
—Es por culpa de Martín—replicó Jimena inmediatamente—. Ya le dije que no tocara el equipo.
Martín dejó de empaquetar tartas y alzó las manos.
—¡Estas manos están hechas para los electrodomésticos!
—Pues resérvalas para los tuyos —rió Paula, con la bandeja de plátanos en una mano mientras se inclinaba para ajustar la velocidad de la batidora—. Vete a etiquetar cajas con Marta y con Franco. Hoy tenemos que entregar seis docenas de tartas.
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