miércoles, 22 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 56

—Me  parece  que  no,  mamá  —vió  que  su  madre  jadeaba—.  Mamá,  estaba  pensando  en mi  boda.  Mira,  creo  que  no  va  a  ser...  —se  interrumpió  al  ver  que  su  madre  palidecía,  se  llevaba  una  mano  al  pecho  y  abría  la  boca,  como  si  se  estuviera  ahogando.

—Mamá, ¿Qué te pasa?

—Yo...  No  me  encuentro  bien...  —jadeó  y  se  deslizó  lentamente  hasta  el  suelo—. Me arde el pecho, hija mía, creo que está a punto de darme un infarto.

—Su madre ha   tenido  un   ataque,   es   cierto   —comentó   el   doctor   Héctor Tannenbaum al salir de la habitación en la que había estado atendiendo a Alejandra.

Paula se  levantó  de  un  salto  de  la  silla  en  la  que  había  estado  rezando  y  llorando en el hombro de Zach durante la pasada media hora.

—Lo  sabía  —sollozó—.  Sabía  que  debería  haber  prestado  más  atención  a  los  síntomas. ¿Está muy mal, doctor? ¿Sobrevivirá?

—Unos veinte años más, si deja las grasas.

—¿Qué?

—Su madre ha sufrido un ataque de indigestión.

—¿Indigestión? Pero si se ha caído al suelo. Ni siquiera podía hablarme, por el amor de Dios.

—La culpa la han tenido una ración doble de costillas y una fuente de fritos de queso.  El  dolor  que  sentía  en  el  pecho  era  la  comida  que  luchaba  buscando  una  salida.—Pero estaba muy pálida.

—Porque no hace una dieta equilibrada. Y usted debería intentar contenerla —le  tendió  unos  folios  con  instrucciones  sobre  la  dieta  baja  en  grasas  que  su  madre  debía  seguir  mientras  Paula intentaba  hacerse  a  la  idea  de  que  su  madre  no  se  estaba muriendo.

Por lo menos de momento, pensó la joven mientras leía la dieta.

—¿Mamá? —preguntó Paula, asomando la cabeza en la habitación. Su madre permanecía  tumbada  en  una  cama  de  hospital,  con  los  ojos  cerrados.  Tan  quieta  y  serena que parecía estar ¡muerta!—. ¡Mamá!

—Deja de gritar, cariño. Me van a estallar los oídos.

—Gracias  a  Dios.  Está  bien  —le  comunicó  a  Pedro,  que  la  siguió—.  Mamá,  me  has dado un susto de muerte.

—Considéralo como un entrenamiento.

—¿Qué?

—Todos  tenemos  que  morir  alguna  vez.  Y  no  creo  que  yo  tarde  mucho  en  hacerlo.

—¿Todavía no has hecho la digestión?

—¿Indigestión? —Alejandra sonrió con tristeza—. Ah, sí, indigestión.

—Mamá, ¿Me estás ocultando algo?

—Por supuesto que no, querida. Estoy bien, estoy bien —palmeó la mano de su hija.

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