viernes, 3 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 25

—Mentirosa —dijo él burlón.

—Te odio —tomó aire—. ¿Entonces vas a venir o no?

—¿Por qué voy a tener que ir?

—Es sábado por la noche.

—¿Y?

—Se  supone  que  las  personas  que  están  prometidas  normalmente  se  ven  los  sábados  por  la  noche,  a  no  ser  que  tengan  problemas  para  compaginar  los  horarios  de  trabajo,  alguno  esté  fuera  de  la  ciudad  o  tengan  diferencias  religiosas  que  les  impidan  citarse  en  un  sábado,  pero  tú  no  tienes  creencias  religiosas  de  ese  tipo,  ¿Verdad?

—Ninguna que yo sepa.

—Y ninguno de nosotros está fuera de la ciudad, y ésa es la razón por la que te necesito. Porque  aunque  tengo  montones  de  facturas  que  revisar,  no  puedo  hacer  nada teniendo a mi madre pegada a mí, especulando sobre los posibles motivos por los que no estás aquí, o susurrándome cosas que ni siquiera me atrevo a mencionar, porque todavía me cuesta verla como una mujer que se besaba con mi padre y hacía el amor con él y...

—Estás divagando.

—No  es  cierto  —se  sumió  en  un  profundo  silencio—.  De  acuerdo,  estoy  divagando. Pero es que estoy desesperada. Te necesito. Ahora.

—Pídemelo por favor.

—Te odio.

—Debo de haber oído mal, porque me ha parecido oírte decir...

—Por favor...

—¿Lo dices con mucho cariño?

—No sabes con cuanto. ¿Vas a venir?

—Quizá.

Quince  minutos  después,  Paula abría  la  puerta  a  Pedro,  que  llegaba  casi  sin  aliento.

—Estás aquí —dijo con evidente alivio.

—Sí —tomó aire y pasó delante de ella—. No parece que te alegres de verme.

—Porque  no  me  alegro  —Pedro se  encogió  de  hombros  y  se  volvió,  como  si  estuviera dispuesto a marcharse. Paula lo agarró del brazo y lo metió en el interior de la casa—. Estoy emocionada, no sabes qué alegría me da verte —en cuanto le tocó, cada   uno   de  sus   nervios   pareció  comenzar  a  vibrar.   Rápidamente  lo  soltó,  prometiéndose no volver a ponerle la mano encima.A no ser que fuera una cuestión de vida o muerte.

—¡Pedro! —su  madre  entró  en  la  cocina  con  una  fuente  de  palomitas  en  la  mano—. ¡Cuánto me alegro de volver a verte!

—El que se alegra soy yo Alejandra. Estas adorable.

—Oh, pero si estoy hecha un desastre —se llevó la mano a los rulos—. Estaba terminado de arreglarme.

—Eres la mujer más bonita desde Rio Grande hasta aquí...

—Bueno,  estamos  en  mi  despacho  si  nos  necesitas,  mamá  —los  interrumpió  Paula.

Agarró a Pedro de la manga y se dirigió con él hacia su despacho.

—Yo  voy  a  estar  viendo  la  televisión,  y  no  saldré  de  mi  dormitorio —comentó Alejandra con una picara sonrisa—. Así que pueden hacer todo el ruido que quieran.

—¡Mamá!

—Espero que se diviertan.

—Si quieres que crea que estamos comprometidos, ¿Por qué no salimos a cenar como  si  tuviéramos  una  cita  real?  —le  preguntó  Pedro a  Paula cuando  llegaron  al  despacho.

—Porque  estando  aquí  mi  madre...  —«y  tú  perturbando  mi  sentido  común»,  debería  haber  añadido  si  hubiera  sido  sincera—,  llevo  atrasado  todo  el  papeleo  del  trabajo.  Le  he  dicho  a  mi  madre  que  ibas  a  ayudarme  con  la  contabilidad.  Siéntate  allí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario