—Mentirosa —dijo él burlón.
—Te odio —tomó aire—. ¿Entonces vas a venir o no?
—¿Por qué voy a tener que ir?
—Es sábado por la noche.
—¿Y?
—Se supone que las personas que están prometidas normalmente se ven los sábados por la noche, a no ser que tengan problemas para compaginar los horarios de trabajo, alguno esté fuera de la ciudad o tengan diferencias religiosas que les impidan citarse en un sábado, pero tú no tienes creencias religiosas de ese tipo, ¿Verdad?
—Ninguna que yo sepa.
—Y ninguno de nosotros está fuera de la ciudad, y ésa es la razón por la que te necesito. Porque aunque tengo montones de facturas que revisar, no puedo hacer nada teniendo a mi madre pegada a mí, especulando sobre los posibles motivos por los que no estás aquí, o susurrándome cosas que ni siquiera me atrevo a mencionar, porque todavía me cuesta verla como una mujer que se besaba con mi padre y hacía el amor con él y...
—Estás divagando.
—No es cierto —se sumió en un profundo silencio—. De acuerdo, estoy divagando. Pero es que estoy desesperada. Te necesito. Ahora.
—Pídemelo por favor.
—Te odio.
—Debo de haber oído mal, porque me ha parecido oírte decir...
—Por favor...
—¿Lo dices con mucho cariño?
—No sabes con cuanto. ¿Vas a venir?
—Quizá.
Quince minutos después, Paula abría la puerta a Pedro, que llegaba casi sin aliento.
—Estás aquí —dijo con evidente alivio.
—Sí —tomó aire y pasó delante de ella—. No parece que te alegres de verme.
—Porque no me alegro —Pedro se encogió de hombros y se volvió, como si estuviera dispuesto a marcharse. Paula lo agarró del brazo y lo metió en el interior de la casa—. Estoy emocionada, no sabes qué alegría me da verte —en cuanto le tocó, cada uno de sus nervios pareció comenzar a vibrar. Rápidamente lo soltó, prometiéndose no volver a ponerle la mano encima.A no ser que fuera una cuestión de vida o muerte.
—¡Pedro! —su madre entró en la cocina con una fuente de palomitas en la mano—. ¡Cuánto me alegro de volver a verte!
—El que se alegra soy yo Alejandra. Estas adorable.
—Oh, pero si estoy hecha un desastre —se llevó la mano a los rulos—. Estaba terminado de arreglarme.
—Eres la mujer más bonita desde Rio Grande hasta aquí...
—Bueno, estamos en mi despacho si nos necesitas, mamá —los interrumpió Paula.
Agarró a Pedro de la manga y se dirigió con él hacia su despacho.
—Yo voy a estar viendo la televisión, y no saldré de mi dormitorio —comentó Alejandra con una picara sonrisa—. Así que pueden hacer todo el ruido que quieran.
—¡Mamá!
—Espero que se diviertan.
—Si quieres que crea que estamos comprometidos, ¿Por qué no salimos a cenar como si tuviéramos una cita real? —le preguntó Pedro a Paula cuando llegaron al despacho.
—Porque estando aquí mi madre... —«y tú perturbando mi sentido común», debería haber añadido si hubiera sido sincera—, llevo atrasado todo el papeleo del trabajo. Le he dicho a mi madre que ibas a ayudarme con la contabilidad. Siéntate allí.
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