viernes, 3 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 22

—¿Qué hora es? —se oyó preguntar a Zaira con voz somnolienta al cabo de unos cuantos timbrazos.

—Las seis de la mañana —contestó Paula secamente.

—¿Pau? ¿Dónde estás?

—Delante de mi ordenador.

—Deberías estar en la cama.

—Llevo horas levantada. Tengo que preparar el contrato que vamos a presentar a Walter's Wings esta mañana.

—Ah, sí. Te deseo suerte.

—No  te  llamaba  para  recibir  tu  apoyo  moral  —su  voz  adquirió  un  deje  acusador—. Zai, lo chantajeaste.

—¿A quién?

—A Pedro Alfonso. Le dijiste que si él no aceptaba el acuerdo que le ofrecíamos, le venderíamos la exclusiva a Bob.

—Un buen movimiento, ¿No crees?

—Pero era mentira.

—Una mentirita solamente y lo hice por una buena causa. Para hacer feliz a tu madre y protegerte a tí. Tu madre está muy contenta, ¿No?

—Sí.

—¿Y no he conseguido salvar tu mentira?

—Es repugnante. Ahora Pedro Alfonso cree que soy una de sus admiradoras. No es que me importe mucho lo que piense. Pero vamos, que crea que una mujer como yo  puede  admirarlo  —sacudió  la  cabeza  disgustada—.  De  acuerdo,  piensa  que  lo  admiro,   ¿Y qué?   Definitivamente,   me   parece que  le  estoy  dando  a  todo   esto   demasiada importancia.

—No  me  extraña.  Eso  te  pasa  por  levantarte  tan  temprano.  Bueno,  Pau,  me  vuelvo a la cama.

—Me sorprende que puedas madrugar y conservar energía para todo el día con esa   dieta   —Alejandra estaba   sentada   frente   a   su   hija   treinta   minutos   después, observando  desesperada  que  renunciaba  a  las  tortitas  que  le  había  preparado  y  optaba por el café.

—Cafeína —repuso  Paula—.  No  me  ha  fallado  nunca.  Por  cierto,  tengo  que  meterme  en  el  despacho  a  planificar  el  horario  del  día  antes  de  que  lleguen  los  empleados.

—Pero come algo, hazlo por tu anciana madre.

—No  eres  ninguna  anciana  —Paula bebió  otro  sorbo  de  café  y  comenzó  a  cascar un huevo pasado por agua—. Y ya estoy comiendo algo.

—Me refiero a algo bueno.

—El huevo tiene muchas proteínas.

—Algo que sepa bien, querida.

—El  huevo  sabe  estupendamente  —al  ver  que  su  madre  fruncía  el  ceño,  le  explicó—: Necesito ponerme a dieta.

—¿Quién te ha dicho eso?

—Todas las tablas de peso del país, siempre estoy por encima de la media.

—Claro que lo estás. Siempre has sido una mujer aventajada. Excepcionalmente inteligente y atractiva.

—¿Y con curvas más que generosas?

—¿Y qué tienen de malo las curvas? A los hombres les gustan las mujeres a las que se pueden arrimar de verdad cuando están...

—Tómate este zumo, mamá.

—Gracias,  querida  —Alejandra bebió  un  sorbo  de  zumo  de  naranja—.  Mírame  a  mí —señaló las tortitas que tenía frente a ella—. Nunca me he preocupado por lo que comía  o  lo  que  dejaba  de  comer  y  me  he  mantenido  en  el  mismo  peso  desde  hace  veinte años. Tengo una figura más que redondeada y me siento orgullosa de ella. Tu padre apreciaba las curvas en una mujer y estoy segura de que Pedro también.

—Sí, yo también —Paula desvió la mirada y terminó el resto del café.

—¿Estás preocupada por algo?

—Por  el  trabajo.  Tengo  muchísimas  cosas  que  hacer  y  ya  llevo  cinco  minutos  más de la cuenta desayunando.

 —Es por Pedro, ¿Verdad? Estás preocupada porque crees que no me gusta.

—¿Ah, sí? Oh, bueno sí.

—Pues tranquilízate. Me ha parecido un hombre maravilloso. Me recuerda a tu padre cuando tenía su edad. Guapo y simpático, fuerte y viril. Un hombre inteligente y capaz de reconocer un buen bocado cuando lo ve. Mi niña —le dirigió a su hija una sonrisa resplandeciente—. Qué cara, qué cuerpo. Tienes unos genes perfectos.

—Pues  los  pantalones  me  quedan  demasiado  ajustados  —musitó  Paula,  mientras daba cuenta de su segundo huevo.

—¿Qué has dicho, querida?

—He dicho... Um, creo que tienes razón. Me tomaré un donuts.

No hay comentarios:

Publicar un comentario