—¿Qué hora es? —se oyó preguntar a Zaira con voz somnolienta al cabo de unos cuantos timbrazos.
—Las seis de la mañana —contestó Paula secamente.
—¿Pau? ¿Dónde estás?
—Delante de mi ordenador.
—Deberías estar en la cama.
—Llevo horas levantada. Tengo que preparar el contrato que vamos a presentar a Walter's Wings esta mañana.
—Ah, sí. Te deseo suerte.
—No te llamaba para recibir tu apoyo moral —su voz adquirió un deje acusador—. Zai, lo chantajeaste.
—¿A quién?
—A Pedro Alfonso. Le dijiste que si él no aceptaba el acuerdo que le ofrecíamos, le venderíamos la exclusiva a Bob.
—Un buen movimiento, ¿No crees?
—Pero era mentira.
—Una mentirita solamente y lo hice por una buena causa. Para hacer feliz a tu madre y protegerte a tí. Tu madre está muy contenta, ¿No?
—Sí.
—¿Y no he conseguido salvar tu mentira?
—Es repugnante. Ahora Pedro Alfonso cree que soy una de sus admiradoras. No es que me importe mucho lo que piense. Pero vamos, que crea que una mujer como yo puede admirarlo —sacudió la cabeza disgustada—. De acuerdo, piensa que lo admiro, ¿Y qué? Definitivamente, me parece que le estoy dando a todo esto demasiada importancia.
—No me extraña. Eso te pasa por levantarte tan temprano. Bueno, Pau, me vuelvo a la cama.
—Me sorprende que puedas madrugar y conservar energía para todo el día con esa dieta —Alejandra estaba sentada frente a su hija treinta minutos después, observando desesperada que renunciaba a las tortitas que le había preparado y optaba por el café.
—Cafeína —repuso Paula—. No me ha fallado nunca. Por cierto, tengo que meterme en el despacho a planificar el horario del día antes de que lleguen los empleados.
—Pero come algo, hazlo por tu anciana madre.
—No eres ninguna anciana —Paula bebió otro sorbo de café y comenzó a cascar un huevo pasado por agua—. Y ya estoy comiendo algo.
—Me refiero a algo bueno.
—El huevo tiene muchas proteínas.
—Algo que sepa bien, querida.
—El huevo sabe estupendamente —al ver que su madre fruncía el ceño, le explicó—: Necesito ponerme a dieta.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Todas las tablas de peso del país, siempre estoy por encima de la media.
—Claro que lo estás. Siempre has sido una mujer aventajada. Excepcionalmente inteligente y atractiva.
—¿Y con curvas más que generosas?
—¿Y qué tienen de malo las curvas? A los hombres les gustan las mujeres a las que se pueden arrimar de verdad cuando están...
—Tómate este zumo, mamá.
—Gracias, querida —Alejandra bebió un sorbo de zumo de naranja—. Mírame a mí —señaló las tortitas que tenía frente a ella—. Nunca me he preocupado por lo que comía o lo que dejaba de comer y me he mantenido en el mismo peso desde hace veinte años. Tengo una figura más que redondeada y me siento orgullosa de ella. Tu padre apreciaba las curvas en una mujer y estoy segura de que Pedro también.
—Sí, yo también —Paula desvió la mirada y terminó el resto del café.
—¿Estás preocupada por algo?
—Por el trabajo. Tengo muchísimas cosas que hacer y ya llevo cinco minutos más de la cuenta desayunando.
—Es por Pedro, ¿Verdad? Estás preocupada porque crees que no me gusta.
—¿Ah, sí? Oh, bueno sí.
—Pues tranquilízate. Me ha parecido un hombre maravilloso. Me recuerda a tu padre cuando tenía su edad. Guapo y simpático, fuerte y viril. Un hombre inteligente y capaz de reconocer un buen bocado cuando lo ve. Mi niña —le dirigió a su hija una sonrisa resplandeciente—. Qué cara, qué cuerpo. Tienes unos genes perfectos.
—Pues los pantalones me quedan demasiado ajustados —musitó Paula, mientras daba cuenta de su segundo huevo.
—¿Qué has dicho, querida?
—He dicho... Um, creo que tienes razón. Me tomaré un donuts.
No hay comentarios:
Publicar un comentario