—Esa es mi chica.
—En la oficina.
—Pero yo quería que me hablaras más de Pedro.
—Más tarde mamá, te lo prometo. Tengo que empezar a trabajar inmediatamente —Paula buscó refugio en su despacho, y se sentó frente al ordenador. Estaba a punto de tirar el donuts a la papelera cuando oyó a su madre gritar desde el pasillo—: No se te ocurra tirar el donuts a la papelera. Hay muchos niños que se mueren de hambre.
Paula tomó aire y giró la cabeza hacia la ventana. Unos pajarillos gorjeaban en las ramas de un árbol cercano. Rápidamente, tomó el plato con el donuts y lo dejó en el alféizar.
—Ni pienses en dárselo a los pájaros. El azúcar es muy peligrosa para unas criaturas tan frágiles.
Paula arrebató el pastel a un arrendajo que pretendía hacerse con él y lo dejó encima de su escritorio. El dulce la llamaba a gritos. Cerró los ojos, pidiéndole al cielo fuerzas para resistir. Iban a ser menos de dos semanas, se dijo. Había vivido dieciocho años con aquella mujer y había conseguido sobrevivir. ¿Cómo no iba a resistir diez días, cuatro horas y veintidós minutos? Metió el donuts en un cajón, lo cerró y se concentró en el ordenador. El trabajo. Su salvación. Su pasión. Sus dedos volaron sobre el teclado y el mundo pareció sumergirse en una agradable calma.Una calma que sólo duraría hasta que tuviera que enfrentarse nuevamente a su madre, resistir la llamada desesperada del donuts o besar nuevamente a Pedro. Aquellas dos semanas iban a ser muy largas.
—Eh, preciosa, ¿Qué tal va todo? —la primera llamada que recibió Paula el sábado por la mañana fue de Pedro.
—¿No te dije que te llamaría yo? —le preguntó.
—Han pasado ya veinticuatro horas. ¿No crees que tu madre querrá saber dónde me he metido?
—Le dije que tienes problemas en el trabajo.
—Y supongo que también estás intentando ponerme nervioso.
—En realidad, me encantaría que te murieras, pero eso me causaría problemas con mi madre. Le gustas... Espera un momento —cubrió con la mano el auricular—. Sí, mamá, es Pedro. Siente tener tanto trabajo. También a él le gusta haberte conocido —apartó la mano y dijo con voz alta y clara—: Dice mi madre que eres tan maravilloso como se imaginaba.
—Maravilloso es mi apodo.
—Yo tenía entendido que era repugnante —cubrió nuevamente el auricular—. Sí, mamá. Dice que tú también eres encantadora. Sí, está deseando verte —apartó la mano y siseó—: ¿Llamas para torturarme, o necesitas algo? Porque estaba intentando trabajar.
—Me conozco perfectamente tu juego, así que deja de actuar.
—¿Actuar?
—Sí, actuar. Finges que me odias cuando en realidad no es cierto.
—Claro que te odio.
—De acuerdo. Soy capaz de averiguar tus intenciones, pero tengo que reconocer que estás haciendo una representación perfecta.
—Hablando de actuar, creo que tú eres todo un maestro. Verte a tí es como estar asistiendo a una función teatral. ¿Tomas algún tipo de pastilla para que se produzca el cambio? ¿Alguna poción? ¿O estás secretamente poseído por el diablo?
—¿Se puede saber de qué estás hablando?
—De tu transformación en Alfonso El Salvaje.
—Tú sueñas.
—Yo diría que tengo pesadillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario