—Entonces supongo que estarás demasiado ocupada para venir al campo.
Paula se sobresaltó, la bandeja se inclinó y cayeron al interior de la batidora cinco docenas de plátanos cortados en rodajas. Se levantó inmediatamente una marejada de pasta de plátano y chocolate. Cerró los ojos un segundo antes de que la mezcla la salpicara.
—Oh, Dios mío, ¡Un accidente! —gritó Jimena—. ¡Socorro! ¡Paula se ha caído a la batidora!
—Tengo los pies firmemente apoyados en el suelo —chilló Paula mientras intentaba alcanzar a ciegas su delantal—. Sólo tengo plátanos en los ojos —entre otras muchas partes, pensó mientras sentía la mezcla deslizarse por su cuello y cayendo por el interior de su blusa.
—¡Oh, Dios mío! Está ciega. ¡Llamen a urgencias!
—No te atrevas. Todo el mundo está perfectamente —casi todo el mundo.
Porque a ella estaba a punto de darle un ataque al corazón. Detrás de ella estaba un hombre que era letal para su salud.Y estaba tan cerca que podía sentir el calor de su respiración contra su cuello. Se secó los ojos y dió la vuelta... Sólo para confirmar que su peor pesadilla se había hecho realidad. Pedro Alfonso permanecía a solo unos centímetros de ella con una enorme sonrisa en su atractivo rostro. Paula se obligó a apartar la mirada de su rostro. Las gafas de sol ocultaban sus ojos, pero ella no necesitaba verlos. Los sentía. En su rostro, en su cuello, descendiendo hacia su pecho... Pedro estiró la mano y deslizó un dedo por el cuello de Paula, descendiendo peligrosamente hacia el valle de sus senos antes de llevárselo, rebosante de crema, a la boca.
—Muy bueno —susurró, hundiendo el dedo en su boca con una lentitud letal para Paula.
—No... No está bueno —replicó, intentando recuperarse de aquella caricia—. Has echado a perder la mezcla de la tarta de chocolate.
—Siempre estás a tiempo de inventar una nueva tarta.
—La mezcla del Banana Split está preparándose en la batidora número uno, y tengo a varias docenas de clientes esperando que les envíe tartas de chocolate —lo fulminó con la mirada—. Y se supone que hoy ibas a pasarte el día pescando.
—Bruno está acatarrado, así que hemos retrasado la excursión —volvió a untar el dedo en su cuello—. Está buenísimo, de verdad. ¿No quieres probar?
Paula sacudió la cabeza, ignorando el tentador aroma de los plátanos y el chocolate.
—No puedo. Estoy a dieta.
—¿Por qué?
—¿De verdad crees que hace falta preguntarlo?
—Pues sí. Estás bien así.
Bien. Sólo bien. No se le había ocurrido decir que estaba maravillosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario