lunes, 20 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 51

—Mmm.  Eso  me  hace  cosquillas  —la  sensación  comenzaba  en  su  vientre.  Era  como  el  ala  de  una  mariposa  batiéndose  contra  su  piel.  Un  roce  tan  suave,  tan  tentador... Era  un  sueño.  Lo  había  tenido  muchas  veces  desde  que  había  conocido  a  Pedro Alfonso. Pero nadie lo sabía.

—Ahhh... Tócame así. Así...

Abrió los ojos... Y vió unos dedos oscuros acariciando su pezón erguido. Siguió la  mano  con  la  mirada  hasta  llegar  a  un  antebrazo  cubierto  de  vello,  continuó  avanzando y descubrió frente a ella un rostro inconfundible. Aquél no era el hombre de sus sueños. Era un hombre totalmente real: Pedro Alfonso.Fluyeron  en  su  mente  imágenes  de  la  noche  anterior:  sus  bocas  únicas,  las  sábanas enredadas sobre sus cuerpos, gemidos... Oh, Dios... Lo habían hecho: y le había gustado. Peor aún. Le había encantado. Alzó la cabeza y se quedó mirándolo fijamente; la luz de la mañana iluminaba su rostro. ¿La luz de la mañana? El  reloj  de  pared  que  había  sido  de  su  abuelo  dio  las  campanadas  en  ese  momento. Paula  cerró los ojos y las contó.

—¡Dios mío! ¡Son las nueve!

—¿Y? —Pedro continuaba jugueteando con su pezón, ajeno al pánico de la joven.

—¡Me levanto a las cinco todos los días!

—Por eso tienes que dormir hoy, es domingo.

—No lo comprendes —lo empujó y saltó de la cama—. Tengo trabajo que hacer —corrió  a  la  cómoda  y  abrió  rápidamente  los  cajones—.  No  me  lo  puedo  creer.  ¡Me  he dormido!

—Todo el mundo se duerme alguna vez.

—Yo no. Jamás en mi vida me he dormido. Ni siquiera hace falta que suene el despertador para que me levante a las cinco —sacó unas bragas azules y un sujetador a    juego—.  ¿Es  que  no  te  das  cuenta  de  lo  que  esto  significa?  Primero  comencé  a  divagar. Después tiré una fuente de plátanos en la mezcla del Chocolate Fandango y me  fui  a  jugar  al  fútbol  cuando  debería  haber  estado  trabajando.  Duermo  con  tu  camiseta y...

—¿Que duermes con mi camiseta? —preguntó Pedro con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ése no es el problema principal.

—¿Cuál es entonces?

Ella. El... El amor.

—No  importa.  Lo  que  tienes  que  hacer  ahora  es  vestirte  —reparó  entonces  en  que estaba completamente desnudo y se quedó con la mirada fija en su sexo.

—Pensaba que tenías prisa.

La voz profunda de Pedro la sacó de su ensimismamiento.Tragó saliva y se puso rápidamente una camiseta y unos pantalones. Cuando se volvió de nuevo hacia él, éste   estaba ya subiéndose   la  cremallera de los pantalones.

—¿Y tu camisa? —prácticamente graznó Paula.

—Mi camisa está en la cocina.

—¿Que  te  dejaste  la  camisa  en  la  cocina?  ¿En  la  misma  cocina  en  la  que  mi  madre va a desayunar?

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