—Mmm. Eso me hace cosquillas —la sensación comenzaba en su vientre. Era como el ala de una mariposa batiéndose contra su piel. Un roce tan suave, tan tentador... Era un sueño. Lo había tenido muchas veces desde que había conocido a Pedro Alfonso. Pero nadie lo sabía.
—Ahhh... Tócame así. Así...
Abrió los ojos... Y vió unos dedos oscuros acariciando su pezón erguido. Siguió la mano con la mirada hasta llegar a un antebrazo cubierto de vello, continuó avanzando y descubrió frente a ella un rostro inconfundible. Aquél no era el hombre de sus sueños. Era un hombre totalmente real: Pedro Alfonso.Fluyeron en su mente imágenes de la noche anterior: sus bocas únicas, las sábanas enredadas sobre sus cuerpos, gemidos... Oh, Dios... Lo habían hecho: y le había gustado. Peor aún. Le había encantado. Alzó la cabeza y se quedó mirándolo fijamente; la luz de la mañana iluminaba su rostro. ¿La luz de la mañana? El reloj de pared que había sido de su abuelo dio las campanadas en ese momento. Paula cerró los ojos y las contó.
—¡Dios mío! ¡Son las nueve!
—¿Y? —Pedro continuaba jugueteando con su pezón, ajeno al pánico de la joven.
—¡Me levanto a las cinco todos los días!
—Por eso tienes que dormir hoy, es domingo.
—No lo comprendes —lo empujó y saltó de la cama—. Tengo trabajo que hacer —corrió a la cómoda y abrió rápidamente los cajones—. No me lo puedo creer. ¡Me he dormido!
—Todo el mundo se duerme alguna vez.
—Yo no. Jamás en mi vida me he dormido. Ni siquiera hace falta que suene el despertador para que me levante a las cinco —sacó unas bragas azules y un sujetador a juego—. ¿Es que no te das cuenta de lo que esto significa? Primero comencé a divagar. Después tiré una fuente de plátanos en la mezcla del Chocolate Fandango y me fui a jugar al fútbol cuando debería haber estado trabajando. Duermo con tu camiseta y...
—¿Que duermes con mi camiseta? —preguntó Pedro con una sonrisa de oreja a oreja.
—Ése no es el problema principal.
—¿Cuál es entonces?
Ella. El... El amor.
—No importa. Lo que tienes que hacer ahora es vestirte —reparó entonces en que estaba completamente desnudo y se quedó con la mirada fija en su sexo.
—Pensaba que tenías prisa.
La voz profunda de Pedro la sacó de su ensimismamiento.Tragó saliva y se puso rápidamente una camiseta y unos pantalones. Cuando se volvió de nuevo hacia él, éste estaba ya subiéndose la cremallera de los pantalones.
—¿Y tu camisa? —prácticamente graznó Paula.
—Mi camisa está en la cocina.
—¿Que te dejaste la camisa en la cocina? ¿En la misma cocina en la que mi madre va a desayunar?
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