miércoles, 8 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 33

—Aquí estoy. Listo y dispuesto.

—Y  tarde  —repuso Paula—.  Media  hora  tarde.  ¿Sabes  lo  preocupada  que  he  estado? Deberías haber llamado. Pensaba que habías tenido un accidente.

—He  estado  en  la  floristería  —le  tendió  un  ramo  de  doce  rosas  rojas—.  Y  después he tenido que soportar un atasco.

—¿Flores? ¿Me has comprado flores? ¿Cómo has podido hacer una cosa así?

—¿No te gustan las flores?

—Me  encantan  las  flores  —lo  miró  con  rabia—.  Este  ha  sido  un  truco  muy  sucio, Pedro.

—¡Paula! ¿Es Pedro? —Alejandra apareció en el pasillo con un champiñón en una mano  y  un  camarón  en  la  otra—.  ¡Hola,  Pedro!  ¡Qué  alegría  verte!  Espero  que  no  te  importe  que  haya  empezado  a  cenar  sin  tí.  Pero  estaba  todo  tan  apetitoso  que  no  podía esperar... ¡Rosas!

—Te las ha comprado Pedro—Paula le entregó las rosas a su madre.

—¿Son  para  mí?  ¡Oh,  qué  encanto!  Celina Wilhem  hizo  que  le  llevaran  las  flores  de  la  boda  desde  Connecticut,  pero  no  eran  ni  de  lejos  tan  hermosas  como  éstas.

—Voy  a  calentar  la  cena  —Paula se  retiró  a  la  cocina,  estableciendo  así  la  pauta que iba a repetirse durante el resto de la noche.

Avance, retirada. Avance, retirada. Cada  vez  que  Pedro avanzaba,  con  su  intensa  mirada,  con  el  ocasional  roce  de  sus manos... Paula se retiraba a la cocina, al baño o a cualquier otro lugar en el que pudiera recordarse las razones por las que Pedro Alfonso no debería atraerla. Era  el  típico  macho.  Dominante.  Posesivo...  Ella  era  una  mujer,  y  Alfonso El Salvaje trataba a todas las mujeres de la misma manera. Además, sus abrazos, sus sonrisas  seductoras  y  sus  miradas  radiantes  tenían  como  único  fin  convencer  a  Alejandra de que eran una pareja enamorada. Su madre  estaba  contenta  y   ésa   era   exactamente   lo   que Paula quería.   El   problema  era  que  se  descubría  a  sí  misma  respondiendo  a  sus  avances  con  una  sonrisa. Aceptándolos. Deseándolos. Oh no... Ignoró rápidamente aquella evidencia y se concentró en pasar lo mejor posible la última hora de velada compartida que les quedaba. Hora que dedicaron a discutir sobre las invitaciones que habían escogido.

A  Pedro le  encantaron  las  invitaciones  con  veleros  mientras  que  Alejandra se  inclinaba  por  las  de  flores.  Paula prometió  tomar  una  decisión  esa  misma  noche,  empujó a Pedro hasta la puerta, se despidió de él y se encerró en su despacho. Pero  ni  siquiera  las  facturas  y  la  planificación  del  trabajo  del  día  siguiente sirvieron  para  sosegarla.  A  la  mañana  siguiente,  se  levantó  media  hora  antes  de  lo  habitual, pero decidida a no conceder ninguna importancia a los tórridos sueños que le habían impedido descansar. ¿Que  había  soñado  con  Pedro?  ¿Y  qué  importancia  podía  tener  eso?  Eso  no  significaba que estuviera enamorada de Pedro Alfonso.

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