lunes, 13 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 39

Mentira,  al  menos  en  parte,  le  dijo  su  conciencia.  Sí, estaba  orgullosa de su  negocio.  Pero  en  ese  momento,  lo  que  respiraba  era  la  excitante  fragancia  de  Pedro Alfonso. Una  embriagadora  combinación  de  la  loción  para  después  del  afeitado  y  sudor que podría hacerle olvidarse hasta de su nombre. Pedro alargó el brazo y tomó una hamburguesa. Paula lo observó sentarse bajo un árbol cercano, hamburguesa en mano, y estirar las piernas. Paula lo siguió y se sentó frente a él. Pedro le  dió  un bocado  a  su  hamburguesa.  Y  a  ella se  le hizo la boca  agua  mientras lo observaba mover los labios.

—¿Quieres un poco?

Claro que quería, pero si Pedro formara parte del menú.

—No, gracias.

—Háblame de tí misma —le pidió Pedro entre bocado y bocado.

—¿Por qué? —lo miró con recelo.

—¿Cómo se supone que voy a impresionar a tu madre si no sé nada sobre tí?

Paula buscó  en  su  bolso,  sacó  un  trozo  de  papel  y  un  bolígrafo  y  garabateó  unos números.

—Toma. Si de verdad quieres impresionar a mi madre, recítale esto.

—¿Qué es esto?

 —Medidas.

—¿Tuyas?

—De mi garaje.

—A eso  me  refería  —contestó  Pedro con  los  ojos  abiertos  de  par  en  par  y  expresión de absoluta inocencia.

—Mi  madre  siempre  ha  pensado  que  mi  garaje  podría  convertirse  en  un  estupendo salón familiar. Siempre está sacando el tema y si tú ni siquiera conoces las medidas, pensará que no eres un yerno de primera.

—Tu  madre  es  una  mujer  realmente  encantadora  —comentó  Pedro con  la  mirada  fija  en  los  educadores  y  en  los  niños,  que  estaban  a  punto  de  iniciar  otro  partido—.  Debe  de  ser  divertido  crecer  en  una  familia.  Eso  es  lo  que  a  mí  me  gustaría. Tener una gran familia.

Una  vez  más,  Pedro volvía  a  transformarse  en  el  doctor  Jekill:  un  hombre  sensible y vulnerable. Y Paula no pudo contenerse. Lo acarició. Pasó los dedos por su brazo y él la miró. Durante dos segundos, el mundo dejó de existir para ella.

—Te bastaría pasar una Navidad en  mi   casa para cambiar de opinión.  Imagínate  a  cinco  tías,  doce  primas  y  cuatro  primas  segundas...  Todas  felizmente  casadas e intentando convencerte de que las imites.

—¿Y cómo has conseguido mantenerte soltera?

—La pregunta es, ¿Cómo he conseguido no volverme loca? Y la respuesta es que me pasaba el día siguiente a la Navidad al lado del recipiente del ponche. El ponche de  mi  madre  es  mejor  que  cualquier  tranquilizante  —sonrió—.  Ahora  te  toca  a  tí  contarme tu historia.

—Bueno,  me  gradué  en  la  Universidad  de  Texas  y  estuve  jugando  al  fútbol  en  la  liga  profesional  hasta  que  me  lesioné  el  hombro  y  se  terminaron  mis  días  de  deportista.

—Tu  color  favorito  es  el  rojo  —añadió  Paula—,  te  gusta  la  música  rock  y  los  coches  y  las  mujeres  rápidas  —al  ver  su  expresión  de  incredulidad  se  encogió  de  hombros—. Eres una figura pública.

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