Mentira, al menos en parte, le dijo su conciencia. Sí, estaba orgullosa de su negocio. Pero en ese momento, lo que respiraba era la excitante fragancia de Pedro Alfonso. Una embriagadora combinación de la loción para después del afeitado y sudor que podría hacerle olvidarse hasta de su nombre. Pedro alargó el brazo y tomó una hamburguesa. Paula lo observó sentarse bajo un árbol cercano, hamburguesa en mano, y estirar las piernas. Paula lo siguió y se sentó frente a él. Pedro le dió un bocado a su hamburguesa. Y a ella se le hizo la boca agua mientras lo observaba mover los labios.
—¿Quieres un poco?
Claro que quería, pero si Pedro formara parte del menú.
—No, gracias.
—Háblame de tí misma —le pidió Pedro entre bocado y bocado.
—¿Por qué? —lo miró con recelo.
—¿Cómo se supone que voy a impresionar a tu madre si no sé nada sobre tí?
Paula buscó en su bolso, sacó un trozo de papel y un bolígrafo y garabateó unos números.
—Toma. Si de verdad quieres impresionar a mi madre, recítale esto.
—¿Qué es esto?
—Medidas.
—¿Tuyas?
—De mi garaje.
—A eso me refería —contestó Pedro con los ojos abiertos de par en par y expresión de absoluta inocencia.
—Mi madre siempre ha pensado que mi garaje podría convertirse en un estupendo salón familiar. Siempre está sacando el tema y si tú ni siquiera conoces las medidas, pensará que no eres un yerno de primera.
—Tu madre es una mujer realmente encantadora —comentó Pedro con la mirada fija en los educadores y en los niños, que estaban a punto de iniciar otro partido—. Debe de ser divertido crecer en una familia. Eso es lo que a mí me gustaría. Tener una gran familia.
Una vez más, Pedro volvía a transformarse en el doctor Jekill: un hombre sensible y vulnerable. Y Paula no pudo contenerse. Lo acarició. Pasó los dedos por su brazo y él la miró. Durante dos segundos, el mundo dejó de existir para ella.
—Te bastaría pasar una Navidad en mi casa para cambiar de opinión. Imagínate a cinco tías, doce primas y cuatro primas segundas... Todas felizmente casadas e intentando convencerte de que las imites.
—¿Y cómo has conseguido mantenerte soltera?
—La pregunta es, ¿Cómo he conseguido no volverme loca? Y la respuesta es que me pasaba el día siguiente a la Navidad al lado del recipiente del ponche. El ponche de mi madre es mejor que cualquier tranquilizante —sonrió—. Ahora te toca a tí contarme tu historia.
—Bueno, me gradué en la Universidad de Texas y estuve jugando al fútbol en la liga profesional hasta que me lesioné el hombro y se terminaron mis días de deportista.
—Tu color favorito es el rojo —añadió Paula—, te gusta la música rock y los coches y las mujeres rápidas —al ver su expresión de incredulidad se encogió de hombros—. Eres una figura pública.
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