viernes, 24 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 63

—Los  signos  vitales  están  bien,  pero  no  sabemos  lo  que  le  pasa.  El  médico  de  guardia podrá informarle mejor.

—¿Pedro? —le tomó la mano y clavó la mirada en su pálido rostro—. ¿Me oyes? Por favor, escúchame. No puedes morirte porque te quiero y quiero casarme contigo, y tener hijos aunque eso signifique renunciar a mi trabajo. No me importa. Bueno, sí me  importa.  No  quiero  vivir  con  arrepentimientos.  Pero  si  te  pierdo  a  tí,  estaré  arrepintiéndome durante toda mi vida. Por favor, abre los ojos, por...

—Estoy  aquí,  Paula—gimió  Pedro—.  Podrías...  —Tragó  saliva  e  intentó  ignorar el dolor que lo devoraba— ¿Podrías decirlo... otra vez?

—¿Que abras los ojos?

—No... lo que... has dicho... antes.

—¿Que si te pierdo me arrepentiré durante toda mi vida?

Pedro le apretó la mano con fuerza.

—¿Lo dices... de verdad?

—Que me muera aquí mismo si no es cierto. Bueno no, nadie va a morir aquí —la determinación iluminó su mirada—. Vamos a tener montones de hijos y a disfrutar de años y años de felicidad, ¿Me oyes?

Al  oírla,  Pedro se  dió  cuenta  de  la  importancia  de  lo  que  Paula le  estaba  diciendo. Y más aún, comprendió también que no era eso lo que él quería. Él no sólo la quería como  esposa,  la  quería  también  como  profesional,  como  amante... quería el paquete completo. Y no quería que albergara ningún resentimiento hacia él por haber tenido que renunciar a una parte de sí misma.

—Yo... no quiero que renuncies.

—Haré lo que quieras. Te amo, ¿Es que no lo comprendes?

Pedro sonrió débilmente.

—Te... te... comprendo... Pero... no... quiero... que... renuncies...

—¿Porque no me quieres? ¿No he pasado la prueba?

—Sí...  la...  has  pasado...  Pero  puedes...  conservar...  las  tartas... —hizo  una  mueca de dolor—. Y... hasta comértelas.

—¿De verdad?

—Sí, Paula... Yo también te quiero.

—¿Dónde  estás?  —Alejandra entró  precipitadamente  en  la  sala  de  urgencias  una  hora después de que hubieran llegado Pedro y Paula.

—Señora Chaves, soy el doctor Tannenbaum. Me alegro de verla otra vez. Y debo decir que la encuentro mucho mejor. Su color, su figura...

—¿Mi figura ha dicho?

—Está usted estupenda.

—Pero doctor —contestó sonrojada—, si sólo han sido tres días.

—Tres milagrosos días.

—Bueno, al fin y al cabo he estado siguiendo la dieta. Sólo me la he saltado una vez.

—Bueno,  por  una  vez  no  importa.  Y  ahora  tengo  que  ocuparme  de  su  futuro  yerno. Voy a hacerle algunas pruebas. Es un caso muy extraño...

—Doctor, ¿Puedo hablar francamente con usted?

—Por supuesto.

—¿Tiene usted hijos?

—Tres hijas.

—Entonces  podrá  comprenderme.  Ya  ve,  Paula es  mi  única  hija  y  es  muy,  pero que muy cabezota.

—Qué me va a decir  a  mí.   Desde  que mi  mujer murió,   he  enido que enfrentarme yo solo a mis hijas. Y cuando se les mete algo en la cabeza, no hay forma de hacerles cambiar de opinión.

—Exacto. Y aula está decidida a quedarse soltera.

—Yo pensaba que estaba comprometida con el señor Alfonso.

—Eso  es  una  farsa.  Han  fingido  el  compromiso  para  complacerme  a  mí  —Alejandra procedió a explicarle todo lo ocurrido y terminó diciéndole—: Y ya ve, el caso es que se quieren. De manera que no podía permanecer sin hacer nada, viendo como esos dos cabezotas arruinaban su futuro. Por eso preparé esa maravillosa cena y eché ciertas píldoras en la salsa de champiñones.

—¿Ciertas píldoras?

—La  única  cura  contra  la  diarrea.  Por  supuesto,  un  remedio  que  puede  comprarse legalmente.

En cuanto la oyó, el médico llamó a una enfermera que estaba cerca de allí y le dió las oportunas instrucciones.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Alejandra preocupada cuando se fue la enfermera.

—Después de una noche bastante agitada, sí.

—¿Y puedo confiar en que esto quede entre nosotros?

—Bueno, en principio no ha cometido ninguna ilegalidad, y tampoco ha hecho ningún  daño  a  nadie  —la  miró  pensativo—.  ¿Y  dice  que  sólo  se  ha  saltado  la  dieta  una vez?

—Bueno, quizá dos.

—Conozco un restaurante italiano realmente bueno. Quizá le apetezca probar la pasta  este  viernes  por  la  noche  —la  miró  pensativo  y  frunció  el  ceño—.  Ah,  pero  si  usted se va de viaje mañana mismo.

Alejandra sonrió.

—Sí, pero la noche es joven, y de pronto me han entrado ganas de probar unos buenos fetuccini.

No hay comentarios:

Publicar un comentario