miércoles, 22 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 57

—El médico ha dicho que puedes volver a casa.

—Por supuesto, querida. Siempre es mejor estar rodeada por la familia cuando te falla el corazón.

—Mamá, tú no has tenido un infarto.

—Por  supuesto  que  no,  querida.  Sólo  ha  sido  una  indigestión.  Eso  es  lo  que  Héctor..., el doctor Tannenbaum te ha dicho. Qué hombre tan amable. Tan atractivo y tan inteligente.

—Eso  es  lo  que  ha  pasado,  ¿No,  mamá?  No  me  estás  ocultando  nada,  ¿No  es  cierto?

—Desde luego que no, querida. Cuéntame hija, ¿Qué me estabas diciendo de la boda? Creo recordar que ibas a decirme que no iba a haber ninguna boda.

—Lista de boda, mamá. Pedro y yo hemos estado pensando mucho sobre ello y no  queremos  ser  una  carga  para  nuestros  invitados.  Preferimos  que  nos  regalen  lo  que quieran, ¿Verdad, Pedro?

—Tu eres la jefa, cariño —deslizó la mano por su cintura.

Cuatro  días  más,  se  recordó  Paula,  estremecida  por  aquel  contacto.  «Sé  fuerte», se repetía, «piensa en tu negocio, en tus tartas». El problema era que cuando pensaba en ellas, no se imaginaba horneándolas o vendiéndolas.  Imaginaba  a  un  hombre  tan  seductor  como  atractivo  saboreándolas  con deleite. Más  tarde,  esa  misma  noche,  estacionó la  furgoneta,  repleta  de  tartas  de  chocolate, frente al primer restaurante de la cadena de Pedro. El  restaurante  estaba  excepcionalmente  lleno  para  ser  un  lunes  por  la  noche.  Tras llevar las tartas a la cocina, Delilah se dirigió al salón principal, en el que, según le había informado uno de los camareros, estaba él atendiendo a unos invitados. En cuanto llegó a la puerta, lo vió sentado en la mesa más cercana. Sonreía con aquella sonrisa con la que revolucionaba sus sentidos. El corazón le dio un vuelco y no pudo evitar sonreír ella también. Hasta que vió a la mujer que estaba sentada frente a él: una rubia de uñas rojas que  posaba  la  mano  en  el  pecho  de  Pedro con  un  gesto  de  familiaridad  que  para  Paula fue como un puñetazo en el estómago. Pedro se  percató  en  ese  momento  de  su  presencia.  El  placer,  mezclado  con  la  sorpresa, cruzó su rostro. Dijo algo a la mujer y comenzó a caminar hacia Paula.

Paula hizo  lo  único  que  podía  hacer  en  ese  momento.  Con  los  ojos  llenos  de  lágrimas y el corazón roto, dió media vuelta y salió corriendo antes de hacer alguna estupidez como sacarle a Pedro los ojos. O peor aún, arrojarse a sus brazos y decirle que lo amaba. Estaba  tumbada  en  el  suelo  intentando  abrocharse  los  pantalones  cuando sonó el timbre.Se secó las lágrimas de los ojos y tiró con fuerza hasta que la cremallera por fin alcanzó  su  destino.  Tomó  aire  e  intentó  abrochar  el  botón.  Soltó  aire  y  se  secó  nuevamente las lágrimas. Lo había conseguido.

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