—El médico ha dicho que puedes volver a casa.
—Por supuesto, querida. Siempre es mejor estar rodeada por la familia cuando te falla el corazón.
—Mamá, tú no has tenido un infarto.
—Por supuesto que no, querida. Sólo ha sido una indigestión. Eso es lo que Héctor..., el doctor Tannenbaum te ha dicho. Qué hombre tan amable. Tan atractivo y tan inteligente.
—Eso es lo que ha pasado, ¿No, mamá? No me estás ocultando nada, ¿No es cierto?
—Desde luego que no, querida. Cuéntame hija, ¿Qué me estabas diciendo de la boda? Creo recordar que ibas a decirme que no iba a haber ninguna boda.
—Lista de boda, mamá. Pedro y yo hemos estado pensando mucho sobre ello y no queremos ser una carga para nuestros invitados. Preferimos que nos regalen lo que quieran, ¿Verdad, Pedro?
—Tu eres la jefa, cariño —deslizó la mano por su cintura.
Cuatro días más, se recordó Paula, estremecida por aquel contacto. «Sé fuerte», se repetía, «piensa en tu negocio, en tus tartas». El problema era que cuando pensaba en ellas, no se imaginaba horneándolas o vendiéndolas. Imaginaba a un hombre tan seductor como atractivo saboreándolas con deleite. Más tarde, esa misma noche, estacionó la furgoneta, repleta de tartas de chocolate, frente al primer restaurante de la cadena de Pedro. El restaurante estaba excepcionalmente lleno para ser un lunes por la noche. Tras llevar las tartas a la cocina, Delilah se dirigió al salón principal, en el que, según le había informado uno de los camareros, estaba él atendiendo a unos invitados. En cuanto llegó a la puerta, lo vió sentado en la mesa más cercana. Sonreía con aquella sonrisa con la que revolucionaba sus sentidos. El corazón le dio un vuelco y no pudo evitar sonreír ella también. Hasta que vió a la mujer que estaba sentada frente a él: una rubia de uñas rojas que posaba la mano en el pecho de Pedro con un gesto de familiaridad que para Paula fue como un puñetazo en el estómago. Pedro se percató en ese momento de su presencia. El placer, mezclado con la sorpresa, cruzó su rostro. Dijo algo a la mujer y comenzó a caminar hacia Paula.
Paula hizo lo único que podía hacer en ese momento. Con los ojos llenos de lágrimas y el corazón roto, dió media vuelta y salió corriendo antes de hacer alguna estupidez como sacarle a Pedro los ojos. O peor aún, arrojarse a sus brazos y decirle que lo amaba. Estaba tumbada en el suelo intentando abrocharse los pantalones cuando sonó el timbre.Se secó las lágrimas de los ojos y tiró con fuerza hasta que la cremallera por fin alcanzó su destino. Tomó aire e intentó abrochar el botón. Soltó aire y se secó nuevamente las lágrimas. Lo había conseguido.
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