—¿De verdad quieres trabajar? —preguntó Pedro con recelo.
—¿Qué otra cosa quieres que haga?
—Bueno...
—Olvida lo que te he preguntado. Mira, al contrario de lo que pareces pensar, no estoy loca por tí. Sólo soy una mujer desesperada que necesita unos minutos de concentración —tomó aire y se volvió hacia la pantalla.
—Estás completamente informatizada —oyó decir a Pedro detrás de ella al cabo de unos minutos.
—¿Te importaría volver a sentarte en la silla? Estás invadiendo mi espacio de trabajo.
Pedro rodeó el escritorio y se puso a mirar las fotografías de las paredes.
—¿Es algún ex novio? —señaló una foto en particular.
Paula sonrió.
—Es mi hermano mayor, Daniel—señaló la foto de al lado—. Ésos son los otros dos. Yo soy la única chica —señaló otra foto—. Ése es mi padre, murió el año pasado de un infarto.
—Lo siento.
—Gracias. Fue muy difícil para todos. No nos lo esperábamos. Mi madre lo pasó fatal. Llevaban treinta y seis años casados. Estaba muy deprimida y empezó a tener dolores en el corazón. Pero ahora se encuentra mucho mejor. La semana que viene se va a ir a un crucero.
—Estupendo —se quedó mirando fijamente la fotografía de Daniel—. ¿Tu hermano es policía?
—Aja. Y el otro Lucas, un profesional de los rodeos. El que está a su lado es Gonzalo. Es propietario de una empresa de construcción en Houston.
—El policía, el vaquero y el albañil. Para una película del Oeste sólo falta el indio.
—Mi padre era descendiente de Cherokees.
Pedro esbozó una enorme sonrisa que tuvo un efecto inmediato en el corazón de Paula.
—¿Y tus hermanos están casados?
—Ojalá lo estuvieran y tuvieran nietos que mantuvieran a mi madre ocupada —suspiró, intentando no pensar en la profundidad de la mirada de Pedro—. ¿Y qué me dices de tí? ¿Tienes hermanos?
—Soy hijo único. Mi madre murió en un accidente de coche cuando yo tenía cinco años. A mi padre nunca lo conocí. Mi madre era muy joven cuando se quedó embarazada y él decidió quitarse de en medio.
—¿No has sabido nunca nada de él?
—Alguna que otra vez, pero no tengo ninguna gana de conocerlo. Mi madre siempre me decía que ella me quería por los dos, y era cierto. Tenía dos trabajos para poder mantenerme. Eso fue lo que la mató. Se quedó dormida en el coche cuando volvía de trabajar. Yo pasé el resto de mi vida en el Hogar Infantil de Dallas.
—Lo siento.
Pedro esbozó entonces una sonrisa que iluminó intensamente su mirada.
—Gracias, pero no tienes por qué. No estoy resentido con mi pasado. Crecí en un lugar tranquilo, nunca me ha faltado comida ni una cama caliente, y he contado siempre con el apoyo de Diego. No ha sido perfecto, pero no ha estado mal.
—¿Diego? ¿Diego Black? ¿Tu director?
—El mismo. Crecimos juntos y ahora trabajamos juntos. Es el experto en los números y yo en la gente.
—Las mujeres en particular, por lo que he oído decir.
—Sí, me gustan las mujeres —le dirigió a Paula una mirada lobuna que le hizo reaccionar inmediatamente.
—Eh... ¿por qué no te sientas? Tengo que ponerme a trabajar.
Pedro tomó asiento y ella intentó concentrarse en su trabajo. El trabajo era bueno, le permitía distraerse, tranquilizarse.... Pero los minutos pasaban lentamente, y Paula era dolorosamente consciente del hombre que estaba situado a menos de un metro de ella, llenando su oficina, arrebatándole el oxígeno... Se lo imaginaba levantándose de la silla, acercándose a él y besándolo... ¿Besándolo?Sí, besándolo, una y otra vez, una y otra vez... Se oyeron pasos en el pasillo que la sacaron bruscamente de su ensueño. ¡Su madre! Antes de que pudiera pensar en lo que estaba haciendo, había saltado de la silla, había rodeado el escritorio y le había quitado a Pedro la revista de las manos.
—¿Qué haces? —preguntó perplejo al ver que se sentaba en su regazo y le rodeaba el cuello con los brazos.
—Convencer a mi madre de que no hay problemas en el paraíso —contestó, antes de besarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario