lunes, 6 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 26

—¿De verdad quieres trabajar? —preguntó Pedro con recelo.

—¿Qué otra cosa quieres que haga?

—Bueno...

—Olvida  lo  que  te  he  preguntado.  Mira,  al  contrario  de  lo  que  pareces  pensar,  no  estoy  loca  por  tí.  Sólo  soy  una  mujer  desesperada  que  necesita  unos  minutos  de  concentración —tomó aire y se volvió hacia la pantalla.

—Estás completamente informatizada —oyó decir a Pedro detrás de ella al cabo de unos minutos.

—¿Te  importaría  volver  a  sentarte  en  la  silla?  Estás  invadiendo  mi  espacio  de trabajo.

Pedro rodeó el escritorio y se puso a mirar las fotografías de las paredes.

—¿Es algún ex novio? —señaló una foto en particular.

Paula sonrió.

—Es  mi  hermano  mayor,  Daniel—señaló  la  foto  de  al  lado—.  Ésos  son  los  otros  dos. Yo soy la única chica —señaló otra foto—. Ése es mi padre, murió el año pasado de un infarto.

—Lo siento.

—Gracias.  Fue  muy  difícil  para  todos.  No  nos  lo  esperábamos.  Mi  madre  lo  pasó  fatal.  Llevaban  treinta  y  seis  años  casados.  Estaba  muy  deprimida  y  empezó  a  tener  dolores  en  el  corazón.  Pero  ahora  se  encuentra  mucho  mejor.  La  semana  que  viene se va a ir a un crucero.

—Estupendo —se   quedó   mirando   fijamente   la   fotografía   de   Daniel—.   ¿Tu   hermano es policía?

—Aja. Y el otro Lucas, un profesional de los rodeos. El que está a su lado es Gonzalo. Es propietario de una empresa de construcción en Houston.

—El  policía,  el  vaquero  y  el  albañil.  Para  una  película  del  Oeste  sólo  falta  el  indio.

—Mi padre era descendiente de Cherokees.

Pedro esbozó una enorme sonrisa que tuvo un efecto inmediato en el corazón de Paula.

—¿Y tus hermanos están casados?

—Ojalá  lo  estuvieran  y  tuvieran  nietos  que  mantuvieran  a  mi  madre  ocupada  —suspiró,  intentando  no  pensar  en  la  profundidad  de  la  mirada  de  Pedro—.  ¿Y  qué  me dices de tí? ¿Tienes hermanos?

—Soy  hijo  único.  Mi  madre  murió  en  un  accidente  de  coche  cuando  yo  tenía  cinco  años.  A  mi  padre  nunca  lo  conocí.  Mi  madre  era  muy  joven  cuando  se  quedó  embarazada y él decidió quitarse de en medio.

—¿No has sabido nunca nada de él?

—Alguna  que  otra  vez,  pero  no  tengo  ninguna  gana  de  conocerlo.  Mi  madre  siempre me decía que ella me quería por los dos, y era cierto. Tenía dos trabajos para poder  mantenerme.  Eso  fue  lo  que  la  mató.  Se  quedó  dormida  en  el  coche  cuando  volvía de trabajar. Yo pasé el resto de mi vida en el Hogar Infantil de Dallas.

—Lo siento.

Pedro esbozó entonces una sonrisa que iluminó intensamente su mirada.

—Gracias,  pero  no  tienes  por  qué.  No  estoy  resentido  con  mi  pasado.  Crecí  en  un  lugar  tranquilo,  nunca  me  ha  faltado  comida  ni  una  cama  caliente,  y  he  contado  siempre con el apoyo de Diego. No ha sido perfecto, pero no ha estado mal.

—¿Diego? ¿Diego Black? ¿Tu director?

—El  mismo.  Crecimos  juntos  y  ahora  trabajamos  juntos.  Es  el  experto  en  los  números y yo en la gente.

—Las mujeres en particular, por lo que he oído decir.

—Sí, me gustan las mujeres —le dirigió a Paula una mirada lobuna que le hizo reaccionar inmediatamente.

—Eh... ¿por qué no te sientas? Tengo que ponerme a trabajar.

Pedro tomó  asiento  y  ella  intentó  concentrarse  en  su  trabajo.  El  trabajo  era  bueno, le permitía distraerse, tranquilizarse.... Pero  los  minutos  pasaban  lentamente,  y  Paula era  dolorosamente  consciente  del  hombre  que  estaba  situado  a  menos  de  un  metro  de  ella,  llenando  su  oficina,  arrebatándole el oxígeno... Se lo imaginaba levantándose de la silla, acercándose a él y besándolo... ¿Besándolo?Sí, besándolo, una y otra vez, una y otra vez... Se  oyeron  pasos  en  el  pasillo  que  la  sacaron  bruscamente  de  su  ensueño.  ¡Su  madre!  Antes  de  que  pudiera  pensar  en  lo  que  estaba  haciendo,  había  saltado  de  la  silla, había rodeado el escritorio y le había quitado a Pedro la revista de las manos.

—¿Qué  haces?  —preguntó  perplejo  al  ver  que  se  sentaba  en  su  regazo  y  le  rodeaba el cuello con los brazos.

—Convencer  a  mi  madre  de  que  no  hay  problemas  en  el  paraíso  —contestó, antes de besarlo.

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