viernes, 17 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 49

—Jamás he sido cabezota.

—Estás ciega.

—Tengo los ojos totalmente abiertos.

—Y estás tan enamorada de tus malditas tartas que no eres capaz de reconocer algo bueno aunque lo tengas delante de tus narices.

—Veo estupendamente,  gracias  —y  precisamente  ése  era  el  problema—.  Mira Pedro, ya sé que en este momento el sexo puede parecemos una buena idea, pero no lo  es.  Tenemos  que  pensar  en  las  consecuencias,  en  las  repercusiones  que  pueden  tener unos minutos de placer.

—Horas.

—De acuerdo, horas.

—Quizá toda la noche.

—Ése  es  el  problema  —decidió  ocupar  sus  manos  ordenando  los  ingredientes  que  habían  sobrado  de  la  preparación  de  un  postre:  medio  pastel  de  nueces,  unos  trozos de tarta de limón, un bol con salsa de ron... —. Mañana tengo que levantarme pronto  para  trabajar  y  tú  también.  Además,  el  sexo  no  entra  en  la  lista.  Nuestra  relación  es  estrictamente  de  negocios.  Unas  pocas  horas  —tragó  saliva—,  o  una  noche de placer, sólo complicaría las cosas.

—Eres frígida, ¿Verdad?

—¿Qué?

—Eso es. Diablos, Paula—se encogió de hombros—. Claro, ahora encaja todo. Cada  vez  que  estamos  cerca  y  parece  que  vamos  a  llegar  a  algo  más  serio  que  un  beso, te escapas.

—No  soy  frígida  —no  estaba  segura  de  por  qué  le  molestaba  tanto  aquella  acusación que podría servirle de ayuda para mantenerse lejos de él.

—Hay mucha gente que tiene ese mismo problema. Y también especialistas que pueden ayudarte a resolverlo.

—No soy frígida.

—Dicen que suele ser algo genético, pero tu madre parece estar perfectamente, así que quizá fuera un problema de tu padre.

—Escúchame —gruñó, aferrándose al bol con la salsa de ron—: ¡No soy frígida! —terminó la frase arrojándole la salsa de ron.

El bol le golpeó a Pedro en el hombro. La salsa goteaba lentamente por su pecho.—¿Por qué has hecho eso?

—No tienes por qué decirme que tengo problemas. Mi único problema eres tú.

Pedro sacudió la cabeza, con expresión comprensiva.

—Eres frígida, Paula, frígida.

—¿Porque me resisto a tus encantos? Yo diría que estoy perfectamente cuerda, Pedro, cuerda.

—La  clásica  negativa  a  reconocerlo.  Pero  eres  tan  frígida  como  la  princesa  de  hielo, como... El  medio  pastel  de  nuez  aterrizó  en  su  pecho.  El  plato  cayó  al  suelo  y  se  hizo  añicos.

—Eres frígida, Paula, si no no te pondrías así.

—¿Ah sí? —agarró un trozo de tarta.

—Y  no  serías  capaz  de  seducir  a  ningún  hombre  aunque  tu  tarta  de  Chocolate  Cherry Cha—Cha dependiera de ello.

—¿Ah sí?

—Sí.

—¿Quieres apostar?

—Dime tu precio.

—Quiero recuperar la exclusiva de la tarta. Te demostraré que no soy frígida, y tú  romperás  el  contrato  que  hemos  firmado,  pero  tendrás  que  continuar  haciéndote  pasar por mi prometido hasta que se vaya mi madre. ¿Estás dispuesto a apostar?

—Desde luego. Y ten en cuenta que jamás he perdido una apuesta.

—Si hay algo que he aprendido de mi madre, Pedro, es que hay una primera vez para todo.

Se quitó la blusa, se desabrochó el sujetador para liberar sus pechos y se bajó la cremallera de la falda. La  ropa  cayó  a  sus  pies  y  Paula,  por  primera  vez  en  su  vida,  se  encontró  desnuda ante un hombre.

—Te habrás rendido antes de que hayamos terminado.

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