—Jamás he sido cabezota.
—Estás ciega.
—Tengo los ojos totalmente abiertos.
—Y estás tan enamorada de tus malditas tartas que no eres capaz de reconocer algo bueno aunque lo tengas delante de tus narices.
—Veo estupendamente, gracias —y precisamente ése era el problema—. Mira Pedro, ya sé que en este momento el sexo puede parecemos una buena idea, pero no lo es. Tenemos que pensar en las consecuencias, en las repercusiones que pueden tener unos minutos de placer.
—Horas.
—De acuerdo, horas.
—Quizá toda la noche.
—Ése es el problema —decidió ocupar sus manos ordenando los ingredientes que habían sobrado de la preparación de un postre: medio pastel de nueces, unos trozos de tarta de limón, un bol con salsa de ron... —. Mañana tengo que levantarme pronto para trabajar y tú también. Además, el sexo no entra en la lista. Nuestra relación es estrictamente de negocios. Unas pocas horas —tragó saliva—, o una noche de placer, sólo complicaría las cosas.
—Eres frígida, ¿Verdad?
—¿Qué?
—Eso es. Diablos, Paula—se encogió de hombros—. Claro, ahora encaja todo. Cada vez que estamos cerca y parece que vamos a llegar a algo más serio que un beso, te escapas.
—No soy frígida —no estaba segura de por qué le molestaba tanto aquella acusación que podría servirle de ayuda para mantenerse lejos de él.
—Hay mucha gente que tiene ese mismo problema. Y también especialistas que pueden ayudarte a resolverlo.
—No soy frígida.
—Dicen que suele ser algo genético, pero tu madre parece estar perfectamente, así que quizá fuera un problema de tu padre.
—Escúchame —gruñó, aferrándose al bol con la salsa de ron—: ¡No soy frígida! —terminó la frase arrojándole la salsa de ron.
El bol le golpeó a Pedro en el hombro. La salsa goteaba lentamente por su pecho.—¿Por qué has hecho eso?
—No tienes por qué decirme que tengo problemas. Mi único problema eres tú.
Pedro sacudió la cabeza, con expresión comprensiva.
—Eres frígida, Paula, frígida.
—¿Porque me resisto a tus encantos? Yo diría que estoy perfectamente cuerda, Pedro, cuerda.
—La clásica negativa a reconocerlo. Pero eres tan frígida como la princesa de hielo, como... El medio pastel de nuez aterrizó en su pecho. El plato cayó al suelo y se hizo añicos.
—Eres frígida, Paula, si no no te pondrías así.
—¿Ah sí? —agarró un trozo de tarta.
—Y no serías capaz de seducir a ningún hombre aunque tu tarta de Chocolate Cherry Cha—Cha dependiera de ello.
—¿Ah sí?
—Sí.
—¿Quieres apostar?
—Dime tu precio.
—Quiero recuperar la exclusiva de la tarta. Te demostraré que no soy frígida, y tú romperás el contrato que hemos firmado, pero tendrás que continuar haciéndote pasar por mi prometido hasta que se vaya mi madre. ¿Estás dispuesto a apostar?
—Desde luego. Y ten en cuenta que jamás he perdido una apuesta.
—Si hay algo que he aprendido de mi madre, Pedro, es que hay una primera vez para todo.
Se quitó la blusa, se desabrochó el sujetador para liberar sus pechos y se bajó la cremallera de la falda. La ropa cayó a sus pies y Paula, por primera vez en su vida, se encontró desnuda ante un hombre.
—Te habrás rendido antes de que hayamos terminado.
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