viernes, 31 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 79

—¿Dónde está mami? —preguntó.
—La está viendo el médico —contestó la enfermera—. Quieren hacerle fotos del brazo y después le pondrán un yeso—la joven sonrió—. Apuesto a que dejará que seas la primera en firmarlo. Tal vez hasta puedas hacer dibujos o poner pegatinas. Las pegatinas quedan fenomenal.
—Tenemos algunas en casa —Luz alzó un poco la cabeza, pero no soltó a Pedro.
—Entonces utilizaremos ésas —le prometió Pedro, esperando que la recuperación de Paula se limitara a tener que estar unas semanas enyesada.
—Tienes que quedarte aquí, cielo —la enfermera le dio una palmadita en la espalda, hasta que el médico te dé el alta, pero aparte de eso puedes irte. Ese bast... —la enfermera carraspeó—. El hombre sólo le pegó un par de veces. Está bien.
«Gracias a Dios», pensó él. Sintió un intenso alivio. Llevó a Luz a la silla, la sentó en su regazo y besó su cabeza, sin soltarla un momento.
—¿De verdad era mi papá ese hombre? —preguntó Luz con voz queda.
Pedro juró para sí. Eso no debería tocarle a él. No podía contestar a esa clase de preguntas. La niña acababa de pasar por una experiencia horrible y él era la persona menos indicada para ayudarla. Pero no había nadie más, así que se aclaró la garganta y pidió inspiración divina.
—Hacen falta un hombre y una mujer para hacer un bebé —dijo él, preguntándose si estaría empeorando las cosas—. Pero hacer un bebé no implica que un hombre sea papá. Ser papá es distinto. Es un nombre que hay que ganarse. El hombre tiene que demostrar que se lo merece haciendo las cosas correctas, estando allí y... —se preguntó qué más añadir.
—Y queriendo a su niña —susurró Luz, echándose a llorar.
—Eso es. Tiene que conocerla, y como la conoce la quiere. Porque es una niña muy especial.
—Así que tú eres mi papá —Luz alzó la cabeza y le dirigió una mirada que le llegó al alma.
Él había acarreado un peso en el pecho desde que descubrió que Charlotte iba a morir y él a abandonarla. La palabras inocentes, confiadas y aterrorizadoras de Luz parecieron librarlo de ese peso; por primera vez en más de una década, no le costaba respirar.
—Si, Luz. Soy tu papá.
Paula recuperó el conocimiento en una habitación de hospital y una enfermera le explicó que pasaría allí la noche, en observación.
—El médico vendrá después a comentar sus lesiones. Básicamente se trata de un brazo roto y algunos derrames internos, pero no hay ningún órgano dañado. Ha tenido suerte.
«Suerte» era una curiosa palabra para definir lo ocurrido.
—Mi hija —dijo Paula—. ¿Dónde está Luz?
—La he conocido. Es un encanto. Ese hombre alto y guapo que tiene me pidió que le dijera que la llevaba a casa con la señora Ford y que volvería después.
Paula cerró los ojos y suspiró con alivio y agradecimiento. Luz debía de estar bien o no la habrían dejado salir del hospital.
—Ya puede tomar otro calmante —le dijo la enfermera—. Pero como parece que le hacen mucho efecto, quizá prefiera esperar hasta después de ver a todo el mundo. A no ser que prefiera no ver a nadie.
Paula  seguía teniendo la mente borrosa. Recordaba perfectamente el ataque de Facundo, pero lo ocurrido después no lo tenía tan claro.
—¿Todo el mundo? —preguntó. Se movió y sintió una intensa punzada de dolor en el brazo izquierdo. Vio que una escayola lo cubría desde la muñeca hasta encima del codo—. ¿He dormido mientras me ponían un yeso?
—Bastante más que eso —sonrió la enfermera—. ¿Estás lista para ver al rebaño?
—Claro —¿rebaño?
Unos minutos después de que saliera la enfermera, entraron sus padres seguidos por Gonzalo.
—¿Estás bien? —preguntó su madre—. No podía creerlo cuando Pedro nos llamó. Oh, nena, tu cara.
Paula se tocó los labios hinchados y tuvo la impresión de que debía de tener un aspecto horrible.
—Estoy bien, mamá. Luz y yo sobrevivimos gracias a la ayuda de Pedro.
—Ojalá hubiera matado a ese bastardo —dijo su padre—. Me gustaría hacerlo yo mismo.
Paula esperó a que su madre lo regañara por ser tan agresivo, pero ella se limitó a acariciar las partes de su rostro que no estaban heridas.
—Tienes un ojo morado. Chulo —dijo Gonzalo—. Bueno, más bien morado y rojo.
Paula no pudo evitar una sonrisa.
—¿Qué tal el brazo? —preguntó su madre.
Palpitaba dolorosamente, pero Paula no quería tomar calmantes hasta que se fueran las visitas. En ese momento le apetecía que la mimaran.
—Toc, toc.
Paula alzó la cabeza y vió a Dani Alfonso en la puerta.
—¿Interrumpimos? —preguntó Dani.
—Claro que no —Paula sonrió—. Pasen.
Dani entró seguida por Federico y Matías.
—Sofía está en casa con el bebé —dijo Dani—. Si no fuera así habría venido.
—No hacía falta que vengan al hospital —dijo Paula, sorprendida de que estuvieran allí.
—Claro que sí —Federico sonrió a sus padres, luego se agachó y le besó la mejilla sana—. Eres la chica de Pedro.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. Agradecía la frase, aunque no fuera cierta. «La chica de Pedro». Le gustaba cómo sonaba y habría dado mucho por que eso llegara a ocurrir.
—No tienes tan mal aspecto —Matías se acercó y apretó su mano.
—Me alegra saberlo —presentó a los Alfonso a sus padres.
Tras charlar unos minutos, su madre se excusó.
—Voy a ir a recoger a Luz. La señora Ford me llamó antes y me aseguró que estaba bien. Pero quiero comprobarlo —titubeó—. No te importa, ¿verdad? Vas a pasar la noche en el hospital, así que pensé... —su voz se apagó.
—Claro que no —aseguró Paula—. Me alegra que vayas a cuidar de ella. Contigo estará a salvo.
—Claro que sí. Es tu hija, Paula, daría mi vida por ella.
—Oh, mamá —Paula notó lágrimas en las mejillas.
De repente sus padres y ella se estaban abrazando. Abrió los ojos y vió a Dani sorberse la nariz y a Matías y Federico aclarándose la garganta.
—¿Dónde está Pedro? —preguntó.
—Dijo que tenía que ocuparse de un par de cosas y volvería —dijo Federico—. Que no te preocuparas.
Ella no sabía qué significaba eso, pero sonrió y asintió. No quería dejar ver cuánto lo echaba de menos y que anhelaba que estuviera allí. Las había salvado a Luz y a ella. Eso debería ser suficiente.
Pero no lo era.

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 78

—Siempre dices que no. Luego me das el dinero de todas formas. Es nuestro pequeño juego. Te gusta jugar conmigo.
—Te equivocas —dijo Paula, asqueada y asustada a un tiempo—. Facundo, necesitas irte a tu casa y esperar a que se te pase el efecto de lo que te hayas tomado.
—Estoy volando, nena, y volar es lo mejor.
—Sal de aquí antes de que llame a la policía.
—No he hecho nada malo —soltó una risotada—. Ésa es la ironía. Me pagas para que me vaya. Nada más.
—Me has amenazado —dijo ella. Recordó el bate de béisbol. Si conseguía agarrar el bate, tal vez podría obligarlo a marcharse—. Ya me he cansado de pagarte. No volverás a amenazarme.
Giró y se lanzó hacia el armario escobero, pero antes de que llegara Facundo la agarró del brazo y la giró. Después le dio un puñetazo en la cara.
Paula sintió una explosión de dolor. Se tambaleó y cayó contra el sofá, con sabor a sangre en la boca.
—¡Mami, mami! —Luz corrió a su lado—. ¡Vete! No hagas daño a mi mamá. Eres un hombre malo y se lo diré a Pedro.
Facundo sonrió, pero sin rastro de humor o alegría. Su expresión era oscura y malvada. Paula sintió que el miedo explotaba en ella y la consumía.
—Vaya, vaya —le dijo a Luz—. Eres una niña muy bonita. ¿Sabes quien soy? ¿Quieres jugar conmigo?
Pedro concluyó la reunión y volvió a su despacho. Había pensado en comentar sus nuevas ideas respecto a las primas de beneficios para los empleados, pero decidió esperar a que todo estuviera organizado. Entonces haría un anuncio general e iría implementando el plan con cada empleado, según llegara su aniversario. Los restaurantes funcionaban mejor cuando el personal se mantenía estable.
También quería hacer algo especial para los empleados de las oficinas. Aunque había conseguido convencerlos de que no habría ejecuciones al amanecer, seguían sobresaltándose cada vez que entraba a un despacho. Gloria había jugado a ser Dios con un montón de gente inocente. Empezaba a pensar que sería mejor que no se reincorporara a la empresa.
Dejó la carpeta en la mesa y consideró las implicaciones. Si Gloria no volvía, ¿estaba dispuesto a hacerse cargo de la empresa? ¿Quería pasar el resto de su vida trabajando para la empresa familiar?
No tenía respuestas y no creía que fuera el momento de... De repente, notó un cosquilleo en la nuca. Hacía mucho que no le pasaba, pero no era bueno. Indicaba problemas. Graves. Esa incómoda sensación le había salvado el pellejo más de una vez.
Giró lentamente, casi esperando encontrar un francotirador oculto bajo el escritorio o detrás de un archivador. Pero no había nadie. Ni armas, ni granadas, ni minas... Ningún peligro.
Fue hacia la ventana y miró la ciudad. El picorcillo se incrementó y sintió miedo. No por él, sino...
—Paula —murmuró.
Levantó el teléfono y marcó su número. Ya debía haber vuelto del trabajo. Hacía dos días que no la veía, desde que Sofía había tenido el bebé. Paula se había marchado pronto para ocuparse de Luz.
Dejó que el teléfono sonara hasta que saltó el contestador, intentando convencerse de que todo iba bien. Pero no lo creía y decidió comprobarlo.
Fueron los cuarenta minutos más largos de su vida. Ignoró el límite de velocidad y se saltó dos semáforos y un stop antes de llegar y estacionar detrás de una desvencijada furgoneta roja, que no conocía.
Corrió a casa de Paula; la puerta estaba abierta.
—¿Paula? —gritó, entrando.
Oyó un ruido en la cocina. Un gemido que le heló la sangre en la venas.
Irrumpió en la habitación y encontró a Paula tirada junto a la pared. Su ojo adiestrado en la batalla evaluó la escena en menos de un segundo. El bate de béisbol junto a la puerta trasera. La sangre de su rostro y la forma en que colgaba su brazo, obviamente roto, contra el cuerpo. El ojo derecho estaba empezando a ponerse morado. Luz estaba acurrucada junto a su madre.
Pedro  sintió, más que vio, un movimiento a su izquierda. Evitó el primer puñetazo sin problemas y aprovechó el segundo para agarrar el brazo de su atacante. Hervía de ira, pero era una ira templada y firme, que había utilizado contra miles de enemigos. Le otorgaba fuerza y dirección.
Retorció el brazo del hombre hasta ponérselo a la espalda, le dio un puñetazo en el estómago y después le puso la zancadilla cuando empezaba a caer. El hombre se dio la vuelta; Pedro vio sus pupilas dilatadas y supo que era alguien echado a perder.
—Facundo, supongo —dijo, tirándolo al suelo y controlando el deseo de romperle el cuello—. No deberías meterte donde no te corresponde.
—Tiene un cuchillo —le advirtió Paula. Pedro le retorció la muñeca hasta que lo dejó caer.
—Ya no.
El drogadicto se quedó tirado en el suelo, maullando como un gatito. Pedro pensó en matarlo. Sería muy fácil. Un giro rápido del cuello y Paula no volvería a tener problemas con él. La necesidad se acrecentó y una de sus manos se dirigió hacia el cuello de Facundo, tensa.
—Te dije que Pedro nos salvaría —susurró Luz, acurrucada contra su madre.
Las quedas palabras, dichas con total confianza, calmaron su cólera. Había llegado a tiempo, con eso bastaría.
—¿Tienes cuerda? —preguntó.
Cinco minutos después, Facundo estaba atado como un cerdo, y la policía y la ambulancia iban de camino. Pedro había examinado a Luz y a Paula. La niña había recibido un golpe en el estómago, uno en la espalda y otro en la cara. Paula,puñetazos y patadas. La fractura del brazo parecía limpia. Pedro volvió a desear asesinar a ese despojo humano.
—¿Cómo supiste que teníamos problemas? — preguntó Paula, mientras él le limpiaba la cara con un paño húmedo—. Pensé que iba a... —su voz se apagó al mirar a su hija, pero él supo lo que iba a decir. Había temido que Facundo las matara a las dos.
—Tuve una sensación rara —dijo—. Telefoneé y como no contestaste, decidí venir.
—Oí el teléfono minutos después de que llegara —dijo ella, con ojos oscuros de dolor y lágrimas—. Pensé que tal vez fueras tú, pero no pude contestar. No sé que habría pasado si no hubieras llegado cuando llegaste.
—No llores, mami —le pidió Luz con angustia—. Pedro nos ha salvado —miró con temor el fardo atado que era Facundo—. El hombre malo irá a la cárcel.
Pedro  pensó que iba a asegurarse de eso. Le daba igual cuánto costara, Facundo iba a desaparecer. Pero no sin dejar a Paula libre para siempre.
Las dos horas siguientes pasaron muy rápido. La policía y la ambulancia llegaron a la vez. Mientras examinaban a Paula y a Luz y las preparaban para llevarlas al hospital, Pedro explicó lo ocurrido a la policía. El oficial al mando lo llevó a un lado.
—Podrías haberlo matado —le dijo, mirando a Facundo, aún atado.
—No, no podía. Es el padre de la niña. Dudo que quiera que forme parte de su vida, pero no quería que lo viera morir. No por mi mano.
—Entiendo lo que quieres decir —dijo el otro hombre—. Yo también tengo hijos. Acabaremos con las preguntas en el hospital.
Pedro explicó lo ocurrido a la anonadada señora Ford, que acababa de llegar de su partida de cartas, y luego siguió a la ambulancia. Encontró a sus chicas en urgencias.
—Eh —dijo, entrando en la habitación de Paula.
Estaba pálida y adormeciéndose rápidamente.
—¿Dónde está Luz? —preguntó ella.
—En la habitación de al lado.
—Quédate con ella, por favor. Puede que tengan que operarme. Te necesitará. La enfermera va a llamar a mis padres, pero ahora mismo tú eres en quien más confía —consiguió sonreír—. Incluso cuando Facundo nos arrinconó y me golpeó el brazo con el maldito bate, dijo que vendrías a salvarnos —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Dijo que eras el príncipe encantador, y que el príncipe siempre llega a tiempo.
—No soy ningún príncipe —dijo él con el estómago encogido. Agarró su mano y le besó los dedos.
—Intenta convencer de eso a mi hija.
Aun estando dolorida y amoratada, él veía fuerza y coraje en sus ojos.
—Habrías sido muy buena soldado —le dijo.
—Me siento como si hubiera estado en la guerra. Me duele todo. Van a comprobar que no tengo lesiones internas y a hacerme una radiografía del brazo.
—Yo me ocuparé de todo —dijo él—. No te preocupes. No me iré. Estaré con Luz, tranquilizaré a la señora Ford y llamaré a tu jefe.
—El trabajo —gimió ella—. Lo había olvidado.
—Lo entenderán. Descansa. ¿Te han dado algo para el dolor?
Pero ella no contestó. Había perdido el conocimiento. Llamó a una enfermera para que fuera a verla y lo echaron de la habitación.
Incluso mientras pensaba que todo iría bien, sintió que el miedo lo atenazaba. Se dijo que sólo había sido una paliza. Había visto a muchos tipos después de pelear y ella se pondría bien. Facundo no le había pegado con el bate en otra parte del cuerpo, creía.
Oyó su nombre y entró en la siguiente habitación, donde Luz lloraba mientras una enfermera le ponía esparadrapo en el corte que tenía junto al ojo.
—Ha sido muy valiente —le dijo la joven—, pero necesita que la consuelen un poco.
Sin pensarlo, Pedro se colocó a un lado de la cama y abrió los brazos. Luz se lanzó a ellos y se agarró como si no fuera a soltarlo nunca.

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 77

—Sí que viajaba mucho —dijo Federico, molesto consigo mismo por darle explicaciones a alguien que no tenía ningún interés en él.
—No sé de qué me habla —dijo Malena Johnson, de pie en el centro de la enorme biblioteca de Gloria.
Claro que no lo sabía, se dijo Federico con irritación. Lo había juzgado y lo había borrado de su mente. Él debería haber hecho lo mismo con ella, pero no había podido. Estuviera donde estuviera, no dejaba de recordar su comentario de que había ignorado a su abuela y que por eso era una mujer tan difícil.
—No le gusta la gente —dijo.
—¿A quién? —preguntó Malena con el tono que debía de reservar para tratar con discapacitados mentales.
—A mi abuela. No es una mujer sociable.
—Aún no la conozco —dijo Malena, sin mostrar el más mínimo interés en la conversación—. Estoy segura de que es perfectamente adorable.
—No lo es. Es difícil y exigente. Hace que sigan a sus nietos. Pedro ha visto los informes. Llega al punto de contratar a detectives privados para husmear en nuestras vidas.
—Tal vez si sus nietos se preocuparan más por su bienestar en vez de por ellos mismos, no se vería obligada a utilizar medidas tan drásticas —Malena lo taladró con su fría y serena mirada.
—¿Obligada? Nadie la obliga. Lo hace ella sola y ¿sabe por qué?
—¿Porque está sola, son su única familia en el mundo y están demasiado ocupados para prestarle atención?
—Ni siquiera la conoce —deseó golpear algo, o estrangular a alguien—. ¿Por qué se pone de su parte?
—En mi experiencia, es frecuente que abandonen, o al menos aparten, a la gente mayor. Usted mismo dijo que pasaba mucho tiempo en la carretera. ¿Qué dice eso sobre su relación con su abuela?
—Era jugador de béisbol. Claro que viajaba. Eso implica el trabajo. Viajar de ciudad en ciudad.
—Durante la temporada —dijo Malena—. ¿Cuánto dura eso? ¿Cinco o seis meses? ¿Y el resto del año? —caminó hacia las altas ventanas y abrió las cortinas. El sol iluminó el suelo de madera—. Intenta convencerme de algo, señor Alfonso, pero no sé de qué. Mi consejo es que deje de intentarlo. En serio. Usted y yo no necesitamos relacionarnos para que yo haga mi trabajo —sonrió—. No es como si fuéramos a vernos con frecuencia.
Él captó el dardo: no contaba con sus visitas. Todo el asunto resultaba irritante. Quería decirle que había sido el único nieto dispuesto a buscar enfermeras para Gloria. Que había ido al hospital tres veces y que sí había visitado a la vieja bruja fuera de temporada. Pero Malena no le dio tiempo a explicarse.
—Creo que esta habitación es perfecta —dijo—. Haga que se lleven el escritorio y esos dos sillones. Deje la mecedora. Eso le gustará. La zona de la alfombra también está bien. Mañana llegarán la cama de hospital y la mesa. Lo he confirmado antes de venir. ¿Habrá alguien aquí para abrirles?
Alzó el tono al final como si fuera una pregunta, pero Reid supo que estaba dando una orden: «Habrá alguien aquí».
—Lo he organizado.
—Bien —agarró su bolso—. Gracias por su tiempo, señor Alfonso. He hablado con el médico. Su abuela estará lista para volver dentro de una semana. Iré a verla antes, para que nos vayamos conociendo.
—Federico—dijo él—. Llámeme Federico.
—De acuerdo. ¿Algo más?
Negó con la cabeza. Ella se fue y él se quedó solo en la enorme y vacía casa de Gloria. Igual que lo había estado su abuela.
—Pero no tengo deberes —dijo Luz—. ¿Por qué no nos ponen deberes como a los mayores?
—Quiero que escribas eso, Luz —Paula se rió—. Escríbelo en un papel que quieres deberes y dámelo.
—¿Por qué?
—Para que dentro de unos años, cuando seas mayor y te quejes de que tienes demasiados deberes, pueda enseñártelo y recordarte que era lo que querías.
—Vale —aceptó Luz tras pensarlo un momento.
Corrió a buscar un papel. Paula sonrió. Era una niña fabulosa. Había tenido mucha suerte con ella.
Llamaron a la puerta delantera A Paula se le aceleró el corazón. ¿Pedro? No lo había visto desde que Sofía tuvo a la niña, y lo echaba de menos. Además, cabía la posibilidad de confesarle sus sentimientos y eso la tenía inquieta. Cruzó el salón y abrió la puerta.
Pero no era Pedro. Era Facundo. Se tambaleaba un poco y vio algo en sus ojos que la dejó helada.
—Facundo, ¿qué haces aquí? —preguntó, mirando por encima del hombro y deseando que Luz tardara un rato en encontrar el papel.
—Ya lo sabes —dijo él—. Quiero mi dinero.
—Te dí dinero —susurró ella, asustada. Intentó cerrar la puerta pero él ya tenía un pie dentro.
—No suficiente. Sé que ganaste más ese fin de semana. Lo quiero. Lo quiero todo. Si no me lo das me llevaré a la niña.
—Nunca —afirmó ella.

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 76

Pedro revisó las cifras de agosto. Habían mejorado, tal y como él quería. Por lo visto a los empleados les gustaba asumir más responsabilidad y estaban demostrándolo de manera tangible. Si seguía así otro mes, Empresas Alfonso tendría el mejor año de su historia.
Pensó, encantado, que eso fastidiaría mucho a su abuela. Tal vez saber que estaba haciendo tan buen papel la animaría a recuperarse más deprisa.
—Lo llama el señor Dalton —dijo Vicki por el intercomunicador—. No quiere decirme para qué.
Alfonso arrugó el rostro y levantó el auricular.
—Alfonso—contestó.
—Buenas tardes, señor Alfonso —dijo el hombre—. Soy Jonathan Dalton. Mi empresa se especializa en buscar candidatos altamente cualificados para puestos de alta proyección. Si tiene unos minutos, me gustaría hablar, porque usted es exactamente lo que buscamos.
Pedro tardó un segundo en comprender que el tipo era un cazatalentos.
—¿Qué negocio es? —preguntó, esperando oír cualquier cosa relacionada con armamento, seguridad o agentes especiales.
—Una pequeña cadena de restaurantes de Idaho. No son The Waterfront o Alfonso's —dijo Dalton animoso—, pero ése es el objetivo de nuestro cliente. Ampliar el negocio. Alcanzar un nivel más alto de calidad, servicio y atractivo. El salario es generoso y existe la posibilidad de invertir como propietario. Deje que le hable de la compañía.
Dalton siguió hablando, pero Pedro no escuchaba. ¿Restaurantes? No se trataba de algo relacionado con la guerra, el peligro o la muerte.
—¿Conoce usted mi historial? —preguntó Pedro—. Pasé con los marines casi quince años.
—Desde luego. Nuestro cliente opina que esa clase de experiencia refuerza el espíritu de liderazgo. Ahora además tiene experiencia en el negocio de la restauración y eso lo convierte en el candidato ideal.
Pedro dudaba que unas cuantas semanas dirigiendo la empresa familiar pudieran considerarse experiencia, pero era bueno saber que otros sí lo creían. Hasta ese momento nunca había pensado que podría dedicarse a algo desvinculado de lo militar.
—Le agradezco que haya pensado en mí —dijo—, pero no estoy interesado. Estaré comprometido aquí durante varios meses más —no sabía lo que haría después, pero parecía que no le faltaban opciones.
—Temía que dijera eso —Dalton suspiró—. Lo entiendo. Pero me gustaría enviarle información sobre nuestra empresa. Es exactamente el tipo de persona que nos gusta ofrecer a nuestros clientes. Tal vez pueda enviarme un curriculum cuando tenga tiempo.
—Desde luego —aceptó Pedro, pensando que tendría que escribir uno. Colgó y fue hacia la ventana.
Unas semanas antes se había sentido como si no tuviera opciones. Había aceptado dirigir la empresa por puro compromiso, pero estaba disfrutando con el trabajo. ¿Sería un magnate en potencia?
La idea lo hizo sonreír. Tal vez no sería un magnate, pero podía trabajar. Aún tenía sus fantasmas, pero cada vez lo asaltaban con menos frecuencia. Seguía teniendo pesadillas y no acabarían hasta que encontrara a la persona que había querido a Ben.
Tras pasar quince años en el ejército debería saber cómo avanzar. Y así había sido, hasta que conoció a Ben y el chico le caló en la piel. Pedro había jurado mantener vivo a Ben y había fracasado.
No volvería a fracasar.

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 75

Paula se encontró en un lugar donde no había sabido si volvería a estar... en el porche de la casa de sus padres. No había sido intencional. Había empezado a conducir sin rumbo y allí estaba.
Le dolía todo el cuerpo por innumerables razones. Unas semanas antes había estado contenta con su vida. De pronto, todo había cambiado y no necesariamente para mejor. Había creído que estaba manejando bien el estrés de Facundo, su mini negocio de joyería, el que su niña creciera y empezase a ir al colegio. Pero ver a la morena en brazos de Pedro  había sido la grieta final que derrumbó su fachada.
¿Pero ir allí? El último encuentro con su madre había distado de ser amistoso. La verdad, ni siquiera sabía si seguían hablándose. Era una locura. Iba a marcharse cuando se abrió la puerta delantera.
—Me pareció oír un coche —dijo mi madre, con expresión inescrutable—. Paula ¿Estás bien?
Paula abrió la boca, la cerró y asombró a su madre y a ella misma estallando en lágrimas.
—Me tomaré eso como un «no» dijo su madre, saliendo al porche y rodeándola con un brazo—. Entra, cariño. Sea cual sea el problema, seguro que podremos solucionarlo.
Paula  se dejó llevar. Era agradable renunciar al control de su vida, aunque solo fuera unos minutos, simular que volvía a ser la niña que siempre corría a casa cuando había algún problema.
¿Por qué no había hecho eso cuando descubrió que estaba embarazada? ¿Por qué había aceptado la palabra de un niño de trece años?
—Temía que ya no me quisieras —sollozó—. Por eso creí a Gonzalo. Sabía que te había hecho daño y pensé que estarías enfadada y querrías castigarme. Temía que me dijeras que me fuera si volvía.
—Nunca —dijo su madre, frotándole la espalda mientras la llevaba a la cocina—. Eres mi hija, Paula. Te quiero. Siempre te querré. Nada que hicieras cambiaría eso —suspiró—. Lamento haber enfermado. Siento que dejáramos de buscar.
—Eso no es culpa de ustedes —Paula se sentó en una silla de la cocina—. Siento haberme escapado, mamá. Soy la razón de que te pusieras enferma.
—Eras una cría —su madre se sentó a su lado y le agarró la mano—. Ojalá hubiera sido más fuerte. Si hubiéramos buscado un poco más de tiempo, te habríamos encontrado —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Habrías vuelto a casa.
—Lo hice fatal —dijo Paula. Se limpió la cara con la mano que tenía libre—. Muy mal —tragó saliva— . Ni siquiera sé cómo decírtelo.
—Empieza por el principio y sigue hasta el final.
—El padre de Luz  no está muerto. Está vivo, y ahora mismo en Seattle. Se llama Facundo.
Explicó la fea verdad sobre él, su relación y lo estúpida que había sido. Habló de su drogadicción, de los chantajes y de cómo la había encontrado en la feria de artesanía.
—Sé que seguirá viniendo a pedirme dinero —dijo—. Fui a ver a una abogada y no me ayudó. Intentó convencerme de que no había nada malo en que Facundo quisiera ver a Luz. Pero no lo permitiré. No puedo.
—Claro que no vas a dejar que la vea —afirmó su madre—. Dios, esa mujer es idiota. A Facundo no le interesa su hija. No puede utilizar a la niña para sacarte dinero. Necesitas a otro abogado.
—Eso ha dicho Pedro —admitió Paula—. Va a ayudarme a encontrar a alguien que pueda ir contra Facundo y ganar. Ha sido muy bueno conmigo —murmuró. No quería pensar en Pedro, pero no podía evitar hacerlo—. Siempre. Ningún hombre se había portado así. Es fuerte y amable, y fantástico —las lágrimas volvieron a brotar—. Suena perfecto, ¿verdad? Pero no lo es. Después de jurarme durante años que no volvería a enamorarme, lo he hecho. Lo quiero y él a mí no.
Soltó un hipido y volvió a limpiarse las lágrimas.
—Sé que le gusto, pero eso no es amor. No se permite amar. Se siente culpable por algo que ocurrió hace mucho tiempo y, aunque lo entiendo, no creo que pueda convencerlo de que deje el pasado atrás. Cree que no es lo bastante bueno. Pero yo sé que sí. Lo que hizo ocurrió hace años, era muy joven y tiene que darse un respiro. Y tal vez lo haría, pero está Zaira, que es alta y bella y espectacular. ¿Cómo voy a competir yo con algo así?
Volvió a sollozar con brío. Su madre se acercó y la abrazó con fuerza.
—Llevas mucha carga a cuestas.
—Supongo —dijo Paula, luchando contra las lágrimas.
Su madre no la presionó para que dejase de llorar o fuese fuerte. La acunó entre sus brazos una y otra vez. Cuando Paula recuperó el control, se irguió.
—Bueno, mamá, ¿y tú cómo estás?
Ambas mujeres se echaron a reír.
—Tal y como yo lo veo —dijo su madre unos minutos después, mientras tomaban café y galletas—, necesitas establecer prioridades. Facundo es lo primero. Pedro tiene razón, necesitas un buen abogado. Uno que pueda darle a Facundo una gran patada en el trasero. Podemos ayudarte con el dinero.
—No hace falta que lo hagan.
—Quiero hacerlo y tu padre también querrá. Además, el dinero es tuyo. El fondo de ahorros para tu carrera universitaria —encogió los hombros—. Lleva años acumulando intereses. Siempre deseamos que volvieras a casa y tuvieras un dinerito esperando. Pensé que lo usarías para la entrada de una casa, pero esto es más importante. Hay que despellejar a esa sabandija.
—¡Mamá! —a pesar de todo, Paula se rió.
—Puedo ser dura —afirmó su madre.
—Lo sé —hizo una pausa—. Siento haber estado incómoda... sobre que vieras a Luz. Estaba dolida y confusa. Quiero que sean parte de su vida. Que sepa lo fantásticos que son papá y tú.
—Lo sé, cielo. No te preocupes por eso. Tenemos mucho que superar y mucho de qué hablar. Tardaremos tiempo y no será fácil, pero lo conseguiremos. Últimamente he pensado en eso, en lo que hiciste. Saliste adelante sola, con un bebé. No tenías estudios ni experiencia de trabajo, sólo determinación. No sé si yo lo habría conseguido.
—Claro que sí —le aseguró Paula—. Lo habrías hecho por mí o por Gonzalo.
—La fuerza del amor a un hijo —su madre le acercó el plato de galletas—. Bien. Nos hemos reconciliado y vamos a acabar con Facundo, ¿qué pasa con Pedro?
—No sé qué hacer —Paula mordió una galleta—. No sé cómo llegar a él.
—Dile la verdad —aconsejó su madre—. Dile que lo quieres.
—¿Qué? No puedo decirle eso.
—¿Por qué no? ¿Qué es lo peor que puede ocurrir?
—No volver a verlo. Huirá y me quedaré sola.
—Ya has estado sola antes. Sobreviviste. Y si huye no es el hombre para tí. Amar a alguien es un regalo, y si el tipo en cuestión es demasiado estúpido para darse cuenta de eso, entonces estarás mejor sin él. ¿No preferirías saberlo mejor antes que después?
Paula pensó en los maravillosos momentos que había compartido con Pedro. En lo paciente que era con Luz y lo fantástico que era en la cama.
—Prefiero que sea después.
—¿Estás segura de eso? —su madre alzó las cejas.
—Vale, no es una respuesta madura, lo sé —Paula suspiró—. Tienes razón, si me entero ahora podré empezar a olvidarme de él. ¿Qué te parece ésa?
—Mejor —dijo su madre—. Además, ¿no quieres que lo sepa? Incluso si no funciona, sería mejor decírselo para no pasarte el resto de la vida preguntándote: «¿Y si...?».
—Estás utilizando la lógica en asuntos del corazón. Ni siquiera estoy segura de que eso sea legal.
—Confía en que él haga lo correcto —dijo su madre—. Si no puedes hacer eso, confía en tí misma y en que serás capaz de sobrevivir pase lo que pase.

miércoles, 29 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 74

Pedro  llegó al hospital poco después de la una. Matías lo había llamado para decirle que Sofía estaba lista, así que cuando llegó, Federico estaba en la puerta con buenas noticias.
—Una niña —anunció con una sonrisa satisfecha—. Está un poco roja y aplastada pero Sofía y Matías piensan que es preciosa, así que no digas nada.
—¿Ya has visto a Sofía?
—Un par de segundos. Está cansada pero feliz. Hacen unas pruebas a los recién nacidos y por lo visto salieron muy bien.
Pedro imaginó que Matías y Sofía se sentirían muy aliviados. Sofía había perdido su primer bebé hacía unos años.
—Dani está aquí —le dijo Federico conduciéndolo al ascensor—. Era la sustituta por si Matías era incapaz de presenciar el parto, pero lo consiguió. Me ha dicho que estuvo a punto de desmayarse un par de veces —Federico hizo una mueca de horror—. Nunca he pensado en tener hijos. Ahora me parece que no los tendré.
—¿Basándote en la experiencia de Matías? Me parece que tendrás que buscar una excusa mejor.
—¿Necesito una? —salieron del ascensor—. ¿La necesitas tú? —Federico  estrechó los ojos y lo miró—. Es Paula, ¿verdad? Su hija te está encandilando.
—Luz es un encanto de niña, pero eso no implica que esté listo para ser padre —dijo Pedro.
Nunca había pensado en tener familia porque había decidido hacía mucho que no podía casarse. No era un hombre de fiar. Pero lo cierto era que esa letanía ya no le sonaba a verdad. Tal vez, después de tantos años, estaba dispuesto a olvidar el pasado. Dispuesto a perdonarse a sí mismo.
Salieron del ascensor. El ala de maternidad era luminosa y amplia, pero seguía oliendo a hospital. Pedro recordó los hospitales de campaña, llenos de soldados heridos tras la batalla, y su visita a Charlotte tras la primera operación. Estaba asustada y él le había prometido que se pondría bien.
Se había equivocado. Y luego se había ido. Maldijo en silencio al recordar sus lágrimas cuando comprendió que era incapaz de quedarse a verla morir.
Debería haberse quedado. Haberla apoyado. Estaban enamorados y cuando las cosas se pusieron difíciles...
¿Tenía derecho a perdonarse? ¿Tenía derecho a reconocer su error y seguir adelante? Ella le había dicho que lo hiciera. Tal vez eso era lo que lo hacía todo tan difícil: ella había visto lo que no veía nadie. Que tenía corazón de cobarde.
Había luchado y había enviado a hombres a la muerte. Había sido herido y capturado y vivía para contarlo. Pero no sabía si eso lo había cambiado por dentro. No sabía si podía confiar en sí mismo.
—Eh, chico grande.
Pedro se volvió al reconocer voz. Pero la mujer que iba hacia él no era la misma morena alta y deslumbrante que recordaba. Seguía usando pantalones de cuero y botas altas, pero su forma de andar, su sonrisa... todo era distinto. Más suave. Feliz.
—Zaira.
—En carne y hueso —dijo ella. Sonrió y lo abrazó.
—Tienes buen aspecto —dio él.
—Me siento bien —respondió ella.
—Sigues siendo un monumento.
—No estoy mal —lo agarró del brazo—. ¿Has visto ya a la nena?
—No.
—Deja que te la enseñe. Es preciosa —lo condujo por el pasillo—. ¿Cómo te va? Sofía dice que diriges Empresas Alfonso. Nunca habría predicho algo así.
—Yo tampoco. Pero no había nadie más.
—Siempre hay alguien. Pero estoy segura de que agradecen haberse librado de la tarea —se detuvo ante un ventanal y miró dentro—. Aún están ocupados con ella. Acabarán en unos minutos. ¿Eres feliz?
—¿Y tú? —preguntó él, evitando una de las típicas preguntas directas de Zaira.
—Sí —sonrió—. Muchísimo. Mi marido y yo estamos juntos otra vez. El viejo bobo no se molestó en desenamorarse de mí, lo que no tiene mucho sentido.
—Sería muy difícil reemplazarte.
—Eres un encanto por decir eso —suspiró—. Tenemos que trabajar en la relación, pero vamos a hacerlo. También vamos a adoptar a una niña china. Hemos enviado los documentos y tenemos esperanzas.
—Me alegro por ustedes —sabía que había perdido a su hijo y que el dolor casi había acabado con ella.
—¿Has encontrado a Ashley?
—Aún no. Empiezo a creer que no existe —quedaban muy pocos nombres en su lista.
—Existe y la encontrarás. Ten fe —agarró su mano—. Eres un buen hombre, Pedro Alfonso. Uno de los mejores que conozco. No te rindas y no dejes de salvar a gente, y menos a ti mismo.
—No he salvado a nadie —rezongó él.
—Me salvaste a mí —musitó ella—. Salvaste mi vida en más sentidos de los que imaginas —se puso de puntillas y le dio un beso en los labios—. Por los viejos tiempos, signifique lo que signifique eso.
—Me alegro de que encontraras tu camino —acarició su mejilla.
—Yo también. Ojalá tú... —suspiró y maldijo—. Hay una mujer muy atractiva, de veintitantos años, mirándome como si yo fuera el mismo diablo. Adivino que la conoces.
Pedro  contuvo un gruñido, se dio la vuelta y vio a Paula a un par de metros. Era obvio que había ido a casa a cambiarse, porque no llevaba el uniforme de gallina. Y tampoco parecía nada contenta.
Se apartó de Zaira, pero sabía que era tarde y que tendría que dar explicaciones. Zaira soltó sus manos y fue hacia Paula.
—Hola, soy Zaira —dijo sonriente—. Una vieja amiga de Sofía y de la familia. En serio. Incluso he visto a Matías desnudo... una historia fascinante. Estoy felizmente casada y Pedro nunca me tuvo demasiado en cuenta, aunque admito haberlo intentado.
«Demasiada información», pensó Paula, sintiéndose avergonzada y expuesta. Tenía la sensación de haber interrumpido una escena íntima.
—Encantada de conocerte —se obligó a sonreír. Había sabido que Pedro tenía fallos, pero no había pensado que besar a otras mujeres fuera uno de ellos.
—Voy a ver a Sofía—dijo la mujer.
Paula la observó mientras se alejaba. Zaira era todo lo que ella no: alta, elegante, segura y bella. Peor aún, Paula podía imaginarse a Pedro con ella. Serían una pareja deslumbrante.
—Paula —dijo Pedro—. Zaira y yo somos amigos. Nada más.
—Ahora —murmuró Paula, luchando contra las náuseas — . Antes fueron mucho más.
—Nunca tuvimos una relación romántica —dijo él—. Quiero que lo sepas.
—Pero fueron amantes —no pretendía decir eso, pero las palabras se escaparon de su boca.
—Una vez —admitió él tras un largo silencio.
Paula se preguntó si quería decir «una» vez, o «una vez» que duró semanas y semanas. Tomó aire.
—Así que no fue importante.
—No —se acercó y la miró a los ojos—. Podría haber dicho que no fuimos amantes, pero no quiero mentirte. Ocurrió una vez. Éramos almas perdidas que buscaban un poco de paz, nada más.
Paula pensó que estaba mejorando y empeorando la situación al mismo tiempo. Intelectualmente, sabía que su deseo de aclarar las cosas era bueno. Significaba que su relación con ella le importaba. Pero ¿por qué tenía que haberse acostado con una amazona de belleza arrolladora? ¿No podía haber sido una rubia desvaída con la personalidad de un pepino?
—¿Está bien y claro? —preguntó él.
Paula asintió y señaló con el dedo. Estaban poniendo a «bebé Alfonso» en su cunita. Ambos miraron.
Pedro comentó que a Federico no le había parecido gran cosa, pero que a él le parecía bien. Paula no contestó. Su cerebro era como un ordenador que se hubiera quedado colgado en mitad de un proceso. Sólo cabía en él un pensamiento, que se repitió una y otra vez hasta quedar grabado a fuego en sus neuronas.
Que nunca sería bella y deslumbrante como Zaira o cualquier otra de las mujeres a quienes Pedro rescataba. Que ella también era un alma perdida y que era muy mal momento para darse cuenta de que estaba enamorada de él.

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 73

—No creo —Paula sonrió.
—Necesitas hablar con un abogado.
—Acabo de hacerlo. Fue horrible.
—Me refiero a un especialista. Alguien que se ponga de tu lado y haga el trabajo. Alguien brutal.
—Alguien caro —dijo ella, pensando en sus patéticos dos mil setecientos dólares y sabiendo que un abogado así daría cuenta de ellos en una semana.
—Con experiencia —dijo él—. Investigaré y encontraré a la persona adecuada. Lo pagaré yo, y antes de que te pongas histérica, te aviso que es un préstamo. Podrás devolvérmelo a plazos.
—Yo no me pongo histérica —protestó ella, considerando la oferta. En el fondo sabía que seguir pagando a Facundo sólo traería problemas. Si encontrara a alguien que la ayudase de verdad, Luz estaría a salvo.
—Sí que lo haces. Adelante. Estoy preparado para la batalla.
—No habrá batalla. Gracias por la oferta y sí, por favor, busca a alguien que pueda ayudarme.
Pedro abrió la boca y volvió a cerrarla. Su expresión de asombro hizo que Paula soltara una risita.
—Tenía todos mis argumentos preparados —dijo él con una mueca—. Eran bastante buenos.
—Puedes usarlos si quieres. Me quedaré aquí sentada escuchando y después aplaudiré.
—Me gusta esa actitud —se inclinó hacia ella y tocó su mejilla—. Últimamente la echaba en falta.
—Has sido tan bueno conmigo y yo... —Dios. Tenía que pedirle disculpas por lo que había hecho—. Quería decirte que siento lo ocurrido. Lo que hice. Estuvo mal y me sentí fatal después. Fue una reacción de pánico, pero eso no es excusa.
—No importa.
—Sí importa. Odio haber hecho eso. Hace que me sienta como si no hubiera madurado en absoluto. Pero no dejaba de pensar que tenía que distraerte.
—Hiciste un buen trabajo —se inclinó y la besó—. Tengo una idea. Tú dejas de fustigarte, yo acepto la disculpa y lo dejamos ahí.
—Gracias —dijo ella—. ¿Fue muy horrible'?
—Emocionalmente lamentable, pero físicamente —la besó de nuevo— Una mujer bellísima desesperada por aprovecharse de mí. A todos los hombres debería pasarles algo así. Y, por cierto, no puedes decirle a nadie que me importan las emociones cuando practico el sexo. Tengo que pensar en mi reputación.
—Tu secreto está a salvo conmigo —le prometió. El último resto de culpabilidad y vergüenza se esfumó mientras escrutaba su rostro.
—Bien. Ahora —le quitó la copa de vino y la puso en la mesa—. Tal y como yo lo veo, me debes algo y es hora de cobrármelo.
La primera reacción de ella fue protestar. No porque no quisiera hacer el amor con él, sino porque se sentía violenta e incómoda.
—Estoy nerviosa —admitió.
—Nerviosa, ¿significa «no»?
Ella miró sus ojos oscuros. Él se detendría si se lo pedía. Se iría y nunca la culparía por ello.
—Nerviosa significa «oh, Dios, ¿qué piensa de mí en realidad?»
—Puedo soportar esa clase de nerviosismo —volvió a besarla.
Pedro se vistió mientras Paula  se duchaba. Aún estaba oscuro afuera, eran poco más de las cuatro. Habían estado haciendo el amor hasta muy tarde y sabía que ella estaría agotada todo el día. Pero a juzgar por cómo había gemido bajo él, habría apostado a que no se arrepentía de haber perdido horas de sueño. Además era viernes, el último día de su semana laboral.
Se planteó subir a casa y dormir una hora más, pero decidió iniciar la jornada. Justo entonces sonó su móvil. Miró el número, era Matías. Eso significaba…
—¿Hola? —dijo—. ¿Matías?
—Sofía está de parto —dijo su hermano entre emocionado y asustado—. Estamos en el hospital. Tardará unas cuantas horas, pero quería que lo supieras.
—¿Quieres que vaya ahora o que espere?
—Espera. Yo estoy con Sofía, así que estarías solo. Pero llama de vez en cuando.
—Lo haré. Deséale suerte y dile que pensaré en ella.
—Vale. Voy a llamar a Federico. Nos vemos.
Matías colgó. Paula salió del cuarto de baño. Tenía el pelo recogido y una enorme gallina lo miraba desde su delantal.
—¿Algún problema? —preguntó ella—. ¿Tu abuela?
—No, Sofía esta de parto.
—Por fin —sonrió Paula—. Sabía que estaba a punto. ¿Vas al hospital?
—Acaban de llegar. Matías dice que espere. He pensado ir a mediodía.
—El primero suele ir despacio. Yo tuve suerte. Luz sólo tardó unas seis horas, pero he oído auténticas historias de horror. ¿Puedo llamarte después para ver qué tal va?
—Claro. ¿Quieres pasar por el hospital después del trabajo?
—Me gustaría, pero no quiero molestar.
—No molestarás. Llámame y te diré si ya hay niño o no. ¿Qué te parece?
—Perfecto —se puso de puntillas y lo besó—. ¿Te apetece un café?
—Me apeteces más tú, pero me conformaré.

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 72

Dani le dedicó tanto tiempo a su cabello y maquillaje que se sentía como una participante en un concurso de belleza. Ryan, la rata, había faltado por enfermedad los últimos dos días, pero volvería y ella quería estar preparada para verlo cara a cara. A eso se debía el tiempo adicional dedicado a su apariencia y también su decisión de ponerse unos ajustados pantalones negros y una blusa de seda. Si había algún accidente en la cocina sería terrible, pero el riesgo merecía la pena. Quería que Ryan supiera lo que se había perdido. Quería hacerlo pagar.
Por desgracia aún no había ideado la manera. Pero se le ocurriría algo antes o después.
Llegó al trabajo a su hora habitual y vio que el coche de Ryan no estaba en el aparcamiento. Eso le permitiría cargarse de café y reunir fuerzas.
Una media hora después, cuando revisaba las sugerencias de Jaime para los platos especiales oyó sus pasos en el pasillo. No alzó la vista, pero se preparó para enfrentarse al embustero traidor.
—Dani —dijo él, con voz grave y seductora—. Hola.
—Ryan —ella miró el atractivo rostro y los bellos ojos, y supo que había sido engañada por un maestro.
—¿Cómo estás? He estado preocupado por tí.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por lo que ocurrió —entró al despacho y cerró la puerta tras de sí—. Que Jen apareciera así —suspiró—. No quería que te enteraras de esa manera.
Sus palabras le resultaron tan familiares que casi le dio miedo. ¿Tendrían todos los hombres la enfermedad crónica de no poder asumir responsabilidades? Martín le había dicho algo parecido; se sentía fatal porque se hubiera enterado de su aventura, pero no le pidió disculpas por engañarla, el muy cerdo.
Igual que Martín, Ryan no lamentaba lo que había hecho, sólo el que lo hubieran atrapado.
—¿Cómo querías que me enterara? —gorjeó—. ¿O tenías la esperanza de que no lo descubriera?
—Yo, eh... —pareció desconcertado, como si no hubiera esperado esa pregunta—. Dani...
Ella lo interrumpió chasqueando con los dedos.
—Te preguntaré algo más. ¿Has sido fiel a tu mujer alguna vez? ¿Esperaste al menos dos meses antes de empezar a engañarla? Porque está claro que no soy la primera. Se te da demasiado bien mentir.
—Quiero a mi familia —dijo él, tensándose.
—Claro que sí. Lo veo en cada uno de tus actos. Acostarte conmigo fue un increíble gesto de amor. ¿Te está agradecida Jen?
—¿Estás amenazándome? —preguntó él—. ¿Vas a decírselo?
—La verdad, no se me había pasado por la cabeza. Creo que tú ya le haces bastante daño por los dos, así que no es necesario. Ahora que sé lo imbécil que eres, me gustaría decirle la verdad, pero sospecho que no me creería. Seguro que la has convencido de que eres maravilloso. Tiene gracia, cuando lo descubrí sentí lástima de mí misma, pero ya no. Lo siento por ella. Yo puedo olvidarte sin pensarlo dos veces.
—Vas a pedirle a tu hermano que me despida, ¿verdad? —él tragó saliva.
—No necesariamente. Eres un gerente aceptable y con Sofía de baja de maternidad el restaurante no puede permitirse cambios ahora mismo. Así que mientras no me fastidies, estás a salvo. Pero serás sincero con todas las mujeres que trabajan aquí y con cualquiera que yo conozca. Empieza las conversaciones anunciando que estás casado y ni se te ocurra flirtear. ¿Ha quedado claro?
—Sigues enfadada.
—La verdad es que no —dijo ella, tras pensarlo un segundo—. Esta pequeña charla me ha liberado. Por fin entiendo que no hice nada malo. Eso era lo que odiaba, haber elegido tan mal. Pero no fue culpa mía; me hiciste creer que eras exactamente lo que necesitaba. No tenía razones para desconfiar de ti. Tú mentiste, no yo. Gracias a Al, nuestro fabuloso gato, eres la única rata que hay en el edificio; puedo soportarlo.

Pedro se quedó a cenar y a Paula le pareció curioso que su anteriormente reservado vecino estuviera tan cómodo con su hija de cinco años. Luz y Pedro charlaban amistosamente e incluso le contaron un par de anécdotas de su día en el centro comercial.
Era muy distinto a los hombres que había conocido. En parte por las circunstancias de su vida. Había pasado de ser una adolescente en el instituto a vivir por su cuenta. Y el negocio de la música de Los Angeles no había puesto en su camino a muchos hombres que pudieran considerarse normales. Había vuelto a Seattle embarazada y su estilo de vida no daba opción de conocer a hombres solteros.
Así que Pedro suponía un gran cambio. Pero había más que eso. Le costaba reconciliar la imagen de un hombre que jugaba pacientemente con su hija con la de un chico de dieciocho años que había abandonado a su novia moribunda.
¿Qué había ocurrido en los más de catorce años transcurridos desde entonces? ¿Era cuestión de madurez o algo más profundo? Había abandonado a Charlotte para evitar el dolor y la muerte, pero había acabado en la guerra. Había enviado a hombres a la batalla y algunos de ellos habían muerto. Además, estaba su búsqueda de la Ashley de Ben. ¿Qué porcentaje de esa sensación de culpabilidad se debía a que Ben hubiera recibido la bala y qué parte a su abandono de Charlotte?
Pedro  era un hombre complejo. Pero era bueno. No le gustaba que hubiera abandonado a su novia, pero tampoco le gustaban partes de su propio pasado. Todo el mundo cometía errores. Una persona debía ser juzgada por lo que ocurría después.
Más tarde, después de acostar a Luz, Paula volvió a la sala y se sentó en el sofá. Pedro había llevado una botella de vino que, dado su cansancio y nivel de estrés, podía ser peligrosa. Por otra parte, el alcohol la ayudaría a hablar de Facundo, el gran error de su vida.
—Facundo ya te había buscado antes —Pedro fue directo al grano. Ella asintió.
—Suele viajar con grupos de música. Es más fácil que montar uno propio; eso requeriría trabajo, algo que odia. Ya había venido dos veces. No sé cómo consigue mi teléfono, pero lo hace. Me llama y exige que nos veamos, si me niego, me amenaza. Empieza a hablar de Luz y de que nunca la ve. Siempre usa eso. Le doy el dinero que tengo y se marcha.
—¿Has hablado alguna vez con él para que renuncie legalmente a sus derechos?
—No. ¿Por qué iba a acceder si puede sacarme dinero cada vez que pasa por la ciudad? —tomó un sorbo de vino—. Facundo es músico y compositor de canciones. Cuando está limpio, es brillante. Imbécil, pero con talento. Cuando está enganchado, sólo es capaz de tocar la guitarra y vivir al día.
—Legalmente, lo que hace es chantaje —apuntó Pedro—. Hay leyes en contra de eso.
—Lo sé, pero si lo denuncio las cosas podrían ponerse feas. Podría alegar que desea ver a su hija desesperadamente. Miente muy bien. También podría decir que se lo he impedido, y es verdad. Hoy fui a ver a una abogada.
—Por tu expresión, no fue bien.
—Para nada. No se puso de mi parte. Dijo que debería permitir las visitas supervisadas. Que si Facundo nunca había abusado de mí física o emocionalmente, Luz no corría riesgos. Por lo visto, que Facundo me exigiera que abortase no importa. Dijo que muchos hombres reaccionan mal ante un embarazo imprevisto y que no debería tenerlo en cuenta.
Agarró la copa con ambas manos.
—La idea de iniciar una batalla legal me aterroriza. ¿Y si consiguiera derechos de visita? A Facundo  no le importa Luz. Utilizaría ese derecho para sacarme dinero. Me lo imagino llevándosela y reteniéndola mientras yo busco o pido dinero para él.
Empezaron a arderle los ojos. Tomó aire y se concentró en mantener el control.
—Haría cualquier cosa por mantener a Luz a salvo. Incluso he pensado en huir. Pero no sé si sería capaz de volver a empezar. Y a ella no le gustaría.
—Huir es sólo una solución temporal. Necesitas algo permanente —su voz sonó fría y dura. Paula recordó que Pedro era un hombre capaz de matar.
—¿Qué estás pensando? —preguntó, aunque no estaba segura de querer saberlo.
—Que quiero buscarlo y darle una paliza. Una lección que le haría comprender que si vuelve a acercarse a tí o a Luz, será lo último que haga en su vida —torció la boca—. ¿Asustada?
—¿De tí? —ella negó con la cabeza—. No. Nunca nos harías daño a Luz o a mí. Ni siquiera estoy segura de que se lo harías a Facundo. Creo que te gustaría, pero no sé si podrías acercarte y pegarle sin más.
—¿Quieres apostar?

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 71

Paula volvió al casa el jueves por la tarde, después del trabajo, sintiéndose como si hubiera caído por un acantilado. Le dolían el cuerpo y el alma, y sospechaba que sólo podía culparse a sí misma.
La reunión con la abogada había sido un desastre. La idea de que a Facundo le interesase Luz era una estupidez y le aterrorizaba que una profesional medianamente inteligente pudiera considerarla. Eso podía querer decir que un tribunal vería las cosas de la misma manera. Podían llegar a otorgarle a Facundo derechos de visita.
Deseó que Facundo desapareciera unos años. A veces lo hacía durante meses, pero ya no volvería a tener esa suerte. Verla en la feria de artesanía lo habría convencido de que tenía recursos y, por tanto, dinero. Sus visitas serían cada vez más frecuentes.
Cuando estacionó  ante la casa y bajó del coche, Luz corrió a recibirla.
—Mami, mami, ¡me encanta el cole! Hemos hecho un librito sobre el verano y he traído el mío para enseñártelo. Y hoy llevé mi comida pero mañana hay tacos. ¿Puedo comprar la comida allí mañana?
—Claro que sí.
La niña se lanzó sobre ella y Paula la abrazó con fuerza. Fuera lo que fuera mal en su vida, Luz era perfecta. Valía cualquier precio, cualquier sufrimiento, y Facundo no le pondría las manos encima.
—Así que ha sido un buen día, ¿eh? —dijo Paula, mientras iban hacia casa—. ¿Has sido buena con la señora Ford?
—Ella no está —dijo Luz con alegría—. Está jugando al bridge. Pedro está conmigo.
Paula se detuvo. Se ruborizó de vergüenza y se le cerró la garganta. Deseó desaparecer. No lo había visto desde el lunes por la noche, cuando había utilizado el sexo para callarlo y sacarlo de su casa.
Después se había sentido fatal. Rastrera y desagradable. Siete años antes había utilizado su cuerpo para conseguir un trabajo, después de que Carlos y ella rompieran; se había jurado no volver a hacer algo así nunca. Pero una vez acorralada, había vuelto a utilizar la salida más fácil.
Se odiaba por hacerlo y le aterrorizaba imaginar lo que él debía de pensar de ella. Aunque había sabido que no podía haber nada serio entre ellos, él lo había dejado muy claro, le había gustado saber que eran amigos y que él la respetaba. Eso se había perdido.
—Vamos, mami —Luz tiró de su mano.
Paula no podía evitar el encuentro, así que inspiró profundamente y entró. Pedro estaba en el centro de la habitación. En la mesita de café había un rompecabezas medio hecho y dos cartones de zumo.
—Hola, gracias por cuidar de Luz —dijo, avergonzada, sin atreverse a mirarlo a la cara—. Siento que la señora Ford te molestara. Es un día de trabajo.
—No importa.
No podía ser verdad y Paula deseó encontrar la manera de poner fin a la conversación.
—Tengo que cambiarme —dijo, señalando su uniforme, y casi corriendo al dormitorio.
Cerró la puerta a su espalda y evitó mirar la cama. Después de cambiarse deseó quedarse allí encerrada, pero no era una opción. Tendría que enfrentarse a él antes o después. Mejor hacerlo cuanto antes.
Pensó, esperanzada, que tal vez se hubiera ido. Era posible que él tampoco quisiera verla. Pero tenía la sensación de que no sería tan afortunada.
Por supuesto, cuando volvió al salón, vio a Luz absorta con un vídeo y a Pedro de pie en la cocina. Aunque anhelaba sentarse con su hija, sabía que Pedro se merecía una explicación, así que entró en la cocina y cerró la puerta a su espalda. Se preparó para la confrontación, pero él habló antes.
—Hay una plaza de ayudante de dirección en Alfonso's. Es el turno de comidas, pero tendrías que trabajar un par de noches a la semana. Puede que una los fines de semana. Incluye seguridad social completa y pagas extras. La dirección también tiene participación en beneficios, pero no entraría en vigor hasta pasados seis meses —nombró un salario que hizo que a ella le temblaran las rodillas—. ¿Te interesa?
—¿Estás ofreciéndome un trabajo? —preguntó ella con incredulidad.
—Sí.
—No sabes nada de mí.
—Sé lo suficiente —cruzó los brazos sobre el pecho.
—Me refiero a que no sabes nada de mí vida laboral — se puso roja como la grana—. Si soy puntual, cómo trabajo. No tengo experiencia directiva y el único restaurante en el que he trabajado es Eggs 'n' Stuff. ¿Por qué crees que estoy cualificada?
—Te he visto trabajar hasta que se te hinchan los dedos. Sales de casa muy temprano, así que llegas a tiempo al trabajo. El puesto se considera de iniciación a puesto directivo. Aprenderías sobre la marcha.
Era una oportunidad sensacional. Sin embargo, ella tenía un nudo en el estómago.
—Me gusta el trabajo que tengo —dijo.
—Éste es mejor —la miró con fijeza.
—No quiero trabajar por las noches. No quiero renunciar a mi tiempo con Luz.
—Estamos hablando de un par de noches.
—Yo no... —tragó saliva—. No quiero trabajar para alguien con quien me he acostado.
Ya estaba dicho. Él saltaría sobre ella y querría saber por qué había actuado como lo había hecho.
—Diablos, Paula —dijo Pedro, sin alzar el tono de voz, cosa que ella agradeció—. ¿A qué juegas? Sabes que es un buen trabajo. ¿Por qué no lo piensas? Si el problema soy yo, no te preocupes. Soy temporal.
—¿Crees que las cosas irán mejor cuando vuelva tu abuela? ¿Crees que no me despedirá el primer día?
—Haremos un contrato. No podrá.
—Fantástico. Así que la presidenta de la empresa tendrá que soportarme a su pesar. Será divertido.
—Intento ayudar.
—Eso no es ayudar. Además, estoy bien.
—No estás bien —él hizo una pausa y tomó aire, como si intentara controlar la ira—. Algo va mal. ¿Crees que soy estúpido? Lo que quiera que sea es muy serio para que llegaras a esos extremos para distraerme. ¿Qué ha ocurrido?
—Nada que quiera comentar contigo.
—Mira a tu alrededor. No tienes a nadie más. Me necesitas.
—Menudo ego tienes —ella nunca había necesitado a nadie, y eso no iba a cambiar—. Me iba perfectamente antes de que aparecieras.
—No hablo de dinero ni de aflojar tuercas de ruedas —emitió una especie de gruñido—. Soy la única persona con la que puedes hablar. ¿A quién vas a contárselo? ¿A la señora Ford?
—No me dedico a hablar de mis problemas.
—Así que algo va mal —él estrechó los ojos.
—No. Hablaba en general. Mira, Pedro, si quieres formular una queja, hazlo por escrito. En otro caso...
—Ni se te ocurra decir que me vaya.
—Es mi casa.
Ella percibió cómo la frustración crecía dentro de él. A pesar de su tamaño y fuerza, no sintió miedo. Sabía que nunca le haría daño.
—Ocurrió algo en la feria de artesanía —insistió él—. Yo lo sé y tú lo sabes. ¿Podemos dejar este juego y hablar de qué demonios ocurrió?
Paula abrió la boca para negarse pero, de repente, no pudo. Él tenía razón. No tenía a nadie más.
—El padre de Luz apareció el domingo —confesó—. Está en Seattle con un grupo. Quería dinero. Es igual siempre... si no le doy dinero amenaza con convertirse en parte de la vida de Luz.
—¿Le diste dinero?
—Todo lo que había ganado ese día.
—¿Y crees que volverá?
—Sé que sí.
En vez de hablar, Pedro se acercó y la rodeó con los brazos. Ella se resistió.
—Estoy bien —dijo—. Puedo manejar esto.
—No lo dudo, pero incluso los marines piden refuerzos a veces.
La atrajo hacia él y ella se rindió porque no tenía fuerzas para seguir en pie por sí sola.
—Tengo mucho miedo —susurró.
—Estoy aquí. Podemos solucionarlo. Te ayudaré.
Ella deseó pedirle que prometiera que hablaba en serio. Que no cambiaría de opinión.
Era una mujer que no confiaba en los hombres de su vida y él un hombre que no confiaba en sí mismo. Pero su instinto le decía que debía creerlo. A pesar de todo, Pedro estaba resultando ser un héroe de primera.

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 70

—Te deseo—susurró. Después se levantó y abandonó la sala sin mirar atrás. Al llegar al pasillo se detuvo, se quitó las sandalias, los vaqueros y las bragas. La invitación no podía ser más clara.
Consciente de que había una niña en la casa, Pedro no se quitó los vaqueros hasta que llegó al dormitorio de Paula. Cerró la puerta y miró a la mujer desnuda que lo esperaba en la cama.
Tumbada boca arriba, tenía un preservativo entre los dedos. No hizo falta más. Acabó de desnudarse y se reunió con ella. Paula le puso el preservativo e hizo que se tumbara de espaldas.
—Quiero estar encima —dijo. Se situó sobre él y descendió lentamente hasta que la penetró.
Pedro sintió el calor y la humedad de su cuerpo mientras ella se deslizaba hacia arriba y abajo, reclamándolo con una excitante danza erótica. Sus senos lo tentaban. Alzó las manos y frotó sus pezones.
Ella cerró los ojos y emitió un gruñido. Mientras subía y bajaba, se contraía alrededor de él. En esa postura, ella controlaba velocidad y profundidad, y podía llevarlo al límite demasiado rápido.
—Más despacio —jadeó él, queriendo asegurarse de que ella estaba tan preparada como él.
Pero lo ignoró. Siguió moviéndose, absorbiéndolo, apretándolo con sus músculos. Pedro bajó las manos hacia sus caderas, para detenerla, pero ella gritó.
—Tócame.
Él volvió a sus senos.
Paula siguió moviéndose cada vez más rápido hasta que él ya no pudo controlarse. Tuvo que rendirse a ella con un intenso gemido. Cuando acabó, abrió los ojos.
—¿Paula?
—Eso ha estado genial —dijo, quitándose de encima—. Esta noche dormiré.
Pedro se preguntó si sería verdad o si era tan mentira como el sexo que acababan de practicar. Porque había sido sexo, sin intento de conexión ni de disfrute. Al menos para ella. Había intentado distraerlo y lo había conseguido.
—Gracias, Pedro —ella fue hacia el armario, se puso una bata y bostezó—. Te pediría que te quedaras, pero estando Zoe en casa... —miró el despertador—. Vaya, es tardísimo. Tú también debes de estar agotado.
—Tengo dos mil setecientos dólares —le dijo Paula a la abogada que había frente a ella, deseando haber tenido ese dinero cinco años antes — . Pero cuando se acabe, me costará ahorrar más de veinticinco dólares a la semana.
—No te preocupes, Paula—Sally Chasley sonrió—. Nuestra tarifa funciona en una escala decreciente. Ahora lo importante es solucionar el problema. Dices que tu ex marido te acosa.
—No. Facundo y yo nunca nos casamos. Vivíamos juntos y yo pagaba todos los gastos. Se droga, a veces mucho. Es caro. El caso es que me quedé embarazada y él quería que abortase. Me negué y me fui —en realidad había huido, a la carrera.
—¿Y después? —la animó Sally—. ¿Te pusiste en contacto con él cuando nació el bebé?
Paula negó con la cabeza.
—Ahorré hasta que tuve bastante para el billete de autobús y vine aquí.
—¿No comentaste nada con Facundo?—Sally frunció el ceño—. ¿No le hablaste de pensión alimenticia para la niña o de cómo formar parte de la vida de su hija?
—Ya he dicho que Facundo quería que abortase.
—Lo sé, pero muchos hombres sienten pánico al pensar en un bebé. Sobre todo con el primero. Pero cuando nace, muchos cambian de opinión. Quieren ser padres.
—A Facundo sólo le interesa el próximo chute.
—¿Te ha amenazado físicamente?
—Me pegó cuando descubrió que estaba embarazada —a Paula no le gustaba el rumbo que tomaba la conversación—. Me busca y me exige dinero. Si no se lo doy dice que insistirá en formar parte de la vida de Luz. ¿Eso no equivale a extorsión?
—Paula, la ley se toma los derechos de ambos padres muy en serio —Sally suspiró—. Facundo reaccionó mal una vez. Te pegó una vez. Esas cosas ocurren.
—¿Cuántas veces tiene que pegarme para que deje de estar bien? —la miró incrédula—. ¿Y que pasa con su drogadicción? No quiero que Luz esté expuesta a eso.
—Ni debería estarlo. Sin embargo, Facundo tiene derecho a ver a su hija. Podrías pedir visitas supervisadas. Él tendría que ganarse tu confianza y la de la niña.
—Nunca confiaré en él —afirmó Paula—. Luz no le importa. La utiliza para sacarme dinero.
—Tú lo permites —dijo Sally—. Deja de dárselo. Si lo que dices es cierto, se irá. Si insiste en sus derechos de padre, tal vez lo estés juzgando mal. Lo cierto es que no se puede impedir a un padre que vea a su hijo sin causa justificada. Que él no te guste no lo es.
Era como una pesadilla hecha realidad. Sin duda, la sensata e ingenua Sally se negaría a redactar un documento ofreciéndole a Facundo una cantidad de dinero para que renunciara a sus derechos paternos.
—Gracias por tu tiempo —Paula se puso en pie—. Dime lo que cobras por hora y te pagaré la consulta.
—Paula, no te vayas. Hablemos más del tema.
—No tengo más que decir.

lunes, 27 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 69

Después de la clausura de la feria, Paula recogió las últimas cajas y las llevó al todo terreno de Pedro. Un hombre de un puesto vecino la había ayudado a desmontar las mesas que había alquilado.
—Te veré el año que viene —se despidió él.
—Desde luego. Gracias —saludó con la mano y arrancó el motor.
Anhelaba llegar a casa. Estar tranquila y poder pensar. O tal vez no pensar, necesitaba dormir.
Porque la noche anterior no había dormido. Había pasado la noche despierta, mirando al techo y preguntándose qué hacer respecto a Facundo.
No había dicho cuánto tiempo iba a pasar en Seattle, pero ella dudaba que hubiera hecho el viaje por unas cuantas noches de trabajo. Podría estar semanas en la zona, quizá incluso un mes. Podía aparecer en cualquier momento, exigiendo más dinero, y obligándola a pagar o a ver a Luz. Se le tensó el estómago al pensarlo. Luz creía que su padre había muerto, y era lo mejor para todos. Pero si las cosas se ponían feas, Paula tendría que hablarle a Luz de Facundo, y estaba dispuesta a casi cualquier cosa para evitarlo.
El miedo creció hasta que no pudo pensar en otra cosa. Se planteó la posibilidad de huir. Hacer las maletas y marcharse con Luz. ¿Pero adónde? ¿Y qué harían cuando llegaran? Si no conseguía una identidad nueva y documentos falsos, Facundo la encontraría antes o después. ¿Cómo podía explicárselo a Luz? Además, odiaba la idea de salir corriendo, se parecía demasiado a otorgarle el triunfo a él.
Lo más lógico sería recurrir a un abogado. Algo que debería haber hecho años antes. Facundo no era una buena influencia para una niña pequeña. El tribunal lo vería claro. La mejor solución sería un acuerdo, y pagar a Facundo para que firmara algún documento de renuncia. Lo malo era que no tenía bastante dinero para darle una cantidad que lo convenciera.
Pensó que podía pedir un préstamo a Frank o a sus padres. A pesar de sus discrepancias, sus padres la ayudarían si se trataba de Luz. Pedro tenía dinero de sobra, pero a Paula le incomodaba hablar de Facundo con él. Además, no creía que ninguno de ellos aprobara su decisión de pagar a un drogadicto para que se mantuviera alejado de su hija. Quizá le pidieran que fuese más razonable y permitiera a Facundo demostrar que podía ser un buen padre. Facundo era un manipulador nato que utilizaba a la gente; era capaz de convencerlos de que se merecía una oportunidad.
Llegó a la puerta de casa y echó el freno. Pedro salió de su casa y fue hacia ella. Era casi de noche y parecía más una sombra que un hombre. A pesar de eso, se sintió atraída hacia él. Deseó saltar del todo-terreno y lanzarse a sus brazos. Quería confesarlo todo y que él la abrazase y dijera que todo iba a solucionarse. Llevaba sola ocho años y estaba cansada de ser la única responsable de todo.
—¿Buen día? —preguntó él, yendo a abrir la puerta trasera—. ¿Has hecho millones?
—Casi —esbozó una sonrisa—. Ha habido gente hasta el último momento. Vendí casi todas las piezas.
—Me alegro. ¿Estás cansada?
Paula  asintió. Estaba agotada, por razones que no iba a explicar. No soportaba la idea de que Pedro la mirase con lástima o desdén. Sólo una estúpida se habría liado con Facundo y sólo una estúpida seguiría dándole dinero a esas alturas.
Él sacó las cajas que quedaban y cerró la puerta.
—Mañana iré a devolver las mesas.
—No hace falta. Pensaba llevarlas después del trabajo —aunque eso suponía volver a utilizar su coche.
—Está de camino a la oficina. No te preocupes.
—Vale, gracias. Le dejé un cheque como depósito que tendrán que devolverte.
Entraron en casa y él puso las cajas en la mesa.
—¿Qué tal se ha portado Luz? —preguntó ella.
—Bien. Se acostó a su hora y se durmió en medio minuto. Fuimos al centro comercial, vimos una película y cenamos allí.
—¿Fue horrible? —preguntó ella.
—Sobreviví.
—¿Por qué tengo la impresión de que la película fue una tortura? —ella hizo una mueca.
—Al menos era corta.
La ultima vez que habían estado allí, había sido haciendo el amor. Pero todo era distinto. No estaban solos, aunque Luz estaba dormida en la cama; además, Paula tenía la sensación de que esa experiencia íntima le había sucedido a otra persona.
Aunque su cuerpo clamaba por él, su cerebro sabía que ir a más era peligroso. No sólo por su propio instinto de conservación, sino porque la aparición de Facundo lo cambiaba todo. Si Pedro  se enteraba querría, como macho típico, ocuparse del tema. Y eso empeoraría las cosas.
Aunque no dudaba que Pedro llevaría las de ganar en una pelea limpia, Facundo nunca jugaba limpio. Sin duda, hablarle a Pedro de lo ocurrido conllevaría problemas.
Antes de que encontrara una forma cortés de pedirle que se fuera, él hizo un gesto para que se sentara en el sofá. Había hecho tanto por ella que le debía al menos eso. Charlaría con él un rato, luego alegaría estar agotada y lo sacaría de allí.
—Me alegro de que el puesto fuera un éxito —dijo él—. ¿Eso significa que te invitarán el año que viene?
—Eso espero. Disfruté viendo a la gente mirar mis diseños. Pude hacer preguntas y descubrir qué se vende mejor y por qué —lo miró—. Toda tu familia pasó por allí. Son muy amables. No tenían por qué ir, pero agradecí mucho su apoyo.
—Les caes bien —dijo. Soltó un largo suspiro—. Dani ha descubierto que Ryan está casado.
—¿Qué? —lo miró atónita—. ¿Estás de broma?
—Su mujer pasó por el restaurante ayer. Él nunca la había mencionado. Y tienen un niño.
—¿Cómo está Dani? —Paula  pensó que nunca era fácil aceptar la traición.
—Es dura. Lo superará. Pero que haya ocurrido sólo un par de meses después de que Martín la dejara y descubriera que le era infiel es mal asunto.
Por lo visto, ella no era la única que tenía un gusto pésimo al elegir a los hombres.
—Dile que estoy pensando crear un club de mujeres que han dejado a los hombres por imposibles.
—Lo haré —dijo él, mirándola fijamente. Paula captó lo que acababa de decir y no supo cómo rectificar.
—Es sólo que, antes de tí... He tenido problemas. En el pasado, quiero decir.
Pedro  asintió sin hablar. Se hizo un largo silencio.
—Algo va mal —dijo por fin—. ¿Qué ha pasado?
—Nada. Estoy bien. Agotada. Han sido tres días muy duros, pero han merecido la pena.
Él no desvió la mirada. Escrutó su rostro con tanta intensidad que la puso nerviosa.
—Estoy bien —repitió.
—Pasa algo. Lo veo en tus ojos.
—Te equivocas. Déjalo.
Pedro sabía que sería mejor dejarlo. Había dejado claro que no quería contárselo. Pero parecía... derrotada. Nunca había visto eso en ella antes. Era dura y capaz. Algo debía de haberlo provocado.
—¿Te han robado? —preguntó con voz áspera.
—¿Qué? No. Claro que no —sacó un fajo de billetes del bolsillo del pantalón—. He ganado mucho dinero.
—¿Pasó tu madre por allí y te dijo algo sobre Luz?
—Vale ya —protestó ella—. Estoy bien.
Cuanto más protestaba más seguro estaba él de que no era así.
—Paula, puedo ayudarte.
—No vas a dejarlo, ¿verdad?
El instinto le decía que había algo muy serio en juego. Que su aspecto derrotado surgía del miedo. Pero quién podía haberla asustado y por qué...
Ella se deslizó por el sofá y se sentó a horcajadas sobre él. Antes de que pudiera reaccionar, puso las manos en sus hombros y lo besó.
Un beso ardiente y agresivo. Introdujo la lengua en su boca reclamando, tentando, excitando. Aunque su cerebro sabía que no era más que una distracción, su cuerpo deseaba aceptar el juego. Aun así, luchó contra su deseo y su erección hasta que ella agarró sus manos y las puso sobre sus senos.
Las suaves curvas lo sedujeron. Se encontró explorándolas, apretando suavemente, frotando sus pezones con los pulgares. Bajó las manos hasta su cintura y luego volvió a subirlas, pero debajo de la camiseta. Después de desabrocharle el sostén, volvió a sus pechos, esa vez tocando piel desnuda.
Ella, exigente y ardorosa, se restregaba contra él, lo besaba profundamente y mordisqueaba su cuello y su oreja. Le sacó la camiseta por la cabeza y luego se quitó la suya. Después se alzó sobre las rodillas y se inclinó hasta que un pezón rozó sus labios.
Pedro  no tuvo más remedio que rodearla con sus brazos y lamer y succionar. El deseo lo quemaba con su intensidad. Pasó la boca al otro pecho. Ella sujetó su cabeza y le pidió que la hiciera suya.

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 68

—Vale.
Pero en vez de correr a la puerta delantera, se fue por el pasillo y volvió con una botella de protector solar. Se la dio y esperó con paciencia, como si esperaba que se la pusiera él.
—Bien —dijo él lentamente—. Así no te quemarás.
—Mami dice que es importante protegerse —extendió hacia él un brazo imposiblemente pequeño.
Pedro se echó crema en su mano izquierda y luego utilizó la derecha para extenderla en la piel de la niña. Podía rodear el brazo con el pulgar y el índice y tenía la sensación de que podría romperle un hueso con la misma facilidad. Si aún era tan pequeña, ¿cómo habría sido al nacer? Paula debía de haberse sentido aterrorizada, pero lo había superado sola. No había huido ni intentado escapar.
A diferencia de él. Ignoró los fantasmas de su pasado y terminó de aplicar la crema. Luego salieron.
—Quédate en este lado de calle —le dijo.
—Ya lo sé —suspiró Luz—. Mami siempre me dice por dónde puedo montar. Seré buena.
Abrió el garaje y la ayudó a ponerse el casco. Luz montó en la bicicleta y se fue por la acera. Las ruedas traseras de apoyo le proporcionaban estabilidad y montaba con toda confianza. Pedro la observó un par de segundos y luego miró a su alrededor, buscando algo que hacer mientras ella quemaba energía.
Vio utensilios de jardinería en un rincón y recordó que había visto a Paula quitar las malas hierbas del macizo de flores delantero. Supuso que mientras se preparaba para la feria de artesanía, habría dejado de lado las tareas del exterior. Quitaría malas hierbas.
Agarró las herramientas y un cubo, pero ignoró los guantes y una especie de estera para proteger las rodillas.
El sol brillaba y hacía calor. Atacó las malas hierbas y todo lo que le pareció que no debía estar allí y fue tirándolas al cubo. De vez en cuando alzaba la vista para vigilar a Luz, que daba vueltas y lo saludaba con la mano cada vez que pasaba.
Unos quince minutos después, la niña de enfrente se unió a ella. Pedro  no recordaba su nombre, pero tenía un año más que Luz y parecía buena chica. Montaron unos minutos más y luego se tumbaron en la hierba, a la sombra.
—Ahora vengo —gritó Luz corriendo hacia la casa. Antes de que Pedro pudiera levantarse para ver qué hacia, volvió con los brazos llenos de juguetes. La otra niña hizo lo mismo y ambas se sentaron en la hierba a hacer... lo que quiera que hiciesen las niñas de esa edad.
Él llegó a la esquina de la casa y siguió por el lateral. Removía la tierra cuando de repente el rastrillo se convirtió en una pala y el surco en un hoyo. «Cavando tumbas», pensó. «Tumbas». Dio un respingo y ordenó a la imagen que desapareciera. Las plantas reaparecieron. Notó el sudor bajar por su espalda. Pensó que no encajaba allí. No podía ser normal...
Oyó voces. Demasiadas para que fueran sólo de Luz y su amiguita. Fue hacia la parte delantera y vio a Luz enfrentarse a un niño varios años mayor que ella. El niño la empujó suavemente y Luz  le devolvió el empujón. El niño empujó con más fuerza y Luz cayó sobre la acera.
Pedro  corrió hacia él y lo agarró por la camisa. Iba a sacudirlo como a un perro cuando oyó que Luz empezaba a llorar. La miró y comprobó que tenía lágrimas en la cara y sangre en la blusa.
—¡No me pegues! ¡No me pegues! —gritó el niño.
—Esto no volverá a ocurrir, ¿verdad? —Pedro lo miró amenazador. El niño movió la cabeza aterrorizado y salió corriendo cuando Pedro lo soltó.
—Deja que eche un vistazo —dijo Pedro, agachándose junto a Luz.
La amiga había desaparecido, igual que el resto de los niños. Pedro examinó la rodilla arañada de Luz y el pequeño corte de la palma de su mano. Luego la alzó en brazos y la llevó dentro.
La sentó en la encimera, desinfectó las heridas y le puso tiritas que encontró en una estantería. Después le limpió el rostro con una toallita húmeda.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó.
—Esos niños vinieron y dijeron que jugábamos a cosas de bebés —sollozó ella—. Yo les dije que no.
—Te enfrentaste a ellos —dijo Pedro—. Tu amiga no.
—Natalie se asustó y se fue corriendo a casa. Yo también tenía miedo, pero no somos estúpidas y esos niños no tenían razón. A veces se meten con otros más pequeños que ellos. No me gusta.
El niño debía de ser dos o tres años mayor que Luz, pero ella no se había amilanado. No supo qué debía decirle. ¿Que era bueno defenderse, pero que luego debía aceptar las consecuencias? ¿O aconsejarle que era mejor evitar los problemas e ir sobre seguro?
Miró sus grandes ojos, desconcertado. ¿Cómo diablos sabía Paula qué decir cada vez? Deseó estar en cualquier sitio menos allí. Pero Luz dependía de él en ese momento.
Ella estiró los brazos hacia él, expectante.
—¿Qué? —preguntó Pedro.
—Tienes que darme un abrazo y un beso en las heridas para que se pongan bien.
Sintiéndose incómodo y estúpido, Pedro la rodeó con sus brazos. Tuvo cuidado de no apretar demasiado. Luego besó las tiritas.
—¿Quieres que vayamos a ver una película? —preguntó Luz con una sonrisa—. Podríamos ir al centro comercial, comer allí, ir de compras y al cine.
Eso equivalía al séptimo nivel del infierno. ¿Pero quién era él para rechazar la oferta de una niña de cinco años con espíritu de guerrera?

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 67

Pedro  estacionó ante la casa de Matías y entró rápidamente. El coche de Federico  no estaba, así que Matías no debía de haberlo localizado. Daba igual; Pedro estaba más que dispuesto a ocuparse del tema él solo.
La ira lo quemaba por dentro. En el caso de Martín no había sido posible darle una paliza, pero el maldito Ryan no estaba en una silla de ruedas... aún.
Entró sin llamar y vió a Dani en el sofá, acurrucada y apoyada en el hombro de Sofía. Su hermana alzó el rostro al oírlo. Tenía el rostro húmedo y enrojecido, los ojos hinchados.
—Está casado —sollozó—. Está casado y no me lo dijo, ni siquiera lo insinuó. No puedo creerlo. Incluso cuando hablamos de cómo me había engañado Martín, no dijo nada —se levantó y se refugió en los brazos de Pedro. Él la apretó contra sí, acunándola.
No tenía palabras. Nada de lo que dijera arreglaría la situación. Odiaba que Ryan le hubiera hecho eso estando tan reciente el rechazo y la traición de Martín.
Miró a Matías, que tenía aspecto de desear darle un puñetazo a algo. Era obvio que Sofíahabía llorado.
—Es asqueroso —musitó Sofía—. Lo odio.
—Yo también —murmuró Dani contra el pecho de Pedro. Él notó que las lágrimas empapaban su camisa—. Tiene un hijo. Un niño pequeño. ¿Cómo pudo acostarse conmigo teniendo un niño? Está mal —alzó la cabeza y lo miró—. Duele. Haz que se vaya el dolor.
Él besó su frente y la atrajo de nuevo hacia sí.
—No puedo. Me gustaría hacerlo, pero no puedo.
Deseó decirle que las cosas mejorarían. Sabía que el tiempo lo curaba todo, pero eso no sería ningún consuelo en ese momento. Odiaba que ella sufriera.
Era su hermanita pequeña y siempre había sentido la necesidad de protegerla. Le dijo que buscaría a Ryan, le daría una paliza, esperaría a que sanase y le daría otra.
—Te ayudaré —dijo Matías.
—No le pueden pegar a Ryan —Sofía miró de uno a otro—. Hará que los arresten y yo estoy a punto de dar a luz. Ninguno de los dos puede estar en la cárcel cuando llegue el momento.
—Tiene razón —a Dani le tembló la voz—. Me encantaría verlos machacarlo, pero no pueden.
—Tal vez no —admitió Pedro, aunque seguía pensando que era buena idea—. Pero puedo despedirlo.
—Perfecto —Matías sonrió de medio lado—. A ver si encuentra un trabajo en esta ciudad sin tener referencias nuestras. Se morirá de hambre.
—¡No! —Dani dio un paso atrás y los miró fijamente—. No vas a despedirlo, Pedro.
—¿Aún te importa ese tipo? —Pedro la miró incrédulo.
—¿Qué? —ella se secó los ojos con la mano—. No. Claro que no. Me gustaría verlo asarse en una espita. Pero entré en la relación por mi propio pie. Nadie me obligó. Soy yo quien no hizo las preguntas adecuadas. Debo asumir mi responsabilidad por eso.
—Dani, te engañó —dijo Sofía.
—Lo sé, pero me niego a otorgarle todo el poder. No soy una débil mujercita que necesite ser rescatada por sus hermanos. Ryan se queda. Lo superaré.
Pedro admiró su intento de ser fuerte, aunque seguía deseando poder dar un buen puñetazo.
—Si no despido a ese malnacido, lo verás todos los días. ¿Podrás soportar eso?
—Ya veremos —ella cuadró los hombros.

El asunto había parecido sencillo en su momento, pensó Pedro al día siguiente, mientras despedía a la señora Ford y a una de sus amigas. Las ancianas lo dejaron a solas  con Luz y el millón de cosas que podían ir mal. Tenía que vigilar a la niña unas horas, mientras la señora Ford asistía al picnic para pensionistas del Día del Trabajo. Era sólo para adultos y la señora Ford no podía llevar a Luz. Por razones que en ese momento le resultaban incompresibles, Pedro se había ofrecido a hacerse cargo.
—Un fallo cerebral —masculló, entrando al piso de Paula—. Debo de haberme dado un golpe en la cabeza.
Había dejado a la niña en el suelo, viendo la televisión, pero cuando entró Luz  había extendido varias prendas de ropa sobre el sofá.
—Mañana empiezo el colegio —le dijo, con una expresión mezcla de esperanza y miedo—. Mami y yo aún no hemos decidido qué me pondré —tocó una camiseta con una corona estampada—. Ésta es bonita.
—Muy bonita —aceptó él, preguntándose cómo diablos iba a ocupar el día. La señora Ford no volvería hasta después de la cena. La feria cerraría pronto, pero no esperaba a Paula hasta las seis. Podía llevar a Luz a la feria, pero eso sólo duraría dos horas. Y estaba el tema de las comidas. Había dicho que comerían fuera, pero eso implicaba sentarse frente a ella y pensar cosas que decir. ¿Y si la niña se atragantaba o algo así? Un sudor frío le empapó la nuca.
—¿Has visto lo que me ha comprado mami para llevar la comida? —preguntó ella. Corrió a la cocina y volvió con una tartera de colores brillantes.
La abrió y le mostró los compartimentos para un zumo, una caja de plástico para un sándwich y la zona térmica para conservar la temperatura.
—Es la mejor —afirmó con reverencia, cerrándola y pasando la mano por encima.
Él miró su reloj. Fantástico. Habían pasado dos minutos, quedaban unos cuatrocientos ochenta más.
—¿Quieres dar un paseo en bicicleta? —preguntó, pensando que al menos eso la cansaría. ¿Dormirían la siesta los niños de su edad?

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 66

Dani se dió la vuelta y sonrió a Ryan.
—Tengo que marcharme —dijo, deseando que no fuera verdad. En un mundo perfecto, podría quedarse en la cama con él para siempre.
—Yo no entro hasta las cuatro —suspiró él, mirando el reloj. ¿No puedes esperar hasta entonces?
—Todo el mundo está de mal humor después del brunch —alegó ella. Eran poco más de las dos, y domingo—. Debo ir a calmar los ánimos.
—Cierto —él le acarició el pelo—. A los clientes les encanta el brunch, pero el personal lo odia. De acuerdo, te dejaré ir... pero sólo por esta vez.
—Muy valiente —se inclinó hacia él y lo besó. El introdujo una pierna entre las suyas.
A ella volvió a sobresaltarla que se moviera solo. Había disfrutado del sexo, pero una parte de su ser emocional se había mantenido al margen, boquiabierta y atónita por lo distinto que era.
—¿Qué piensas? —preguntó él.
—Nada.
—No tienes cara de pensar en nada. ¿Qué?
—Pensaba en Martín —admitió ella con un suspiro.
—Vaya —él se incorporó y se apoyó en el cabecero acolchado—. ¿Debería preocuparme que pienses en tu ex marido mientras estás en la cama conmigo?
—No. No lo echo de menos ni nada de eso. Es sólo que... —se sentó y se cubrió con la sábana—. Ya te dije que estaba en una silla de ruedas.
Ryan asintió y sus ojos azules la escrutaron.
—Habíamos sido amantes antes de que ocurriera eso. Martín sólo era el segundo hombre con quien estaba, y después del accidente nunca fue igual. Hacíamos cosas, claro, pero el sexo tradicional era impracticable.
Se mordió el labio inferior, sin saber cuánto podía o necesitaba compartir.
—No me importaba. Leí libros y hablé con su médico y con su fisioterapeuta. Habríamos necesitado ayuda para que me quedara embarazada, pero eso aún lo veía distante. No quiero parecer desleal o mala persona, pero la intimidad suponía trabajo. Trabajo físico para mí. Había cosas de las que tenía que ocuparme. Contigo es fácil. Tus piernas se mueven. Notas lo que estoy haciendo. ¿Te parezco horrible?
—Dani —la abrazó y la besó—, te abandonó y después descubriste que te era infiel. No le debes nada. Creo que fue muy afortunado por tenerte e idiota por dejarte. Me alegra que hayas disfrutado conmigo. Me alegra que fuera fácil. Te lo has ganado.
La combinación de sus fuertes brazos y sus palabras de apoyo le aceleraron el pulso. Se preguntó cómo había tenido tanta suerte, recién divorciada, y cómo hacer que aquello no acabara nunca.
—Gracias —musitó.
—De nada —la besó de nuevo—. Bueno, o sales de la cama ahora mismo o tendrás que aceptar que me ocupe de ti otra vez.
—Me encantaría ser seducida —rió ella—, pero tengo que ir al restaurante —le acarició la mejilla—. ¿Hasta las cuatro?
—Allí estaré.
Ella se vistió rápidamente y se retocó el maquillaje. Veinte minutos después llegó al restaurante; el brunch había acabado y estaban recogiendo.
—Es ridículo —Jaime  fue directo hacia ella—. ¿Sabes quién soy? Soy un chef famoso y con mucho talento. Tengo un don. Me has hecho pasar la mañana supervisando cómo los cocineros preparaban tortillas y tortitas. Me siento insultado.
—Pues eso suena a que tienes problemas en tu vida personal —dijo Dani, sin inmutarse por su queja.
—Mi vida personal va bien. Es excelente. Mucho mejor que la tuya.
Ella deseó decirle que se equivocaba. Que Ryan hacía cosas con su cuerpo que quizá no fueran legales en otros estados, y que hasta estar con él no había sabido que era una de esas mujeres que gritaban de placer. Pero compartir esa clase de información la haría vulnerable y lo que necesitaba era seguir controlando la cocina.
—Si eres tan feliz, ocuparte del brunch debería ser fácil —le dijo—. Sólo es un domingo al mes. Sabes que es un turno rotativo.
—Es una tortura y te odio por obligarme a hacerlo.
—Es bueno saberlo —Dani sonrió.
Él estrechó los ojos y se marchó. Dani deseó llamarlo y darle un abrazo. O ponerse a cantar. El sol brillaba, el cielo era de un precioso color azul y su vida era perfecta en casi todos lo sentidos.
Fue al comedor y vio que sólo quedaban unos cuantos clientes tomando café. Iba a encaminarse a su despacho cuando vio a una mujer joven con un niño pequeño entrar al restaurante.
Como no había ningún camarero a la vista, Dani fue hacia ella con una sonrisa.
—Hola, ya hemos dejado de servir. Lo siento.
—No importa. No he venido a comer. ¿Está Ryan?
—Eh, no —Dani miró a la mujer y al niño—. No entra hasta las cuatro.
—Ah. He llamado a su casa y no contesta. Hace un día precioso, así que debe de estar paseando. No sé si volver a su apartamento o esperarlo por aquí.
Dani no supo qué pensar. Estuvo a punto de decirle que Ryan debía de haber estado duchándose y que probara de nuevo. Pero no lo hizo. Tenía el cuerpo rígido como un árbol y no podía hablar. Por suerte, no hizo falta. La otra mujer siguió parloteando.
—He venido por sorpresa. Le dije que pasaría otra semana con mi madre, pero nos estaba volviendo locos a los dos. Cosas de abuelas. Nada de lo que hago le parece bien. No vine antes porque tenía los exámenes orales —sonrió con timidez—. Voy a doctorarme en nutrición y disfunciones alimentarias — hizo una pausa y movió la cabeza—. Dios, no callo. Llevo tres días sola con Alex, estoy emocionada de hablar con una persona adulta.
El niño se metió los dedos en la boca. La mujer era alta y delgada. Dani miró su mano izquierda y la alianza de diamantes que lucía.
Un frío helado le oprimió el corazón. Se dijo que no podía ser verdad, pero se temía lo peor.
—Soy Dani Alfonso. Trabajo aquí con Ryan. No mencionó que esperase visita.
—Es una visita sorpresa. Alex y yo no deberíamos haber llegado hasta dentro de unos días —le ofreció la mano libre—. Soy Jen, la esposa de Ryan.

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 65

El domingo por la tarde, Paula pensó que el negocio iba muy bien. Era el segundo día y seguía vendiendo. Esa noche revisaría sus recibos y comprobaría si podía incrementar su previsión de beneficios. Casi la mareaba pensar la tranquilidad que le daría tener algún ahorro en el banco.
Estaba colocando más cajas en la mesa cuando un conocido y odiado «hola, nena» la dejó helada.
Notó que se quedaba sin aire y que un grito pugnaba por salir de su garganta. Era injusto.
Se dio la vuelta lentamente, con la esperanza de equivocarse, y casi se desmayó de desilusión al ver al hombre alto, delgado y de pelo largo que había ante el puesto.
—Facundo—dijo, preguntándose si esa pesadilla no acabaría nunca—. Que sorpresa más desagradable.
¿Qué haces aquí? —preguntó Paula, con voz serena. Facundo era como un animal salvaje herido, peligroso si lo acorralaban y captaba cualquier atisbo de miedo.
—He venido a ver a mi chica —dijo con una sonrisa—. Un amigo tiene unos cuantos conciertos aquí y en Portland. Su bajo no podía venir, así que ocupé su puesto. Sabía que así podría verte —se acercó y su sonrisa se volvió depredadora—. Tienes buen aspecto, Paula. Ha pasado mucho tiempo.
«Más de dos años», pensó ella con amargura. Había ido a verla, la había amenazado y se había marchado llevándose sus escasos ahorros.
—Pasé por tu trabajo y un tipo me dijo que te encontraría aquí —arrugó la frente—. ¿De veras usas ese uniforme? No me convence la gallina, pero el local estaba lleno y debes de recibir buenas propinas.
«Oh, Frank, ¿por qué serás tan amable?», pensó ella con desesperación.
—¿Le dijiste que eras mi hermano? —preguntó.
—Tu primo. No nos parecemos nada —alzó un par de pendientes—. Buen montaje tienes aquí. No sabía que tenías tanto talento, pero siempre se te dio bien ocultarme las cosas.
—La única razón por la que no sabes que hago estas cosas es porque tendríamos que haber hablado de algo que no fueras tú —le quitó los pendientes—. Y eso nunca te interesó.
—Sigues teniendo carácter, Paula. Eso me gusta.
Ella no sabía cómo había podido creer que estaba enamorada de él. Carlos ya había sido bastante malo, tonto, egocéntrico e infiel, pero comparado con Facundo habría ganado el premio a novio del año.
Facundo se acercó más a la mesa y estiró el brazo. Ella se alejó de su alcance.
—Te he echado de menos, nena. Teníamos algo bueno tú y yo.
—Teníamos una basura —repuso ella—. Sólo seguías conmigo porque tenía trabajo y eso significaba dinero. Dinero que necesitabas para estar colgado.
—Siempre cuidaste de mí —le recordó él—. Sigues haciéndolo. Por eso estoy aquí, Paula. A por un poquito de algo. Ahora que veo lo bien que te va, me parece que debería ser más que un poco.
«¿Por qué hoy?», pensó ella con desesperación. Lo único que la libraba del pánico era saber que Luz estaba a salvo, lejos de allí. Como si pudiera leerle el pensamiento, él miró a su alrededor y luego a ella.
—¿Dónde esta la criatura?
Paula deseó gritarle que no tenía ningún derecho a preguntar. Luz nunca le había importado.
—Está en una fiesta de cumpleaños.
—Lástima. Me habría gustado verla —movió la cabeza—. No sé por qué insistes en mantenernos alejados. Es tan hija mía como tuya.
—No es tu hija. No es nada tuyo. No te importa, sólo la utilizas para amenazarme.
—Tienes razón. Deberías haberme hecho firmar que renunciaba a ella. Es raro que no lo hicieras, siempre se te dieron bien los detalles. ¿Será que en el fondo querías mantenerme en tu vida?
Lo preguntó con sinceridad, como si realmente creyera que podía echarlo de menos. Como si no se arrepintiera de cada segundo que había pasado con él.
Ella deseó gritar que no era más que un drogadicto y un perdedor. Que le gustaría que lo enviaran a una isla desierta de la que no pudiera salir nunca. La única razón por la que no le había hecho firmar una renuncia sobre Luz era que no podía pagar al abogado.
—Vete —le dijo—. Vete de aquí.
—Lo haré, Paula. Pero antes tienes que darme lo que quiero.
Dinero. Siempre se reducía a dinero.
Gracias a Dios, había dejado en casa las ganancias del día anterior. Aun así, odiaba darle el dinero de la caja, sabiendo cuánto había en su interior.
Abrió la pequeña caja de metal. Antes de que pudiera ocultarle parte del contenido, él se la quitó y palpó el fajo de billetes.
—Maravilloso —dijo, agarrando todos los billetes de diez, de veinte y más de la mitad de los de cinco—. Te dejo algo de cambio —se guardó el dinero en el bolsillo y le devolvió la caja—. Por si se te ocurre denunciarme y decir que te robé el dinero, te aviso de que sé dónde vives Paula. Sé dónde está la niña. Podría ir por la noche y llevármela —chasqueó con los dedos—. Y nunca volverías a verla. Sabes que lo haría. Así que considera esto una especie de seguro barato.
Esbozó una sonrisa y se marchó.
Paula  se quedó inmóvil. El miedo la asaltó como un tornado. Sabía dónde trabajaba y alegaba saber dónde vivía. ¿Cómo iba a mantener a Luz  a salvo?
Si Facundo pensaba que había dado con una mina de oro, tal vez no se marchara. Volvería hasta que no quedara dinero y después cumpliría su amenaza. Tenía que detenerlo. Tenía que encontrar la manera.
Paula deseó marcharse de allí. Estar en casa con su hija, con el cerrojo echado y las persianas bajadas. Quería esconderse hasta que todo acabara.
Pero no podía. La única solución era conseguir el dinero suficiente para pagar a un buen abogado que la librase de Facundo para siempre.

domingo, 26 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 64

Pedro  caminaba despacio junto a la señora Ford.
—No suelo molestarme con esto —dijo apoyándose en él y equilibrándose con el bastón—. Pero me preocupaba que alguien me empujase —esbozó una sonrisa traviesa—. Sabía que si te pedía que me protegieras, nadie se acercaría a mí. Eres tan fuerte...
—¿Estás coqueteando conmigo? —preguntó él.
—Puede que un poco. Aunque sé quién te interesa de verdad. Nuestra bonita vecina.
—Paula y yo somos amigos —dijo él, intentando no pensar en cuánto deseaba volver a estar con ella.
—Buenos amigos —suspiró la señora Ford—. Yo solía tener amigos así de jovencita. Después de los ochenta es casi imposible conseguir un hombre. Pero soy feliz. No todo el mundo puede decir eso.
Él tenía una mano bajo su codo izquierdo, ofreciéndole tanto apoyo como podía. Hacía calor y había mucha gente; no era el lugar más apropiado para una mujer de más de noventa años. Pero la señora Ford había insistido en ir y era imposible razonar con ella.
—Si no estuvieras tan cerrado emocionalmente... —dijo ella—. Aunque lo entiendo. Debes de haber visto cosas horribles. La guerra cambia a los hombres.
Pedro pensó que esa mujer lo dejaba sin habla.
—Me da miedo que pierdas una oportunidad maravillosa con Paula. No es como otras mujeres. Dudo que vayas a encontrar a una mejor.
—No me interesa buscar algo mejor.
—¿Qué problema hay entonces? Ya deberías tenerla en tu cama. No hay nada como unos cuantos días en la cama para volver loca a una mujer.
Él maldijo entre dientes.
—¿Quieres comprar algo? —preguntó, señalando los puestos que había a ambos lados.
—No, pero eres muy amable por ofrecerte. Sé que los hombres no suelen elegir ir de compras en su tiempo libre. ¿Crees que es por un trauma del pasado, por cómo funciona tu mente o porque prefieres ser soltero? —lo miró—. Dudo que sea lo de ser soltero. Das la impresión de preocuparte por la familia.
—Yo... —se quedó mudo. Hasta ese momento le había caído bien la señora Ford. Era la primera vez que lo interrogaba así. Como aún estaban lejos del puesto de Paula, se sentía atrapado.
—No correré a contárselo a Paula, si eso es lo que te preocupa —dijo la señora Ford.
—Yo...
Justo entonces vio a Dani y a Ryan y los llamó. Dani se dio la vuelta y sonrió. Pedro  vio que iban de la mano. Por lo visto el asunto progresaba.
No acababa de gustarle que su hermana iniciara una relación teniendo tan reciente el divorcio. Pero ni era asunto suyo ni ella escucharía su opinión.
—Señora Ford, ésta es mi hermana, Dani, y su amigo, Ryan. La señora Ford es mi vecina.
—Hola —dijo Dani—. Encantada de conocerla.
—Y yo a tí, querida —la señora Ford miró a Ryan—. ¿A qué te dedicas?
—Soy el gerente de The Waterfront —contestó Ryan.
—Tu restaurante —le dijo la señora Ford a Pedro—. Dani, ¿tú también trabajas allí?
—Sí. Allí nos conocimos Ryan y yo —miró a pedro—. ¿Ahora es tu restaurante? —preguntó, burlona.
—Por favor, dame un respiro —gruñó él.
—Encantador —la anciana suspiró—. Un romance de oficina. Yo siempre quise tener uno. Claro que nunca tuve un trabajo, así que eso complicaba las cosas. Trabajé durante la Segunda Guerra Mundial, pero no había muchos hombres presentes, y como mi marido estaba fuera, sirviendo a su país, un romance de oficina habría resultado poco patriótico, ¿verdad?
—¿Le está gustando la feria? —le preguntó Dani.
—Mucho. Pedro tiene mucha paciencia conmigo.
—¿En serio? —Dani miró a Pedro—. Tiene suerte. Ryan llegó a Seattle hace poco. Es su primera visita.
—¿Qué te parece nuestra ciudad? —le preguntó la señora Ford.
—Me gusta —contestó Ryan.
Dani soltó su mano y se acercó a Pedro.
—Esto es nuevo. Nunca te había visto acompañando a la tercera edad —le murmuró.
—Quería venir a ver el puesto de Paula.
—Oh, oh. Ten cuidado, o empezaremos a pensar que te estás convirtiendo en un tipo agradable.
—Cualquier cosa menos eso —farfulló él—. ¿Qué tal el nuevo hombre?
—Bien. Pensé que necesitaría tiempo para superar el divorcio, pero puede que no.
—¿Es serio?
—Puede —Dani sonrió y se ruborizó—. No lo sé. Me gusta y es un buen tipo. Sé que voy muy rápido y quiero seguir sola un tiempo pero... parece que no puedo.
Él deseó aconsejarle que tuviera cuidado, pero no era quién para dar consejos sobre relaciones.
—Me alegra que seas feliz.
—¿En serio? ¿No vas a darme consejos ni nada?
—No.
—¿Te he dicho alguna vez que eres mi hermano favorito? —sonrió y se apoyó en él. Después volvió junto a Ryan y ambos se alejaron.
—¿Por dónde íbamos? —preguntó la señora Ford cuando reemprendieron la marcha—. Creo que hablábamos de tu incapacidad para comprometerte. ¿Tienes idea de a qué se debe?