viernes, 3 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 66

Pero no fue Paula quien salió del coche, sino Camila. A pesar de que estaba demasiado delgada y de que llevaba un pañuelo en la cabeza, era lo más hermoso que Pedro había visto en toda su vida.
—¡Camila!, ¿qué haces aquí?
Ella se los quedó mirando, y preguntó indecisa:
—Eh… ¿es un mal momento?
—No.
—Pero están… —entrecerró los ojos, y añadió—: ¿Han estado peleando?
—Sí, es que… mi hermano y yo teníamos que arreglar un asuntito.
Los ojos de Camila se iluminaron.
—¿Tu hermano?, ¿los dos son tus hermanos?
—Sí. Él es Federico, y él Agustín.
—Caramba, tengo tíos —dijo ella, maravillada.
Pedro sintió que se le paraba el corazón.
—¿Qué has dicho?
Ella lo miró, y su sonrisa se volvió un poco temblorosa.
—He dicho que tengo tíos. Por eso estoy aquí, acabo de enterarme de que eres mi padre.
Agustín empezó a colocar artículos de primeros auxilios encima de la mesa, bajo la atenta mirada de Camila. Pedro hubiera querido tranquilizarla, pero estaba ocupado intentando detener la sangre que le caía por un lado de la cara.
—Normalmente no somos así —le dijo, deseando parecer menos inseguro—. Hacía unos diez o quince años que Federico y yo no nos peleábamos.
—¿Y por qué se pelearon ahora? —le preguntó Camila.
Federico  miró primero a Pedro, luego a la joven, y finalmente dijo:
—Es una larga historia.
—Eso es lo que dicen los adultos cuando no quieren contarte la verdad —dijo ella, con un suspiro.
—No hay derecho, ¿verdad? —comentó Federico.
Camila sonrió, y se volvió hacia Agustín.
—¿Eres médico?
—Era marine, sé practicar los primeros auxilios.
—Qué emocionante, ¿has estado destinado en el extranjero?
Agustín asintió sin levantar la mirada, y se hizo un silencio bastante incómodo, hasta que Pedro comentó:
—También tienes una tía, nuestra hermana menor. Se llama Dani, por Daniela.
—Tienes una familia grande —dijo Camila—. En casa sólo somos mis padres y yo. Vivimos… —se detuvo a media frase, y apretó los labios—. ¿Aún puedo llamarlos así?, ¿vas a enfadarte conmigo?
—No, claro que no voy a enfadarme. Tracy y Tom son tus padres.
—Sí —intervino Federico—, él sólo es un tipo que donó un poco de… —se volvió hacia Agustín, que acababa de darle un golpe en el brazo, y le preguntó—: ¿Qué es lo que he dicho?
—Estás delante de una joven señorita, no con una de tus mujeres —le dijo su hermano.
—¿Tienes mujeres?, ¿un montón? —le preguntó Camila, muy intrigada—. ¿Quiere eso decir que tienes más de una novia al mismo tiempo?, eres… —abrió la boca de par en par, y exclamó—: ¡madre mía, eres Federico Alfonso! Eres un lanzador de béisbol.
—Lo era, ahora dirijo un bar —le dijo él, en tono cortante.
—Vale, pero eres famoso —se volvió hacia Pedro, y le preguntó—: ¿Es tu hermano?
—Sí, y tío tuyo.
—¿Mi tío es Federico Alfonso?, ¡a mis amigos les va a dar algo cuando se lo diga!
Federico pareció más incómodo que entusiasmado, así que Pedro decidió cambiar de tema.
—¿Cómo has descubierto quién soy?
—Mi madre me lo dijo. Estábamos hablando del trasplante, y de lo bien que había ido. Yo estaba muy sorprendida, porque pueden surgir problemas con la sangre de un donante sin parentesco, y cuando se lo comenté, puso una cara muy rara.
Agustín le indicó a Pedro que se sentara junto a la mesa. Cuando éste obedeció y se quitó el paño que apretaba contra la sien, otra vez empezó a caerle sangre por la cara.
—¿Estás seguro de que no hay que darte puntos? —le preguntó Camila.
—Eso es lo que estaba pensando yo —apostilló Agustín.
—No hace falta, véndamelo. Sigue, Camila.
—Vale. Bueno, pues ella… eh… pues puso una cara muy rara, y de repente me lo soltó todo. Me dijo quién eras, y que siempre habías querido formar parte de mi vida pero que no querías presionarme, y que eras mi padre biológico y todo eso. Así que quise venir a verte.
—Por favor, dime que no entramos en la casa sin más y dejamos a tu madre en el coche —gimió Pedro.
Camila se echó a reír.
—No, se ha ido a tomar un café. Quedamos en que la llamaría para que viniera a recogerme.
Cuando Agustín le tocó la herida, Pedro se esforzó por no reaccionar ante el dolor. Su hermano acabó de ponerle unas gasas, pero no pareció demasiado convencido.
—No van a aguantar.
Camila se acercó y frunció la naríz.
—Tiene razón, tienes que ir al hospital.
—Después —Pedro la miró con una sonrisa, y le dijo—: Estoy muy contento de que hayas venido.
—Yo también. He pensado que… bueno, que podríamos ser amigos.
—Me encantaría.
Camila miró a Federico y a Agustín, y comentó:
—Me gusta tener más familia, siempre lo he querido. ¿Alguno de ustedes está casado?
Agustín soltó una carcajada, y contestó:
—Es imposible que Federico  siente la cabeza con una mujer, yo he estado fuera del país, y en cuanto a Pedro… vas a tener que preguntarle a él.
Camila  se volvió hacia él con expresión expectante, pero Pedro negó con la cabeza.
—Es otra larga historia —le dijo, consciente de que no había manera de explicarle lo de Paula.
—Qué lástima. Me gustaría tener primos, o incluso algún hermanastro. No me importaría hacer de niñera, al menos hasta que empiece a ir a la universidad. Después estaré muy ocupada.
Dejándose llevar por un impulso, Pedro la tomó de la mano y le dijo:
—Gracias por venir a verme. Ya sé que eres mayor y que tienes tu vida, pero a lo mejor podríamos quedar para comer juntos algún día.
Camila  bajó la cabeza, pero le apretó los dedos.
—Me gustaría. Si quieres, puedo darte mi número de móvil, para que podamos hablar y eso. Y mi dirección de correo electrónico —con una enorme sonrisa, añadió—: Me encanta el correo electrónico.
—A mí también.
Federico se quitó el paño que tenía contra el corte de la mandíbula para enseñarle la herida a Agustín, y de inmediato empezó a caerle un reguero de sangre que le manchó la camisa.
—Se acabó —dijo Camila en tono firme—. Está claro que voy a tener que tomar el mando. Ustedes dos van a ir ahora mismo a Urgencias, a que os den puntos. Acabo de soportar quimioterapia y un trasplante de médula ósea, así que supongo que dos fortachones como ustedes podrán sobrevivir a un par de puntos de sutura.
—¿En qué estaban pensando?, son demasiado mayores para agarrarse a golpes —le dijo Dani a Pedro, que estaba sentado junto a ella en la sala de Urgencias.
—No estábamos pensando, así es como empiezan la mayoría de las peleas. No se planean… aunque Federico y yo nos buscamos ésta.
—Pero son unos adultos maduros, al menos tú. Y en el jardín de la entrada de tu casa.
—¿Cómo te has enterado de eso?
—Tuve una charla fascinante con tu hija antes de que tuviera que marcharse, mientras a ti te cosían las heridas —su expresión severa se suavizó—. Es una chica genial.
—Sí, ya lo sé —Pedro aún no podía creerse que supiera quién era, y que quisiera ser su amiga.
—Y la primera impresión que tiene de su padre es verlo peleándose. Tendría que pegarte yo también.
—No, por favor, me duele.
—Me alegro. Espero que Federico también esté sufriendo, a lo mejor así  aprenderán la lección. ¿Por qué se han  peleado?
—Porque Paula ha estado llorando por mi culpa.
—Y que lo digas —dijo ella, en tono seco.
—No necesito que tú también te pongas contra mí, me siento fatal.
Dani le dió un puñetazo en el hombro; afortunadamente, era una de las pocas zonas que no le dolían.
—¿Por qué no le dijiste que ibas a mudarte al este?, ¿qué clase de descerebrado tiene una relación con una mujer y no le menciona algo así?

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