miércoles, 15 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 29

Matías y Sofía fueron los últimos en llegar al hospital. Matías seguía el paso de su lenta esposa. Pedro miró el vientre de Sofía y tuvo la sensación de que estaba todavía más grande que la última vez, cosa que no había creído posible. ¿No había un punto a partir del cual el vientre de una mujer no podía dilatarse más?
Todos se abrazaron y Matías ayudó a Sofía a sentarse en la sala de espera.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.
—Estábamos discutiendo y se cayó —explicó Pedro. Ya le había contado la historia a Federico y Dani—. No fue nada dramático. Dió un suspiro y se derrumbó. Como no respiraba, llamé a urgencias y empecé a hacerle el boca a boca. Respiraba por sí misma cuando llegó la ambulancia. Supongo que tuvo un ataque al corazón.
—¿Quién habría pensado que tenía corazón? — masculló Dani
A Pedro no le sorprendió que nadie se quejara del comentario Todos tenían una relación complicada con Gloria Por un lado, no había hecho nada para ganarse el cariño de sus parientes. Por otro, no dejaba de ser una anciana que podría morir.
—¿Estás bien? —preguntó Sofía, agarrando la mano de Pedro.
—No soy yo quien ha perdido el conocimiento.
—Lo sé, pero estabas con ella. No quiero que te culpes de lo ocurrido. Podríamos haber sido cualquiera de nosotros. Todos hemos discutimos con ella
—Infinidad de veces —añadió Matías.
—No me siento culpable —dijo Pedro—. Sólo incómodo —no le había gustado verla inconsciente ni tener que reanimarla—. No era una discusión tan fuerte como para provocar esto.
—Me alegro —Sofía apretó sus dedos y los soltó—. Casi puedo sentir lástima de ella.
—¿Por qué ibas a sentirla? —Dani se sentó.
—Porque toda su familia está aquí reunida y nadie la quiere de verdad. No deseamos que esté enferma ni que se muera, pero ninguno esta preocupado.
—Es culpa de ella —apuntó Matías—. Nos ha apartado de su lado una y otra vez.
—Lo sé. Supongo que es la sensación de deber —miró a su marido—. Tú me quieres de verdad, ¿no?
—No te está permitido dudar de mí —Matías se inclinó y besó a Sofía en los labios.
—Lo sé, y no lo hago. Es todo esto, y las hormonas, y que me duele la espalda.
—¿La familia Alfonso? —preguntó una doctora alta y delgada, de cuarenta y muchos años.
—Somos nosotros —asintió Matías—. ¿Cómo está?
—La buena noticia es que probablemente su abuela se recupere del todo. El hombre que vino con ella.
—Fui yo —intervino Pedro.
—Sí, cierto. Tenía razón. Fue un infarto. No fatal, pero sí causó algunos daños. Con tiempo, descanso y medicación, debería poder volver a recuperar su ritmo de vida normal. Sin embargo, hay una complicación —hizo una pausa y miró el gráfico que llevaba en la mano—. Su abuela no es una mujer joven. Al caer se rompió la cadera.
—Eso no puede ser bueno —dijo Sofía.
—No lo es. Es una mala rotura. Vamos a tener que operar para recolocar los huesos. Después la espera un largo periodo de rehabilitación. Estará aquí al menos diez días. Luego tendrá que ir a una clínica especializada. En circunstancias normales, debería pasar allí algunos meses. Sin embargo, si pueden proporcionarle asistencia medica en casa, podría salir tras unas cuatro semanas.
Se colocó la gráfica bajo el brazo.
—Sé que esto es difícil de asimilar. Lo importante es que sobrevivió al infarto y hay motivos para ser optimista. Concertaré una cita para que vengan a verme en un par de días y decidiremos cómo actuar.
—Gracias, doctora —Matías le estrechó la mano.
Cuando se fue nadie habló durante un rato.
—Como pariente neutral sin vínculo de sangre, empezaré yo —dijo Sofía—. Hay dos problemas. Gloria y la empresa.
—La empresa puede dirigirse sola un tiempo —dijo Matías.
—El presidente ha dimitido —apuntó Pedro—. Me lo dijo antes del infarto. Hace falta alguien al mando.
Matías maldijo entre dientes.
—También está el tema de recibir cuidados médicos en casa —les recordó Sofía—. No creo que Gloria vaya a durar mucho en una clínica. Ya saben  cómo es. La echarán y entonces, ¿qué?
—Como tuvo el detalle de aclararme hace unas semanas —dijo Dani—, no es mi abuela. Así que no pienso involucrarme ni en su recuperación ni en la empresa. Siento ser dura, pero es lo que hay.
—Nadie te culpa —le dijo Sofía. Gloria se había desvivido por dejarle claro a Dani que nunca sería parte de la empresa ni de su mundo. La había tratado con innegable crueldad.
—Yo me ocuparé de arreglar lo de la asistencia en casa —dijo Federico. Todos lo miraron y él se encogió de hombros—. Soy quien menos la odia. Sólo serán unas llamadas telefónicas y algunas entrevistas. No es tanto.
—Necesitarás más de una enfermera —dijo Sofía—. Al principio necesitará asistencia veinticuatro horas al día —sonrió—. Por favor, lee sus referencias en vez de contratarlas por el volumen de sus pechos.
—Confía en mí —Federico hizo una mueca.
—Eso nos deja la empresa —intervino Dani. Se volvió hacia Pedro—. Te adoro, pero eres el único que está sin trabajo.
—De eso nada —él dio un paso atrás—. Le dije que no había nada que pudiera hacer o decir para que yo trabajase para ella.
—Por lo visto te equivocaste —dijo Matías, excesivamente risueño—. La buena noticia es que no estarás trabajando para ella. Técnicamente hablando —su sonrisa se desvaneció—. En serio, sólo serán unas semanas. Nadie espera que te quedes para siempre.
—No conozco el mundo empresarial —dijo Pedro, intentando no sonar desesperado. Habría preferido patrullar desarmado por el centro de Bagdad.
—La dirección es algo universal —comentó Matías.
—Sólo durante unas semanas —Pedro sabía que estaba atrapado. No había otra opción—. Que nadie piense que me haré cargo definitivamente.
—De acuerdo —dijo Matías.

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