miércoles, 15 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 26

Sus palabras hicieron diana.
—Nosotras también a ti¡í —siguió, sin darle tiempo a pensar una respuesta—. Hoy no he tenido guardería así que mami me dejó con la señora Ford. Aún está trabajando. Y anoche, en casa de Paz, me hizo unos vaqueros. Ven a ver.
Agarró su mano y tiró de él. O al menos lo intentó. Pedro no se movió.
—A tu mamá no le gustaría que entrara en casa sin estar ella —dijo. Lo había dejado claro en la nota.
—A mami le caes bien —Luz siguió tirando de él—. Te hace cena y tarta. ¡Ven a ver! ¡Ven!
«Su mano es tan pequeña», pensó él. Tiraba de él con una mezcla de determinación y confianza. Sabía que estaba mal entrar, pero no sabía cómo explicárselo a una niña de cinco años. Y tan tozuda como Luz.
—Sólo un momento —dijo, entrando.
Todo seguía como lo recordaba. Colores brillantes en las paredes, muebles cómodos y gastados, libros de la biblioteca en la mesa. Pero no olía a comida, la casa llevaba cerrada casi una semana.
—Por aquí —dijo Luz, llevándolo a la mesa de trabajo que había en un rincón de la sala.
Junto a una máquina de coser había unos diminutos vaqueros doblados. Luz lo soltó para desdoblarlos y mostrárselos. Él los contempló atentamente.
Había una mariposa de tela cosida a un lado, a la altura de la rodilla. Un caminito bordado bajaba por la pierna hasta el bajo. Luz dio la vuelta a los pantalones; había otra mariposa en un bolsillo.
—¡Mira! —Luz señaló una pequeña camiseta blanca colgada de un gancho. Una mariposa a juego decoraba el bajo y otra una manga.
—Muy bonito —dijo él.
—Son preciosas —la voz de Luz sonó reverente—. Tengo toda la ropa nueva para el colegio. Mami hizo mucha y otra la compró en Wal-Mart. Hasta tengo zapatos nuevos. ¿Quieres verlos?
—Claro.
Luz corrió a su dormitorio y regresó segundos después con unas zapatillas de deporte color rosa.
—Una preciosidad —dijo él—. Igual que tú.
—También tengo una mochila —sonrió resplandeciente—. Y lápices y papel. Estoy aprendiendo a escribir letras. Sé casi todas porque mami me ayuda a leer, pero ahora las escribo. Y... —hizo una pausa para dar más emoción —, mami dice que estas Navidades vamos a pedirle a Santa Claus un ordenador.
Él se preguntó cuántas horas de hacer y vender joyas le costaría eso a Paula. Acaba de comprar una rueda nueva para acompañar a la que había comprado él. Tendría que ahorrar durante meses. Y ya estaban a finales de agosto.
Sabía que regalárselo era imposible. Ya le había dejado claro que no quería tener nada que ver con él. Casi había tenido un ataque por una rueda de cincuenta dólares. Si le compraba un ordenador, lo asesinaría mientras dormía.
Pero deseaba hacerlo. Quería facilitarle la vida. El dinero no significaba nada para él.
—¿Eres un príncipe encantador? —preguntó Luz.
—¿Qué? —Pedro la miró atónito.
—Siempre hay un príncipe encantador —dijo ella—. En los cuentos. Le pregunté a mami cuándo vendría el nuestro, pero dice que no son de verdad —miró a su alrededor y bajó la voz—. Creo que se equivoca. Sí son. Tú eres majo y eras soldado. Eso es casi ser un príncipe.
Sin pretenderlo, Luz se volvió transparente a sus ojos. Detrás de ella veía a sus hombres y detrás un tanque. No era la primera vez que veía imágenes superpuestas y había aprendido a ignorarlas hasta que desaparecían. Sintió la necesidad de salir corriendo. Tenía que mantenerse alejado de esa niña. Paula tenía razón. Un príncipe, ¿él?
—No soy un príncipe —dijo.
—Tal vez no te valoras lo suficiente.
Él se dio la vuelta y vio a la señora Ford en la puerta de la cocina.
—Hola, Pedro—lo saludó.
—Señora. ¿Cómo se encuentra?
—Mejor que la última vez que me viste —alzó la mano izquierda. Un pequeño esparadrapo cubría la herida.
—No pretendía entrar —dijo él, incómodo—. Luz quería enseñarme su ropa nueva.
Luz asintió con entusiasmo.
—No lo dudo —dijo la anciana—. Y tú, por supuesto, no ibas a desilusionarla.
—Sé que Paula habría preferido que... —se encogió de hombros, dubitativo. No sabía qué podía decir delante de la niña.
—Las cosas se han complicado —dijo la señora Ford—. ¿Te lo ha contado?
—Me dejó una nota diciendo que era mejor... —miró a Luz—. Lo entiendo. Está ocupada y tiene su propia vida.
—Ah, así que ésa fue su explicación.
—¿Qué quiere decir? —no le había gustado cómo sonaba eso.
—Eres un hombre de recursos, Pedro. Descúbrelo.
—¿Descubrir qué? ¿Ha pasado algo?
—No sé —la señora Ford puso la mano sobre la cabeza de Luz—. ¿Por qué no guardas tus zapatos nuevos, cielo? Tienen que estar perfectos para el primer día de colegio.
—Vale. Después, ¿podemos comer macarrones con queso?
—Claro que sí.
Luz se marchó por el pasillo y la señora Ford se volvió hacia él.
—Paula está asustada. La he visto preocupada, cansada, inquieta, pero nunca con miedo, y no me gusta.
A él tampoco le gustaba nada.
—¿Quién o qué la asustó? —siguió la señora Ford—. No quiere decírmelo. Pero hace una semana vino una desconocida. Una mujer mayor —hizo una pausa—. Odio esa palabra, «mayor», pero lo era. Unos cuantos años más joven que yo. Muy bien vestida y su coche era... precioso.
Pedro se quedó helado; después se enfadó.
—¿Plateado? ¿Un Jaguar?
—No entiendo de marcas de coches pero sí, era plateado —estrechó los ojos—. ¿La conoces?
—Sospecho quién podría ser.
—Los he guardado —Luz, volviendo dando saltos.
—Bien hecho —dijo la señora Ford. Miró a Pedro—. ¿Puedes arreglarlo?
—No lo dude.

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