miércoles, 8 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 12

Paula no supo qué pensar. Una parte de su cerebro se quedó helada. Por lo visto, su vecina de noventa años le estaba sugiriendo que se acostara con Pedro, le recomendaba sexo.
—Tú no dices eso —consiguió responder—. Dijiste que antes tenía que estar enamorada. Aprecio el consejo... —en cierto modo—. Pero no quiero que Luz lo pase mal. No quiero que se encariñe de un hombre que luego se marchará.
—No todos los hombres se marchan.
Era verdad. A veces había que echarlos a patadas.
—Es importante que Luz sepa lo que es una relación romántica —afirmó la señora Ford—. Necesita entender cómo se relacionan un hombre y una mujer.
—Por eso vemos la televisión —dijo Paula alegremente—. Salen muchas familias felices.
El sábado, cuando Paula llegó a casa con Luz, se encontró a la señora Ford de pie en el porche. Hacía calor y la anciana no debería estar fuera, al sol.
—¿Qué ocurre? —preguntó Paula en cuanto salió del coche.
—Son las cañerías, querida —la señora Ford suspiró—. Hay reflujo. Llamé al servicio de mantenimiento, pero nuestro casero está de crucero y el fontanero habitual no contesta al busca. Mantenimiento dijo que intentaría enviar a alguien, pero que es sábado y ese servicio sale muy caro.
Paula gruñó. Esa debía de ser su manera de simular que iban a hacer la llamada y no hacerla.
—Deja que llame. Luz, cariño, quédate aquí con la señora Ford.
—¿Por qué? —preguntó la niña.
—Porque cuando hay reflujo, hay mal olor.
—«Apestoso» es la palabra — dijo la señora Ford.
El mote de Seattle, «La ciudad esmeralda» se debía a la abundancia de árboles y lluvia. Pero llovía sobre todo en invierno. El verano podía ser caluroso y soleado durante semanas. Por desgracia, la mayoría de las casas no tenían aire acondicionado, porque nadie pensaba que el gasto de instalación mereciera la pena por unos cuantos días.
Así que cuando Paula entró a su apartamento, no sólo estaba apestoso, hacía un calor insufrible.
El olor era espeso y desagradable. Recorrió la casa abriendo todas las ventanas y después hizo lo mismo en la de la señora Ford. Durante el recorrido notó que todos los lavabos y las dos bañeras tenían reflujo.
Lo mismo había ocurrido al poco de instalarse allí. El problema lo causaban las raíces de los árboles. Una visita del fontanero había solucionado el atasco, pero tenía la sensación de que esa vez no sería tan fácil.
—¿Paula?
Al oír que Pedro la llamaba, fue hacia el sonido. Lo encontró en la cocina.
—Hola —dijo—. Bienvenido al barrio. ¿Hay alguna posibilidad de convencerte de que no abras los grifos ni tires de la cadena en tu casa?
Paula, como vivía arriba, no tendría problema, pero su agua refluiría en las dos casas de abajo.
—La señora Ford dice que no cree que el servicio de mantenimiento se esté esforzando por encontrar un fontanero —dijo él, a modo de contestación.
—Por lo visto, el fontanero habitual no contesta al busca. Ahora mismo iba a llamar para meterles prisa. Imagino que es por las raíces de los árboles. La tubería principal cruza la entrada y luego va hacia el bosquecillo que hay en la zona este de la propiedad. La última vez ése fue el problema.
Pedro miró el fregadero.
—¿Sabes dónde está el colector?
—Claro —lo llevó afuera.
—¿Sabes arreglar la cañería apestosa? —preguntó Zoe, que se había acercado corriendo a Pedro.
Paula contuvo una sonrisa. Luego tendría que explicarle que no era la cañería en sí lo apestoso.
—Voy a intentarlo —dijo él.
—¿Va a poder? —Luz abrió los ojos de par en par.
—Ya veremos.
Paula le enseñó el colector.
—Iré a alquilar una culebrilla eléctrica —dijo él—. A ver si con eso arreglamos el problema.
—No tienes por qué hacerlo —dijo, aunque estaba segura que sería más efectivo que una larga discusión con el servicio de mantenimiento seguida por una larga espera al fontanero.
—¿Qué hará la culebrilla? —preguntó Luz—. ¿Tienes una jaula para meterla? No me gustan las culebras.
—No es una culebra de verdad —le dijo Paula a su hija—. Es una herramienta especial que usan los fontaneros.
—Te la enseñaré cuando vuelva —sonrió Pedro—. Supongo que tardaré una hora en arreglar el tema —le dijo a Paula—. ¿Por qué no van a almorzar? Hace demasiado calor para estar ahí fuera y con ese olor no pueden entrar dentro.
Tenía razón. La señora Ford ya tenía el rostro un tanto arrebolado.
—Dejaré abierta la puerta de atrás, por si tienes que entrar en la casa —dijo Paula.
—Gracias.
Cinco minutos después estaban en un fresquísimo restaurante de comida rápida. Mientras Luz estudiaba el menú infantil, intentando decidirse, la señora Ford le dio un golpecito en las costillas a Paula.
—Figura paterna —gesticuló con los labios.
—Lo sé —Paula sonrió—. ¿Quién podía resistirse a un hombre con una culebrilla?

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