viernes, 3 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 65

—No trabajaría para ella. Tu contrato te permite llevar a tu propio personal, ¿verdad?
—¡Hola!, ¡sigo aquí! —dijo Zaira—. No hace falta que tengan esta conversación ahora mismo.
Paula la ignoró.
—Podía llevar a tres personas de mi elección, pero sólo elegí a Zaira y a Jaime porque todo el personal es muy bueno. Así que no habría ningún problema en que te incorporaras.
Paula  se dió cuenta de que era una buena solución. Dani y ella no habían trabajado juntas nunca, pero se conocían bien y a la hermana de Pedro no le importaba trabajar duro. Había sobrevivido en el Burger Heaven durante cinco años, era una mujer dura e inteligente.
—El puesto es tuyo si lo quieres —le dijo.
Zaira se levantó de golpe.
—¿Le estás dando mi puesto?, ¿así sin más? ¿Qué pasa con el bebé?, necesitarás ayuda conforme se acerque la fecha.
—Yo estaré aquí, podré ayudarla —dijo Dani.
—¿Lo ves?, ya no te quedan excusas —comentó Paula.
A lo mejor no era justo presionar tanto a su amiga, pero pensar en la vida de Zaira evitaba que se obsesionara con el desastre en el que se había convertido la suya. Aunque sabía que se sentiría muy sola cuando su amiga se fuera.
—Te echaré muchísimo de menos —le dijo, antes de levantarse y abrazarla con fuerza.
Zaira le devolvió el abrazo, y comentó:
—Sólo voy a estar fuera un par de semanas.
Paula sabía que era posible que su amiga se estuviera yendo para siempre. A lo mejor Zaira tenía la suerte de descubrir que tenía una vida al completo esperándola en Ohio.
—¿Es una reunión de chicas, o está abierta a todo el mundo? —les preguntó Federico.
—¿Qué haces aquí? —dijo Paula, al volverse hacia él.
—Vaya saludo —Federico se acercó a ella, y la abrazó—. Dani me ha llamado.
—Pensé que querrías que estuviera aquí, ¿he hecho bien?
Paula estaba ocupada llorando, así que sólo pudo asentir mientras Federico la rodeaba con los brazos. Era alto y fuerte, y ella sintió que podría pasar el resto de su vida apoyada en él.
—Llora y desahógate —le dijo él, mientras le acariciaba el pelo y la mecía suavemente—. Mi hermano es un malnacido mentiroso, y tiene los días contados.
—No puedes matarlo, ni siquiera por Paula—comentó Dani.
Paula levantó la cabeza, y se sorbió las lágrimas.
—No lo quiero muerto.
—Vale, entonces sólo le daré una lección. ¿Te parece bien?
—No, nada de peleas —contestó Paula.
—Lo siento —le dijo Federico.
Aquello bastó para que Paula volviera a perder el control. Apretó la cara contra su pecho, y gimió:
—Duele mucho, Federico. No me quiere y va a marcharse, y Zaira también se va, y aunque Dani va a ayudarme, nada va a ser igual.
—Yo estoy aquí, y te quiero —le dijo él.
—Ya lo sé. Me alegro —Paula levantó la cabeza para mirarlo—. ¿Por qué no me enamoré de tí?
Federico sonrió, y la besó en la mejilla.
—No hubiera sido una buena idea, cielo. No soy uno de los buenos, estarías mucho mejor con Pedro o con Agustín.
Aunque Paula no estaba de acuerdo con aquello, sabía que no importaba, porque Federico y ella sólo podían ser amigos; al parecer, su corazón había decidido que sólo podía amar a un hombre, a pesar de que él parecía predestinado a rompérselo una y otra vez.
Pedro condujo sin rumbo hasta el anochecer, y entonces volvió a su casa. Quería ir a ver a Paula, pero sabía que primero tenía que pensar en lo que iba a decirle, porque presentarse en su casa sin más sólo empeoraría la situación.
Al doblar la esquina, se dijo que ella tenía razón en cuanto a él. Siempre la había tenido. En el pasado no le había importado, pero quería que en esa ocasión las cosas fueran diferentes. Quería ser diferente.
Al entrar en el camino de entrada, vio los coches de sus hermanos y miró hacia la puerta principal. Federico y Agustín estaban en el porche, manteniendo una conversación que parecía bastante acalorada.
—¿Qué pasa? —preguntó, al salir de su coche y acercarse a ellos.
—Has hecho llorar a Paula—gruñó Federico, fulminándolo con la mirada—. Nadie hace llorar a Paula.
Pedro se encogió de hombros. No le preocupaba lo más mínimo enfrentarse a Federico, porque aunque era tan corpulento como él y estaba en muy buena forma, él tenía mucha furia reprimida.
—¿Vas a ayudarle? —le preguntó a Agustín.
—No, sólo he venido para asegurarme de que no os matáis.
Pedro sabía que pelearse no iba a cambiar nada, pero en ese momento le daba igual. Quería emprenderla a golpes con alguien, y si su hermano estaba dispuesto a ser el blanco de su furia, allá él.
Avanzó hasta el césped, y le indicó que se acercara con un gesto.
—Aquí estoy, hermanito.
Por un segundo, pensó que Federico no iba a reaccionar, pero de repente su hermano se lanzó hacia él. Sus cuerpos colisionaron con una fuerza que sacudió hasta el último hueso de su cuerpo, y ambos cayeron al suelo. Pedro fue el primero en ponerse de pie, y estaba listo para defenderse cuando Federico le lanzó un derechazo.
Pedro lo esquivó, conectó un sólido puñetazo en la barriga de su hermano que le reverberó hasta el codo, y retrocedió un paso cuando Federico le dio en la mandíbula. Después de varios golpes más por ambos lados, Pedro empezó a replantearse su plan. No se había peleado desde los trece años, y se le había olvidado lo mucho que dolía.
Aun así, le gustaba la emoción descarnada que lo recorría, la necesidad de destruir algo que bloqueaba cualquier otro pensamiento. Consiguió conectar dos puñetazos seguidos, antes de que Federico le diera un derechazo que le recordó que su hermano había sido lanzador de béisbol y que su brazo era un rayo.
Agustín se acercó tranquilamente, y se interpuso entre ellos.
—Ya basta —les dijo con calma—. Los dos se arrepentirán de esto por la mañana.
Pedro hizo una mueca al tocarse la boca y notar la sangre y la hinchazón. La furia se había desvanecido, y lo único que sentía era un tremendo dolor y una sensación de pérdida tan grande, que estuvo a punto de desplomarse de rodillas.
Paula. Había estropeado las cosas con ella hasta tal punto, que no sabía cómo recobrarse.
—La he perdido —dijo, mientras se dejaba caer sobre la hierba—. La he perdido, ¿verdad?
Federico se dejó caer a su lado, y le dijo:
—Has metido la pata hasta el fondo, Zaira quiere tus pelotas en una bandeja.
—¿Qué es lo que quiere Paula? —le preguntó Pedro, con voz ronca.
—Dejar de quererte.
Federico no le habría hecho más daño si le hubiera pegado un tiro.
—Tiene que quererme —susurró Pedro. Ella era todo lo que tenía.
Agustín se agachó frente a él, y le tocó un corte que tenía justo encima de la ceja.
—Vas a necesitar puntos —se volvió hacia Federico, y comentó—: Tus nudillos también están bastante mal, será mejor que entremos para que los cure.
Pedro miró a Federico,y le dijo:
—Lo siento.
—No es conmigo con quien tienes que disculparte —le contestó su hermano.
—Ya lo sé, pero lo siento de todas formas.
Federico se encogió de hombros y se levantó; sin embargo, en vez de entrar en la casa, alargó una mano hacia Pedro.
—Puede que seas un capullo —le dijo, mientras estiraba de él para ayudarlo a levantarse—, pero sigues siendo mi hermano.
Ambos se miraron durante unos segundos, y al darse cuenta de que su hermano ya lo había perdonado, Pedro deseó que el problema con Paula pudiera solucionarse tan fácilmente.
Al dar un paso, tuvo que contener un gemido. Le sangraban el labio y el corte de la ceja, tenía todo el cuerpo dolorido, y se sentía como si tuviera unos ciento cincuenta años.
Antes de que llegara al porche, oyó que un coche se detenía delante de la casa, y se volvió hacia él con la esperanza de que Paula hubiera ido a verlo gracias a algún milagro; en ese momento, se habría sentido encantado si ella simplemente hubiera estado dispuesta a gritarle un poco más.

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