domingo, 5 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 2

—Apuesto a que ese lo lleva al taller oficial.
—No he tenido que hacerlo aún, pero lo haré.
—Bonito vehículo —Randy fue hacia la parte de atrás y abrió la puerta. Gruñó al ver la rueda.
—Pobre Paula. Están de obras enfrente de donde trabaja. Juro que cualquier clavo que cae en la carretera, la busca. Y siempre es esta rueda. Tiene más parches que goma.
—Debería cambiarla —dijo Pedro.
—¿Eso crees? —Randy lo miró—. Lo malo es que no se puede sacar de donde no hay. Los tiempos están difíciles para todos. ¿Tienes mis pendientes?
Pedro sacó un pequeño sobre del bolsillo de la camisa y se lo entregó. Randy miró dentro y silbó.
—Muy bonitos. A Janice le encantarán. Bien, dame diez minutos y tendré la rueda arreglada.
Pedro no había pretendido ayudar a su vecina. Había alquilado el apartamento temporalmente, para darse tiempo para decidir qué quería hacer con el resto de su vida, en paz y soledad. No conocía a nadie del barrio y no quería que nadie lo conociera a él.
Exceptuando un breve pero efectivo interrogatorio de la anciana que vivía debajo, había mantenido su reserva durante casi seis semanas. Hasta que vio a Paula luchando con las tuercas.
Había deseado ignorarla. Ése había sido su plan. Pero no había podido; un fallo de carácter que tenía que corregir. Y en ese momento, mirando una rueda arruinada, que podría explotar en cuanto llegara a ochenta por hora, se sintió incapaz de aceptarlo.
—Deme una nueva —masculló.
—¿Va a comprarle una rueda a Paula? —Randy alzó sus espesas cejas.
Pedro  asintió. Lo suyo habría sido sustituir las dos ruedas traseras. Pero sólo tenía una allí.
—¿De qué conoce a Paula y a Luz? —preguntó el hombre, hinchando el pecho.
¿Luz? Pedro se quedó en blanco un segundo, después recordó a la niña. La hija de Paula. No le debía a ese tipo ninguna explicación. Aun así, contestó.
—Vivo encima.
—Paula es amiga mía —Randy estrechó los ojos—. Más le vale no meterse con ella.
Pedro sabía que incluso después de pasar toda la noche de juerga, podría derrumbar a ese hombre, y le sobraría fuerza para correr kilómetro y medio en cuatro minutos. La actitud de Randy le habría hecho gracia, pero era sincera. Le importaba Paula.
—Sólo le estoy haciendo un favor —repuso Pedro con calma—. Somos vecinos, nada más.
—Vale, entonces. Porque Paula ha pasado por mucho y no se merece que nadie la moleste.
—Estoy de acuerdo.
Pedro no tenía ni idea de qué estaban hablando, pero le daba igual. Randy agarró la rueda pinchada y la llevó hacia el garaje.
—Tengo un par de buenas ruedas que serán mucho más seguras que ésta. Como es para Paula, te haré un buen precio.
—Lo agradezco.
—Incluso la mancharé un poco, y tal vez no se dé cuenta del cambio — sugirió Randy, mirándolo.
—Seguramente es buena idea —contestó Pedro, recordando que ella se había puesto a la defensiva cuando admitió no tener rueda de repuesto.
—Estás golpeando, cielo —dijo la señora Ford con calma, sorbiendo su café—. No es bueno para la masa.
Paula golpeó la masa con el rodillo otra vez, consciente de que su vecina tenía razón.
—No puedo evitarlo. Estoy molesta. ¿Cree que soy tan estúpida que no iba a darme cuenta de que cambió mi vieja rueda por una nueva? ¿Es algo machista? ¿Es que los hombres creen que las mujeres en general somos estúpidas con respecto a las ruedas? ¿O él cree, específicamente, que yo lo soy?
—Estoy segura de que pensó que estaba ayudando.
—¿Quién es él para ayudarme? No lo conozco. Ha vivido aquí un mes o más, ¿no? Nunca hemos hablado. Y ahora, de repente, me compra ruedas. No me gusta.
—A mí me parece romántico.
Paula intentó no poner los ojos en blanco. Adoraba a la señora Ford pero, caramba, la anciana habría pensado que ver la hierba crecer era romántico.
—Asumió el control. Tomó decisiones sin consultarme. Sólo Dios sabe qué espera a cambio — Paula se dijo que, fuera lo que fuera, no iba a conseguirlo.
—No es así, Paula—la señora Ford movió la cabeza—. Pedro es un hombre muy agradable. Un ex marine. Vio que estabas necesitada y te ayudó.
Eso era lo que más molestaba a Paula. Lo de «estar necesitada». Por una vez, le gustaría tener algún ahorro para una mala racha o para cambiar una rueda.
—No me gusta deberle nada.
—Ni a nadie. Eres muy independiente. Pero es un hombre, cariño. A los hombres les gusta hacer cosas por las mujeres.
La señora Ford tenía más de noventa años, era diminuta y de esas mujeres que aún utilizaban pañuelos de encaje. Había nacido en una época en la que el hombre proveía y la tarea de la mujer era cocinar bien y estar bonita mientras lo hacía. El que vivir así condujera a muchas mujeres a la bebida o a la locura era sólo una consecuencia desafortunada que no se comentaba en círculos educados.
—Llamé a Randy —dijo Paula, colocando la masa en el molde y ajustándola—. Me dijo que la rueda había costado cuarenta dólares, pero me mentiría sin pensarlo si creyera que con eso me estaba protegiendo, así que supongo que debió de rondar los cincuenta.
Tenía exactamente sesenta y dos dólares en la cartera, y necesitaba la mayoría para hacer la compra esa tarde. Su cuenta bancaria estaba a cero, pero cobraría dentro de dos días, así que podía apañarse.
—Si pudiera permitirme una rueda nueva, la habría comprado yo —farfulló.
—Es más práctico que un ramo de flores —la consoló la señora Ford—. O bombones.
—Créeme, Pedro no me está cortejando.
—Eso no lo sabes.
Paula estaba bastante segura. La había ayudado porque... Porque... Arrugó la frente. No lo sabía. Seguramente porque le había parecido patética mientras luchaba con las tuercas de la rueda.
Empezó a aplanar el segundo lote de masa. Los arándanos habían estado muy baratos en la frutería Yakima; había pasado por allí después de dejar a Luz en su fiesta. Tenía el tiempo justo de hornear las bases para tres tartas antes de volver a por su hija.
—Acabaré las tartas cuando vuelva de hacer la compra —dijo Paula, más para sí que para su vecina— . Quizá si le llevo una...
—Una idea excelente —sonrió la señora Ford—. Imagina lo que pensará cuando pruebe tu cocina.
—¿Intentas hacer de casamentera? —gruñó Paula.
—¿Qué hace una mujer de tu edad sola? Es antinatural.
—Me gusta estar sola. Hace que mantenga los pies firmes en la tierra.
La señora Ford movió la cabeza y se acabó el café. Dejó la taza en la mesa y se levantó despacio.
—Tengo que irme. En la televisión hay un programa especial de ofertas de cosméticos de la marca Beauty by Tova. Me estoy quedando sin perfume.
—Vete, vete —la animó Paula.
—¿Te he dejado mi lista verdad? —preguntó la señora Ford, ya en la puerta que comunicaba los dos apartamentos.
—Sí, la tengo en el bolso —asintió Paula—. Te lo llevaré todo cuando vuelva.
—Eres una buena chica, Paula—sonrió la anciana— . Estaría perdida sin tí.
—Lo mismo pienso yo de tí.
La señora Ford entró en su cocina y cerró la puerta a su espalda.
Cuando Paula se instaló allí, le desconcertó descubrir que el piso de ella y el de su vecina se comunicaban por la cocina, pero pronto se alegró de ello. La señora Ford podía ser mayor y anticuada, pero era aguda, cariñosa y adoraba a Luz. Las tres se habían hecho amigas muy pronto, y Paula y la señora Ford habían llegado a un trato que las beneficiaba a ambas.
Por la mañana, la señora Ford preparaba a Luz para el colegio y le daba el desayuno. Paula se ocupaba de la compra de su vecina, la llevaba a sus citas médicas y comprobaba su estado con regularidad. Aunque la señora Ford no pasaba mucho tiempo en casa. Era un miembro muy activo del centro para la tercera edad, y sus múltiples amistades solían ir a buscarla para jugar a las cartas o hacer una visita al casino.

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