lunes, 6 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 6

El despertador sonó a las cuatro de la mañana, como siempre entre semana. Paula se levantó de inmediato; había aprendido que su cuerpo cooperaba mejor si se ponía en pie antes del amanecer. Si se quedaba unos minutos más acostada corría el riesgo de no salir de la cama.
Se duchó y envolvió su cabello en una toalla mientras se ponía el maquillaje mínimo. Crema hidratante con un toque de color, mascara y brillo de labios. Tras ponerse su uniforme de Eggs 'n' Stuff, se secó el pelo con el secador, se peinó y lo recogió en una cola de caballo. A las cuatro y media entró en la cocina e inhaló el aroma del café recién hecho.
Quien hubiera inventado las cafeteras con temporizador se merecía un premio o, al menos, que pusieran su nombre a una estrella. Paula iba a servirse una taza cuando oyó un golpe arriba.
Un ruido fuerte y fuera de lugar. El gemido que lo siguió hizo que se estremeciera. Ocurría algo arriba. Algo que debería ignorar. Pero se oyó un segundo golpe y un gemido más alto.
Pedro podría haberse caído y haberse hecho daño. Parecía en demasiada buena forma para eso, pero podría haberse resbalado estando borracho.
Titubeó entre su deseo de no querer involucrarse y saber que no podría dejar a Luz sola sin comprobar que todo iba bien. Después de echar un vistazo a su hija, que seguía profundamente dormida, Paula agarró un bate de béisbol del armario de la entrada y subió arriba.
Llamó a la puerta y se anunció en voz alta, por si acaso él estaba sufriendo alguna alucinación debida a sus recuerdos de guerra. No quería que le pegase un tiro o la hiriese en un momento de confusión.
Como no contestó, volvió a llamar, esa vez con más fuerza.
La puerta se abrió por fin. Pedro apareció desnudo excepto por un pantalón de pijama arrugado. Necesitaba un afeitado, tenía el pecho desnudo y, por una vez, sus ojos no escondían sus sentimientos. Parecía muy divertido.
—Poco ha durado lo de no querer meterte en mi cama —dijo.
—Estabas dando golpes y gimiendo —ella lo miró con frialdad—. Son las cuatro de la mañana. ¿Qué querías que pensara?
—¿En serio? —su buen humor se disipó.
—No me invento ese tipo de cosas.
—¿Eso era para quitarme el conocimiento o para protegerme de lo que me estuviera ocurriendo? —preguntó él, mirando el bate de béisbol.
—No lo había decidido aún.
—Hacía mucho tiempo que nadie acudía en mi rescate — sus labios temblaron, como si luchara contra las ganas de reírse.
—Estás bien —masculló ella—. Perfecto. No volveré a molestarte —se dió la vuelta pero él agarró su brazo. Cuando lo miró vió que estaba serio.
—Perdona —dijo con sinceridad—. Estaba teniendo una pesadilla. Me desperté en el suelo. Supongo que manoteé y di golpes hasta que me caí. Has sido muy amable al preocuparte por mí.
—Pero era innecesario —suspiró ella.
—Creo que podría defenderme de cualquiera que me atacara.
—Supongo.
—Te agradezco que acudieras al rescate.
—Ahora te estás burlando de mí —dijo ella, soltando el brazo de un tirón.
—Un poquito.
En ese momento, el sistema hormonal de ella se despertó y comprendió que tenía a un hombre medio desnudo muy, muy cerca. Sintió una descarga de pura química. El deseo explotó en su interior. Y eso que aún no se había tomado un café.
—Necesito cafeína —murmuró.
—Yo también.
—Tengo una cafetera lista... —miró su reloj de pulsera— y veinte minutos antes de marcharme. Puedes tomar una taza, si quieres.
Esperaba que la rechazara, pero la sorprendió aceptando.
—Eso estaría muy bien —dijo, siguiéndola abajo.
Ella deseó indicarle que estaba descalzo y no llevaba camisa, pero se dijo que si a él no le importaba, se limitaría a sonreír y disfrutar del espectáculo.
Ya en la cocina, dejó el bate de béisbol, sacó otra taza y se la entregó. Ambos se sirvieron.
—Imagino que lo tomas solo —susurró ella, consciente de que Luz dormía al final del pasillo.
—Era marine —dijo él—. ¿Qué otra cosa podías esperar?
—¿Tienes muchas pesadillas? —preguntó ella, apoyándose en la encimera.
—Van y vienen —se encogió de hombros y tomó un sorbo—. Algunas cosas no se olvidan.
—¿Por eso lo dejaste? ¿Demasiadas cosas malas?
—Es posible.
—No hace falta que hablemos de eso —dijo ella, con la sensación de que estaba siendo inquisitiva.
—No importa. Pasé mucho tiempo buscando francotiradores y pendiente de esquivar bombas. A veces esos recuerdos vuelven.
Ella también tenía pesadillas, pero no tan violentas.
—Espero no haber despertado a Luz —dijo él.
—No. Lo comprobé antes de subir. Sería capaz de dormir en medio de un tornado. Solía pasar la aspiradora cuando era un bebé y ella dormía la siesta. Leí en algún sitio que es bueno en el caso de los niños que duermen bien. En el suyo, funcionó.
Paula pensó que ésa era la conversación más extraña que había tenido en toda la semana. Ni en un millón de años se habría imaginado en su cocina a las cinco menos cuarto de la mañana con Pedro, medio desnudo y descalzo, bebiendo café y hablando de su hija y de sus tiempos de marine.
—Es una buena niña —dijo él.
—Eso me gusta pensar —hizo una pausa—. ¿Te resulta raro volver a formar parte de la vida civil, tener una niña viviendo tan cerca, y ese tipo de cosas?
—Hay niños en todas partes. Al menos aquí Luz puede crecer a salvo. No es lo que yo solía ver.
Su voz sonó tan impregnada de dolor que ella se preguntó qué habría visto. Comprendió que seguramente prefería no saberlo.
Notó que, incluso a esa hora tan temprana, la postura de él era perfecta. Intentó enderezar los hombros y encorvarse un poco menos.
—Una gallina genial —dijo él.
Ella tardó un segundo en comprender que se refería a su uniforme. Se miró y rió al ver la gran gallina que lucía su delantal.
—Trabajo en Eggs 'n' Stuff. Es una cafetería que sirve desayunos y comidas.
—La conozco.
—Entonces habrás reconocido el uniforme. Frank, mi jefe, es un gran tipo, pero no conseguimos convencerlo de que se libre de la gallina. Por lo visto se remonta a los años cincuenta. Al menos los zapatos son cómodos —alzó un pie, mostrando los zapatos ortopédicos de cordones, color blanco—. Estoy esperando que se pongan de moda un día de éstos.
—Te pasas todo el día de pie.
—Sí, pero agradecería que fueran algo más bonitos. Pero la gallina y los zapatos son inconvenientes muy llevaderos. Recibo buenas propinas, tengo asistencia sanitaria y cuando Luz  empiece a ir al colegio, estaré en casa antes de que ella regrese.
—¿Quién la levanta por la mañana?
—La señora Ford.
—Pensé que quizá tu ex marido venía a hacerlo.
Durante dos segundos, ella pensó que buscaba información sobre su estado civil. Después recordó el desafortunado incidente de hacía unos días, cuando le había dicho que no le interesaban las relaciones ni el sexo cuando el pobre hombre ni siquiera se había insinuado.
—No hay ex —dijo con calma.
—Entonces, si veo a un desconocido agazapado en los arbustos le daré una paliza.
—Desde luego que sí —ella se acabó el café y miró el reloj.
—Tienes que irte —dijo Pedro, dejando su taza—. Siento haberte molestado. Intentaré tener mis pesadillas en silencio. Gracias por el café —levantó el bate—. Y por venir a rescatarme.
—Odio empezar el día sintiéndome como una tonta — suspiró ella.
—No lo hagas. Hiciste algo bueno —dejó el bate y se marchó.
Paula enjuagó las dos tazas, volvió a poner el bate en el armario, echó un último vistazo a Luz abrió la puerta que comunicaba con el piso de la señora Ford y salió al coche.
Como estaban en agosto ya había salido el sol y todos los pájaros del vecindario anunciaban el hecho. Condujo por las calles vacías pensando en Pedro. Era un hombre interesante. No un asesino en serie; de eso ya no iba a preocuparse. Pero tenía sus secretos. Ella, por supuesto, también.

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