miércoles, 22 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 49

Luz estaba tan emocionada como si fuera la mañana de Navidad. Se subió a la cama de Paula poco después de las cinco de la mañana, para preguntarle cuánto faltaba para que salieran.
Mientras Paula se debatía entre sentimientos y preguntas, su hija sólo sentía la excitación de descubrir que tenía abuelos. Tenía más familia, más gente con quien jugar y a quien visitar. Podía ser como los protagonistas de sus películas infantiles, que solían tener familias grandes. Paula, en cambio, no podía deshacerse de la opresión que sentía en el pecho.
Era difícil saber qué porcentaje se debía a sus padres y qué porcentaje a lo ocurrido con Pedro. Aunque se arrepentía del placer sentido, las circunstancias la confundían. Él había estado excitado. ¿Por qué se había ido cuando le dejó claro que quería que el placer fuera mutuo? ¿Era por ella? ¿Debería acomplejarse y estudiar su trasero en el espejo?
—Necesito unas vacaciones —se dijo, mientras terminaba de ponerse mascara en las pestañas. Movió la cabeza y fue al dormitorio a vestirse.
Luz llevaba preparada desde las seis y cuarto, así que Paula no había dormido lo suficiente. Más bien, no había dormido. Lo lógico habría sido que sentir tanto placer le hubiera relajado; pero no había podido dejar de pensar en lo ocurrido.
—Mami, date prisa —exigió Luz desde el umbral.
—Cielo, no podemos llegar antes de las nueve —eran poco más de las ocho—. No saldremos hasta las nueve menos veinte. ¿Puedes entretenerte hasta entonces?
—Vale.
Su hija desapareció y Paula pensó qué ponerse. Unos vaqueros eran demasiado informales, pero no quería ponerse un vestido. Aun así, le parecía importante dar buena impresión. Pantalones y blusa.
Quince minutos después había elegido la ropa e incluso se había ahuecado el pelo con un cepillo. Apagó el secador y se dio cuenta de que había mucho silencio. Demasiado.
Una rápida búsqueda demostró que Luz no estaba allí. Paula entró en la cocina de la señora Ford, pero la casa estaba silenciosa y a oscuras. Se preguntaba qué hacer cuando oyó pasos arriba. De dos personas.
Como dudaba que Pedro hubiera ido a buscar a alguien con quien compartir la cama la noche anterior, supuso quién era su visitante. Segundos después, una sonriente Luz le abrió la puerta.
—Le he contado que tengo una abuela y un abuelo y quiere venir con nosotras. Pueden conocerlo y él a ellos. ¿No es genial, mami?
Paula  había planeado evitar a su sexy vecino durante al menos diez días. No sabía qué decir tras lo ocurrido. «Gracias» era inapropiado, pero no reconocer que había estado fantástico le parecía grosero.
—Está muy emocionada —dijo el objeto de sus pensamientos, apareciendo detrás de Luz.
Palabras corteses y sencillas. Nada que indicase que la noche anterior la había besado tan íntimamente que había visto las estrellas.
—He invitado a Pedro a venir con nosotras —dijo Luz—. Al abuelo y a la abuela les gustará.
Pedro observó las emociones que surcaban el rostro de Paula. Era obvio que no había pensado verlo de nuevo tan pronto. Parecía avergonzada y confusa y adivinó que no entendía por qué él había concluido las cosas como lo hizo.
Se preguntó si se sentiría mejor si supiera que había pasado una noche infernal y cuántas veces había salido a la escalera con la intención de bajar y seguir con lo que habían empezado.
No lo había hecho y no le diría lo fuerte que había sido la tentación. Era mejor así, más seguro para todos. Él sabía quién y qué era, pero ella sólo sabía de él lo que le dejaba ver.
—Luz, Pedro no quiere venir a conocer a mis padres —dijo Paula—. Estoy segura de que tiene planes y, aunque no los tuviera, sería una complicación.
No tenía ninguna gana de dar explicaciones a sus padres, dadas las circunstancias.
—Iré otro día —dijo Pedro, agachándose y sonriendo a Luz.
—Hoy —insistió la niña—. Mami siempre me deja llevar a un amigo. Y tú también eres mi amigo.
—No, Luz —afirmó Paula—. Nos vamos ya.
Su hija aceptó su mano y permitió que se la llevara. Pedro pensó que tanto Paula como él necesitaban tiempo para pensar. Pero cinco minutos después, Paula estaba de nuevo en su porche.
—Tengo un pinchazo —le dijo, sin mirarlo a los ojos—. Reemplacé la segunda rueda, pero no compré una de repuesto. Randy no abrirá hasta dentro de un rato y me preguntaba si podrías acercarme a casa de mis padres. No quiero tener que explicar por qué he ido en taxi, ni que ellos vengan a aquí.
A él le pareció curioso que prefiriera recurrir a él a que su familia visitara su casa.
—Desde luego —dijo—. Las llevaré y volveré a recogerlas después, cuando hayas acabado.
—No. Si puedes soportarlo, será mejor que entres con nosotras —suspiró—. No pretendía que sonara tan horrible —lo miró a los ojos.
—Lo entiendo.
—¿Sí? ¿Sabes lo confuso que es todo esto? Hace un mes no sabía quién eras. Hace tres meses ni siquiera vivías aquí. No sé lo que ocurrió anoche... es decir, sí lo sé, pero no entiendo por qué tú no... —sacudió la cabeza—. Maldición. Me había jurado no hablarte de eso. Pero quiero saber si fue culpa mía.
—No lo fue —contestó él, sin comprender que pudiera siquiera plantearse esa posibilidad.
—No lo creía. Pero no es... Los hombres no suelen hacer eso y marcharse sin más.
—Estoy de acuerdo.
—¿Vas a decirme por qué?
—Mami, estoy lista —llamó Luz desde abajo.
—Iré a por las llaves —dijo él, agradeciendo la distracción. Ella tocó su brazo antes de que se fuera.
—No fuiste tú quien... No le has hecho nada a mi rueda, ¿verdad?
A él no le sorprendió la pregunta. Si estuviera en su lugar, también se lo habría planteado.

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