lunes, 6 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 10

—Ben era un buen chico. Tenía mucho corazón. Alguien debe de haberlo querido, alguien lo echará de menos. Voy a encontrarla.
—Sé que lo harás —Pedro no era de los que se rendían. Él también tenía mucho corazón, aunque Paula suponía que no lo admitiría.
—Tus amigas nos están observando.
—Están intrigadas contigo —dijo ella, sin necesitar darse la vuelta para saber a quién se refería.
—Siento haber traído este asunto a tu trabajo.
—Está bien. Últimamente no teníamos temas de qué hablar. Ahora hablaremos de ti.
—No soy tan interesante.
—Te sorprenderías.
Los aficionados del bar, que contemplaban un partido de béisbol, gruñeron al unísono cuando los Mariners cometieron un error.
Pedro vio a su hermano Federico apoyado en la reluciente barra de madera, sonriendo al grupo de mujeres que lo rodeaba.
Cuando Federico vio a Pedro, se alejó de sus admiradoras y prometió volver después.
—Hacía tiempo que no venías por aquí —dijo Federico, mientras se sentaban a una mesa del rincón—. ¿Has ligado?
Pedro pidió una cerveza a la camarera rubia y pechugona que se acercó a la mesa.
—Venga, contesta —insistió Federico.
—Estoy ocupado.
—Así que te pasas sin sexo —señaló con la cabeza a las mujeres de la barra—. ¿Ves alguna que te guste?
—¿Qué ven en tí? —preguntó Pedro.
—Creen que soy encantador.
Pedro no estaba seguro de que lo fuera, pero el que Federico hubiera sido pitcher profesional varios años le daba mucha popularidad entre las mujeres.
—No hablemos de mí —dijo Federico—. ¿Cuánto tiempo llevas de vuelta? ¿Tres meses? Y sólo has tenido una aventura que debió de durar un par de noches. No es normal que un hombre esté solo, sobre todo cuando no tiene por qué estarlo. Lo de haber sido soldado te da muchos puntos. Además, eres un Alfonso.
—Tú no tienes a nadie especial en tu vida —apuntó Pedro.
—No hablo de alguien especial —Federico alzó ambas manos—. ¿Quién necesita eso? Sólo algo que te distraiga un poco. Podría ayudarte a readaptarte a la vida en el mundo real.
—¿Qué te hace pensar que tengo problemas de readaptación?
—Yo los tuve —Federico se encogió de hombros—. Es terrible pasar de multitudes coreando mi nombre a esto —señaló el bar.
—Te va bien.
La expresión sombría de Federico indicaba que «bien» no era suficiente para él.
—Es la primera temporada que no juegas —comentó Pedro—. Te irá resultando más fácil.
La camarera llegó con su cerveza y Pedro le dio las gracias.
—¿Crees que se hará más fácil para ti? —preguntó Federico—. ¿Pretendes hacerme creer que no sigues soñando con las bombas, ni con el miedo, ni con esperar el siguiente disparo de un francotirador?
Pedro nunca hablaba de su vida en el ejército, pero no le sorprendió que Federico tuviera las ideas tan claras. Había estado en zonas peligrosas y no podía ser difícil imaginar lo que había vivido.
—Es distinto —dijo.
—De acuerdo, pero también implica readaptación.
—¿Te arrepientes de haberlo dejado? —preguntó Federico.
Pedro entendió por qué lo preguntaba. Él había tenido otra opción. Federico  no. Cuando se fastidió el hombro su carrera deportiva se acabó.
—Tomé la decisión correcta —dijo Pedro lentamente—. Echo de menos cosas de los marines, pero no lo de matar. Todo el mundo tiene un límite. Si lo cruza se convierte en un psicópata. Me estaba acercando demasiado a ese punto.
—¿Qué harás ahora? —preguntó Federico—. Después de encontrar a Ashley.
Pedro se encogió de hombros.
—Sofía estuvo veinte minutos contándome cómo montaste los muebles del bebé. Se te dan bien esas cosas. Podrías comprar una casa vieja y reformarla.
—Lo he pensado —admitió, pero aún no estaba listo para mudarse. Le gustaba dónde vivía.
Maldijo para sí. Tenía problemas si ya estaba mintiéndose a sí mismo. No era el sitio lo que le gustaba, era Paula. Ella y la estúpida gallina de su uniforme. Y su aspecto fiero en el porche, con el bate en la mano. Él no necesitaba protección pero ella había pensado que tenía problemas y había acudido al rescate.
Hacía tiempo que no se encontraba con alguien como ella, quizá nunca lo había hecho. Determinada, independiente y con el corazón tan duro como una nube de algodón. Además, era endiabladamente sexy. Sobre todo cuando explicaba por qué no quería salir ni practicar el sexo con él.
Pero no quería involucrarse. Eso sólo podía acabar mal para ella y no quería hacerle daño.
—Conozco a unas gemelas —Federico  rompió el silencio— . ¿Te interesa?
—No todos los problemas se solucionan con el sexo —refunfuñó Pedro.
—La mayoría sí —sonrió Federico.

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