domingo, 26 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 58

—¿Seguro?
—Deja que adivine —ella alzó la cabeza de nuevo—. Todas tus otras mujeres se emocionaron al saber lo cerca que estuviste de la muerte —tomó aire y dió a su voz un tono agudo y ridículo—. Oh, Pedro, ésta es terrible. Cuéntame con todo detalle qué ocurrió.
—Así que no estás interesada.
—Acabamos de compartir uno de los momentos más íntimos de la vida. ¿Por qué iba a querer estropearlo preguntándote por una época en la que sufriste dolores horribles y estuviste a punto de morir?
—A casi todas las mujeres les parece romántico.
—Pues tendrás que moverte en esos círculos.
—Me gusta tu estilo —rió él. Le gustaban muchas otras cosas, pero no quería entrar en eso—. Date la vuelta —pidió.
—Ni lo sueñes —ella estrechó los ojos.
—Ya lo he visto.
—Entonces, ¿por qué necesitas verlo otra vez?
—Siento curiosidad.
—Fue un error.
—Es mono. Venga. Yo te enseñaré el mío.
—Tú no tienes uno que enseñar.
—Pero puedo enseñarte otras cosas
—Bueno —con un suspiro, se tumbó boca abajo—. Pero nada de chistes ni comentarios sobre los cinco kilos que me sobran.
—No te sobra nada —dijo él, preguntándose por qué las mujeres se obsesionaban con esas tonterías. Después estudió el diminuto corazón rojo y la lágrima que había debajo a un lado de su cadera.
—¿Por qué este diseño?
—Fue justo antes de saber que estaba embarazada, pero después de comprender que Facundo nunca querría a nadie tanto como a sí mismo, y que ni siquiera se quería más que a su siguiente chute. Supongo que fue una declaración metafórica. Creía que lo amaba.
—¿Y no era así?
—No. Ni por asomo —volvió a tumbarse de espaldas—. No supe lo que era el amor hasta que tuve a Luz. Ella lo cambió todo. Ni siquiera estoy segura de por qué la tuve. Facundo me presionó para que abortara. Yo no había pensado en tener hijos, pero cuando supe que estaba embarazada, deseé el bebé. Así que reuní el poco dinero que le había ocultado a Facundo y me fui.
—¿Adónde? —le acarició el pelo con ternura.
—A una casa de protección social. Encontré un trabajo limpiando y haciendo la colada. Me dejaron quedarme hasta que tuve a Luz. Ahorré bastante para un billete de autobús y volví aquí. Supongo que en el fondo pensaba que si regresaba a Seattle mis padres me encontrarían. Quería que me quisieran.
—Y así era. Gonzalo  mintió, ¿recuerdas?
—Lo demostraron de una forma muy extraña. Encontré trabajo y alquilé un estudio. Poco a poco llegué a donde estoy ahora.
—Deberías sentirte orgullosa por conseguirlo.
—Lo estoy. Me gusta mi vida. La señora Ford es genial. Supuso una gran diferencia para Luz y para mí.
—Y ustedes han supuesto una diferencia para ella. Son una familia —él la admiraba por haber rellenado los vacíos de su vida por sí sola.
—¿Qué pasará ahora? —preguntó—. Con tu madre.
—No lo sé. Debe de estar furiosa y yo también lo estoy bastante. Supongo que iremos poco a poco —se estiró mientras hablaba.
Al arquear el cuerpo, sus senos se alzaron hacia él. Pedro, incapaz de rechazar esa clase de invitación, capturó un pezón con la boca. La excitación de él pasó de cero a sesenta en menos de dos segundos. La soltó y se puso en pie.
—Ven —dijo, levantándola.
—¿Adónde vamos?
—Al cuarto de baño.
Dos minutos después estaban bajo el agua caliente. El la situó de modo que el agua corriera por su cuerpo, frotó el jabón con las manos hasta hacer espuma y luego empezó a masajear sus senos y frotar sus pezones con los pulgares. Ella echó la cabeza hacia atrás.
Cuando el agua aclaró el jabón, se inclinó y lamió sus pezones una y otra vez, apretándolos con los dientes hasta hacerla gemir. Después volvió a enjabonarse las manos y deslizó una entre sus piernas.
Deslizó los dedos por su parte más sensible, frotándola y dibujando círculos. Ella abrió las piernas y apoyó las manos en las pared para sujetarse.
Él no había terminado. Dejó que el agua aclarara el jabón y se arrodilló entre sus piernas. Su erección pulsaba con cada latido, pero ignoró el deseo de tomarla de nuevo. Eso llegaría después.
Entreabrió su carne con los dedos y apoyó la boca en el punto más sensible. Mientras lamía, notó cómo ella temblaba. Succionó, lamió y repitió el mismo juego hasta que Paula empezó a jadear, a punto de perder el control. Entonces adoptó un ritmo diseñado para hacer que perdiera el control del todo.
Una y otra vez, con la parte plana de la lengua, después con la punta. Poco después ella se estremeció con el primer espasmo de placer.
Cuando acabó de convulsionarse, se arrodilló junto a él. Tenía las pupilas dilatas y la piel sonrosada. El agua caía sobre ellos.
—Tu turno —rodeó su erección con la mano.
—¿Qué tenías en mente? —jadeó él.
—Ponte de pie y lo descubrirás.
Pedro se levantó. Paula, de rodillas, lamió la punta de su miembro. Instintivamente, él se flexionó y se movió hacia ella, sin poder evitarlo. Deseó enterrar las manos en su pelo y acercarla más. Quería que lo chupara con todas sus fuerzas, hasta explotar.
Pero se apoyó contra la pared e hizo cuanto pudo para no actuar con agresividad.
Ella lo acarició con la lengua, después abrió la boca y lo capturó. El calor húmedo, combinado con el agua de la ducha se tornaron en una sensación casi de otro mundo.
Paula  se detuvo de repente y salió de la ducha. Volvió un minuto después, con un preservativo.
—Así no tendrás que reprimirte.
Él agradeció su consideración. Se puso el preservativo y la apoyó contra la pared de azulejos. La deslizó hacia arriba y ella gimió y le rodeó las caderas con las piernas cuando la penetró de una embestida.
Ya estaba húmeda y contrayéndose sobre él. Pocos segundos después, Pedro no pudo contenerse más.

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