miércoles, 15 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 28

—Siempre dices eso, pero siempre consigues algo —Facundo soltó un profundo suspiro—. El caso, Paula, es que esta vez es distinto. Quiero dejarlo.
—Me alegro por tí —Paula puso los ojos en blanco. ¿Cuántas veces había oído eso mismo?
—Es por la música. Ya no puedo componer. Esta porquería me come el cerebro. Voy a ingresar en un centro de desintoxicación. Quiero ir a verte antes.
—Yo no quiero verte —el miedo le atenazó el pecho—. No vengas aquí.
—No puedes impedirlo, nena. No lo digo para amenazarte, sino porque es verdad.
Sin embargo, sonaba a amenaza.
—¿Cómo está la niña? —preguntó seguidamente—. No lo olvides, también es mía. He sido muy bueno dejándote tenerla, pero eso podría cambiar.
Ella deseó gritar. Cuando se enteró de que estaba embarazada, Facundo le exigió que abortase. Paula se negó y él le dio una paliza y se marchó a una fiesta. Ella aprovechó para escapar, llevándose lo mínimo.
—Deja de llamar, Facundo—dijo con voz queda—. No hay dinero y nunca me quitarás a mi hija. Ningún tribunal te permitiría verla siquiera. Nunca te importó y ahora tampoco te importa —colgó el teléfono y luego descolgó para que no pudiera llamar de nuevo.
Habían repetido la escena multitud de veces. Algunas cumplía su amenaza y aparecía en Seattle, otras no. Ella nunca sabía qué iba ser. Lo único que tenía claro era que nunca le quitaría a Luz. Haría cualquier cosa por proteger a su hija. Huir. Desaparecer. Incluso mataría a Facundo, si tenía que hacerlo.
Pedro entró en el despacho de su abuela. Siempre había odiado su decoración estilo blanco sobre blanco. Incluso de niño le había parecido un lugar frío y hambriento. Como una gigantesca polilla blanca acechando para devorar a los poco precavidos.
—Pedro —Gloria Alfonso salió de detrás de su escritorio con molduras doradas—. Es maravilloso verte. Pensaba citarte para que vinieras y aquí estás.
Esbozó una sonrisa de bienvenida, abrió los brazos, como si esperase un saludo cariñoso. Él mantuvo la distancia. Ella no dejó de sonreír.
—Quería hablar contigo para que te unieras a la empresa. Ahora que por fin has comprendido que los marines no son lo tuyo, puedes ocupar tu puesto aquí. Nuestro último presidente ha dimitido. No sé qué les pasa a los ejecutivos de hoy en día. Ninguno tiene capacidad de permanencia —suspiró y fue hacia los sofás que había en un rincón—. Me estoy haciendo mayor, Pedro. No podré dirigirlo todo eternamente.
Él siguió de pie en el centro de la habitación.
—¿No vas a sentarte conmigo? —ella alzó las cejas.
—No vengo a mantener una conversación cortés.
—Si vamos a hablar de tu futuro...
—No lo haremos —interrumpió él—. No tengo futuro aquí. Me importan un cuerno tú y los restaurantes. Nada que digas o hagas me convencerá para que trabaje aquí treinta segundos.
—Te estás haciendo el trágico —dijo ella. Parecía más aburrida que intimidada.
—No vengo por mi futuro. Estoy aquí por Paula.
Gloria no simuló no saber a qué se refería. Se puso en pie y lo miró fijamente.
—No sé que habrá dicho esa fulana...
—Nada —la cortó él—. No he hablado con ella. He venido a hablar contigo —fue hacia el sofá y se situó ante ella—. Vas a contarme qué le dijiste exactamente y cómo la amenazaste. Cada palabra.
—No hablaré mientras uses ese tono. No soy una recluta, Pedro. No puedes asustarme.
Reconoció para sí que la vieja era admirable. Ni siquiera había parpadeado. Dio un paso atrás y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Qué le dijiste?
Gloria volvió a sentarse en el sofá.
—Estoy de acuerdo en que es bonita —dijo Gloria—. Dentro de lo normal. Pensaba que tendría un aspecto peor, teniendo en cuenta su pasado.
Pedro conocía a su abuela lo suficiente para adivinar que había investigado el pasado de Paula. Sabía tanto de sus nietos que Pedro pensaba que pagaba a detectives para que los siguieran. Eso explicaría que conociera la existencia de Paula.
No se molestó en decirle que no le afectaría nada que le contara de su vecina. Había estado en la guerra, Paula no podía haber hecho nada que se acercara siquiera a sus pecados.
—Viajaba con grupos de rock —Gloria saboreó las palabras—. Por lo visto se acostaba con hombres para conseguir trabajos, o porque quería. El padre de su hija es un drogadicto al que mantiene. ¿Es eso lo que quieres? ¿Una rockera drogadicta y su hija bastarda?
—¿Eso es lo mejor que has encontrado? —sonrió él—. Esperaba más. ¿Qué importa que se acostara con hombres cuando era joven? Sé quién es ahora.
—Estás ciego. ¿Tienes idea de lo que significaría tu dinero para ella? ¿De cómo cambiaría su vida?
Claro que lo sabía. Él problema era que a Paula no le interesaban el dinero ni los regalos.
—Es una cualquiera —insistió Gloria—. Nunca has tenido que pagar para tener a una mujer, Pedro. ¿Por qué empezar ahora?
Él no sintió ira, sólo frialdad. Si hubiera sido otra persona, si hubiera demostrado sentimientos humanos, podría haberle tenido lástima. Pero siendo lo que era, sólo podía marcharse. Pero antes...
—Perdiste, Gloria —movió la cabeza—. Nunca me interesó Paula. No suponía ninguna amenaza en ese sentido. Pero has jugado tus cartas. Te has entrometido en su vida y la has fastidiado. Ahora tengo que arreglarlo. Eso implica pasar más tiempo con ella. Habrías hecho mejor dejando las cosas como estaban.
—Te prohíbo que veas a esa mujer.
—¿Crees que me importa? Hace mucho que no me controlas. Olvidas que no me asustas.
—Me escucharás. Tú...
Abrió la boca y soltó un gemido. Se llevó la mano al cuello. Luego se desplomó.
Pedro corrió a su lado. La puso de espaldas y apoyó los dedos en su cuello.
No había pulso.

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