viernes, 31 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 78

—Siempre dices que no. Luego me das el dinero de todas formas. Es nuestro pequeño juego. Te gusta jugar conmigo.
—Te equivocas —dijo Paula, asqueada y asustada a un tiempo—. Facundo, necesitas irte a tu casa y esperar a que se te pase el efecto de lo que te hayas tomado.
—Estoy volando, nena, y volar es lo mejor.
—Sal de aquí antes de que llame a la policía.
—No he hecho nada malo —soltó una risotada—. Ésa es la ironía. Me pagas para que me vaya. Nada más.
—Me has amenazado —dijo ella. Recordó el bate de béisbol. Si conseguía agarrar el bate, tal vez podría obligarlo a marcharse—. Ya me he cansado de pagarte. No volverás a amenazarme.
Giró y se lanzó hacia el armario escobero, pero antes de que llegara Facundo la agarró del brazo y la giró. Después le dio un puñetazo en la cara.
Paula sintió una explosión de dolor. Se tambaleó y cayó contra el sofá, con sabor a sangre en la boca.
—¡Mami, mami! —Luz corrió a su lado—. ¡Vete! No hagas daño a mi mamá. Eres un hombre malo y se lo diré a Pedro.
Facundo sonrió, pero sin rastro de humor o alegría. Su expresión era oscura y malvada. Paula sintió que el miedo explotaba en ella y la consumía.
—Vaya, vaya —le dijo a Luz—. Eres una niña muy bonita. ¿Sabes quien soy? ¿Quieres jugar conmigo?
Pedro concluyó la reunión y volvió a su despacho. Había pensado en comentar sus nuevas ideas respecto a las primas de beneficios para los empleados, pero decidió esperar a que todo estuviera organizado. Entonces haría un anuncio general e iría implementando el plan con cada empleado, según llegara su aniversario. Los restaurantes funcionaban mejor cuando el personal se mantenía estable.
También quería hacer algo especial para los empleados de las oficinas. Aunque había conseguido convencerlos de que no habría ejecuciones al amanecer, seguían sobresaltándose cada vez que entraba a un despacho. Gloria había jugado a ser Dios con un montón de gente inocente. Empezaba a pensar que sería mejor que no se reincorporara a la empresa.
Dejó la carpeta en la mesa y consideró las implicaciones. Si Gloria no volvía, ¿estaba dispuesto a hacerse cargo de la empresa? ¿Quería pasar el resto de su vida trabajando para la empresa familiar?
No tenía respuestas y no creía que fuera el momento de... De repente, notó un cosquilleo en la nuca. Hacía mucho que no le pasaba, pero no era bueno. Indicaba problemas. Graves. Esa incómoda sensación le había salvado el pellejo más de una vez.
Giró lentamente, casi esperando encontrar un francotirador oculto bajo el escritorio o detrás de un archivador. Pero no había nadie. Ni armas, ni granadas, ni minas... Ningún peligro.
Fue hacia la ventana y miró la ciudad. El picorcillo se incrementó y sintió miedo. No por él, sino...
—Paula —murmuró.
Levantó el teléfono y marcó su número. Ya debía haber vuelto del trabajo. Hacía dos días que no la veía, desde que Sofía había tenido el bebé. Paula se había marchado pronto para ocuparse de Luz.
Dejó que el teléfono sonara hasta que saltó el contestador, intentando convencerse de que todo iba bien. Pero no lo creía y decidió comprobarlo.
Fueron los cuarenta minutos más largos de su vida. Ignoró el límite de velocidad y se saltó dos semáforos y un stop antes de llegar y estacionar detrás de una desvencijada furgoneta roja, que no conocía.
Corrió a casa de Paula; la puerta estaba abierta.
—¿Paula? —gritó, entrando.
Oyó un ruido en la cocina. Un gemido que le heló la sangre en la venas.
Irrumpió en la habitación y encontró a Paula tirada junto a la pared. Su ojo adiestrado en la batalla evaluó la escena en menos de un segundo. El bate de béisbol junto a la puerta trasera. La sangre de su rostro y la forma en que colgaba su brazo, obviamente roto, contra el cuerpo. El ojo derecho estaba empezando a ponerse morado. Luz estaba acurrucada junto a su madre.
Pedro  sintió, más que vio, un movimiento a su izquierda. Evitó el primer puñetazo sin problemas y aprovechó el segundo para agarrar el brazo de su atacante. Hervía de ira, pero era una ira templada y firme, que había utilizado contra miles de enemigos. Le otorgaba fuerza y dirección.
Retorció el brazo del hombre hasta ponérselo a la espalda, le dio un puñetazo en el estómago y después le puso la zancadilla cuando empezaba a caer. El hombre se dio la vuelta; Pedro vio sus pupilas dilatadas y supo que era alguien echado a perder.
—Facundo, supongo —dijo, tirándolo al suelo y controlando el deseo de romperle el cuello—. No deberías meterte donde no te corresponde.
—Tiene un cuchillo —le advirtió Paula. Pedro le retorció la muñeca hasta que lo dejó caer.
—Ya no.
El drogadicto se quedó tirado en el suelo, maullando como un gatito. Pedro pensó en matarlo. Sería muy fácil. Un giro rápido del cuello y Paula no volvería a tener problemas con él. La necesidad se acrecentó y una de sus manos se dirigió hacia el cuello de Facundo, tensa.
—Te dije que Pedro nos salvaría —susurró Luz, acurrucada contra su madre.
Las quedas palabras, dichas con total confianza, calmaron su cólera. Había llegado a tiempo, con eso bastaría.
—¿Tienes cuerda? —preguntó.
Cinco minutos después, Facundo estaba atado como un cerdo, y la policía y la ambulancia iban de camino. Pedro había examinado a Luz y a Paula. La niña había recibido un golpe en el estómago, uno en la espalda y otro en la cara. Paula,puñetazos y patadas. La fractura del brazo parecía limpia. Pedro volvió a desear asesinar a ese despojo humano.
—¿Cómo supiste que teníamos problemas? — preguntó Paula, mientras él le limpiaba la cara con un paño húmedo—. Pensé que iba a... —su voz se apagó al mirar a su hija, pero él supo lo que iba a decir. Había temido que Facundo las matara a las dos.
—Tuve una sensación rara —dijo—. Telefoneé y como no contestaste, decidí venir.
—Oí el teléfono minutos después de que llegara —dijo ella, con ojos oscuros de dolor y lágrimas—. Pensé que tal vez fueras tú, pero no pude contestar. No sé que habría pasado si no hubieras llegado cuando llegaste.
—No llores, mami —le pidió Luz con angustia—. Pedro nos ha salvado —miró con temor el fardo atado que era Facundo—. El hombre malo irá a la cárcel.
Pedro  pensó que iba a asegurarse de eso. Le daba igual cuánto costara, Facundo iba a desaparecer. Pero no sin dejar a Paula libre para siempre.
Las dos horas siguientes pasaron muy rápido. La policía y la ambulancia llegaron a la vez. Mientras examinaban a Paula y a Luz y las preparaban para llevarlas al hospital, Pedro explicó lo ocurrido a la policía. El oficial al mando lo llevó a un lado.
—Podrías haberlo matado —le dijo, mirando a Facundo, aún atado.
—No, no podía. Es el padre de la niña. Dudo que quiera que forme parte de su vida, pero no quería que lo viera morir. No por mi mano.
—Entiendo lo que quieres decir —dijo el otro hombre—. Yo también tengo hijos. Acabaremos con las preguntas en el hospital.
Pedro explicó lo ocurrido a la anonadada señora Ford, que acababa de llegar de su partida de cartas, y luego siguió a la ambulancia. Encontró a sus chicas en urgencias.
—Eh —dijo, entrando en la habitación de Paula.
Estaba pálida y adormeciéndose rápidamente.
—¿Dónde está Luz? —preguntó ella.
—En la habitación de al lado.
—Quédate con ella, por favor. Puede que tengan que operarme. Te necesitará. La enfermera va a llamar a mis padres, pero ahora mismo tú eres en quien más confía —consiguió sonreír—. Incluso cuando Facundo nos arrinconó y me golpeó el brazo con el maldito bate, dijo que vendrías a salvarnos —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Dijo que eras el príncipe encantador, y que el príncipe siempre llega a tiempo.
—No soy ningún príncipe —dijo él con el estómago encogido. Agarró su mano y le besó los dedos.
—Intenta convencer de eso a mi hija.
Aun estando dolorida y amoratada, él veía fuerza y coraje en sus ojos.
—Habrías sido muy buena soldado —le dijo.
—Me siento como si hubiera estado en la guerra. Me duele todo. Van a comprobar que no tengo lesiones internas y a hacerme una radiografía del brazo.
—Yo me ocuparé de todo —dijo él—. No te preocupes. No me iré. Estaré con Luz, tranquilizaré a la señora Ford y llamaré a tu jefe.
—El trabajo —gimió ella—. Lo había olvidado.
—Lo entenderán. Descansa. ¿Te han dado algo para el dolor?
Pero ella no contestó. Había perdido el conocimiento. Llamó a una enfermera para que fuera a verla y lo echaron de la habitación.
Incluso mientras pensaba que todo iría bien, sintió que el miedo lo atenazaba. Se dijo que sólo había sido una paliza. Había visto a muchos tipos después de pelear y ella se pondría bien. Facundo no le había pegado con el bate en otra parte del cuerpo, creía.
Oyó su nombre y entró en la siguiente habitación, donde Luz lloraba mientras una enfermera le ponía esparadrapo en el corte que tenía junto al ojo.
—Ha sido muy valiente —le dijo la joven—, pero necesita que la consuelen un poco.
Sin pensarlo, Pedro se colocó a un lado de la cama y abrió los brazos. Luz se lanzó a ellos y se agarró como si no fuera a soltarlo nunca.

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