domingo, 26 de julio de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 61

Malena Johnston era la representación de todo lo que a Federico no le gustaba en una mujer. Desaprobadora, poco agraciada y sin ningún interés por él. Echó un vistazo al bar con tan poco entusiasmo como había demostrado al conocerlo.
—Deberíamos ir a mi despacho —dijo él, por encima de los gritos de la gente que contemplaba un partido de los Mariners.
Una vez allí, le indicó que se sentara frente a su mesa y él se apoyó en una esquina. Se dijo que no lo hacía para demostrar superioridad sino para mantener el control de la entrevista.
—La agencia me recomendó para este puesto porque tengo mucha experiencia con pacientes difíciles — se ajustó las gafas y le entregó su curriculum—. Llevo dos años trabajando como enfermera privada. Antes trabajé en la sección de traumatología de un hospital y últimamente he atendido a varios pacientes con problemas de corazón. Creo que ésos son los problemas básicos de su abuela: recuperación de un infarto y de una rotura de cadera, ¿no?
Hablaba en consonancia con su aspecto: con sensatez y sin perder tiempo en frivolidades, lo que incomodaba a Federico.
—Podría poner el partido aquí —dijo él, señalando la televisión—. Los Mariners están empatados.
—No sigo los deportes —dijo ella, parpadeando.
—Entonces no sabe quién soy.
—¿Debería saberlo?
—Claro. Un jugador de béisbol famoso.
—Entonces, ¿por qué trabaja en un bar?
—Me fastidié el hombro.
—Dado el esfuerzo y estrés que implica ese tipo de actividad, no me sorprende. El cuerpo tiene límites, señor Alfonso. Por más que nos gustaría que fuera distinto, eso no cambia.
A él le recordó a todas las maestras que nunca le habían gustado, sentenciosas y... mojigatas.
Llevaba una camisa de manga larga remetida en una falda larga y aburrida. Sus zapatos eran feos, no llevaba joyas ni maquillaje y si estrechaba los ojos más, se pondría bizca. El único rasgo aceptable, cabello espeso color rojo dorado, que había recogido en una horrible trenza, era un desperdicio en ella.
Deseó decirle que no servía, pero era la solicitante más cualificada de todas y la que tenía más posibilidades de soportar el turno de día con Gloria.
—La agencia me dijo que quería tres enfermeras que hicieran turnos de ocho horas —le dijo—. Nos pagan doce horas, independientemente de cuántas trabajemos, así que sería un desperdicio de dinero.
—No conoce a mi abuela —repuso él—. Ocho horas ya será bastante difícil.
—Entiendo. ¿Es una familia unida?
—No.
—Tal vez, si hubiera pasado más tiempo con ella antes del infarto, ahora sería más fácil tratarla.
—¿Qué le hace pensar que no lo hice?
—Dada su impresionante carrera deportiva, seguro que viajaba mucho —sonrió fríamente.
Estaba siendo sarcástica. Su tono de voz no lo sugería, pero a él le pareció obvio.
—Gloria no es como otras abuelas —dijo él—. Dirige un imperio.
—Puede, señor Alfonso, pero todo el mundo se siente solo. Sobre todo las personas mayores. Muchos de ellos han perdido a sus amigos y seres queridos. ¿Tiene su abuela a gente de su edad?
—¿Se refiere a amigos?
—Sí. Gente de su edad con quien esté vinculada.
—No lo sé —deseó defenderse o justificarse, pero sabía que ella no lo creería.
—Entiendo —su voz sonó desaprobadora—. ¿Sus padres están vivos? —le preguntó.
—Ah, no.
—Así que su abuela no tiene amigos que usted sepa y ha perdido al menos a uno de sus hijos. ¿Sabe lo que significa para una persona sobrevivir a sus hijos?
—Yo no he hecho nada malo —dijo él, bajándose del escritorio.
—Estoy segura de que no ha hecho nada de nada.
—Eh, yo no soy el malo de la película. Si no quiere el trabajo, sólo tiene que decirlo.
—Me interesa el trabajo, señor Alfonso. Sospecho que su abuela me necesita.
—Si piensa que va a rescatarla de parientes que no se preocupan por ella, le espera una gran sorpresa, señorita —dijo él sonriente.
Malena no pareció convencida. Pero pronto lo estaría. Unos cuantos minutos en compañía de Gloria y volvería a pedirle disculpas por lo que había dicho y asumido. Estaba deseando que ocurriera.
—El trabajo es suyo, si lo quiere —dijo.
—Gracias. Necesito comer con regularidad, y eso implica tiempo para hacerlo. Tengo el azúcar bajo y no puedo pasar periodos largos sin comer.
—No es problema. ¿Llevará usted su comida o prefiere que se la proporcionemos?
—La llevaré. También me gustaría conocer a las otras enfermeras que ha contratado.
—No es problema — Federico temió que no aprobaría a Sandy Larson. Le dió la fecha de incorporación.
—Excelente —se puso en pie y le ofreció la mano—. Gracias por su tiempo, señor Alfonso. Volveré a la agencia y cumplimentaré el contrato. Estoy deseando conocer a su abuela.
—Y yo que la conozca —dijo él con sorna.

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